¿ÉS FIABLE LA IGLESIA?
<b>¿Merece
confianza la iglesia que no está edificada sobre la Roca que es
Cristo?</b>
“La
Iglesia hoy y aquí no es valorada e incluso podríamos decir que algunos
intentan arrinconarla y echarla de las plazas públicas. El mensaje de Jesucristo
no interesa y, en todo caso se deja para las sacristías o para el interior de
la conciencia individual. Sobre la Iglesia cae una avalancha de críticas que
los medios de comunicación airean con mucha efectividad y con toda clase de
detalles. Estos hechos nos hacen pensar en el misterio de Belén, el misterio
del Hijo de Dios, para quien no había lugar en el mesón a la hora de venir al
mundo y que murió en la cruz ”fuera de la ciudad” de Jerusalén rechazado y
escarnecido” (<b>Joan Josep Omella</b>, arzobispo de Barcelona). La
lectura de este texto de la glosa dominical del 25/12/2016 me ha impulsado a
hacer una reflexión. Me da la impresión que refleja una cierta nostalgia del
pasado nacionalcatolicismo durante el cual la Iglesia católica ocupaba un lugar
preferente en la sociedad española, gozando de la protección del gobierno y
exigiendo una práctica religiosa que violaba las conciencias de los españoles.
En aquella época no tan lejana los españoles llevaban puesta una careta de
religiosidad para evitar represalias instigadas por la misma Iglesia. Hoy,
aquel poder sobre las conciencias lo ha perdido, pero se resiste a abandonar la
parte del pastel que le corresponde al Cesar.
¡Casualidad!
No creo en las casualidades. Los designios de Dios aparecen por doquiera sin
apenas darnos cuenta de su presencia. El mismo 25 de diciembre en que se
publica la glosa del arzobispo <b>Omella</b> y en el mismo
periódico se divulga la entrevista que la periodista <b>Núria
Escur</b> le hace a la escritora irlandesa <b>Lisa
Mcinerney</b>, que tal vez el arzobispo de Barcelona considerará que
forma parte de “la avalancha de críticas que los medios de comunicación airean
con mucha efectividad y con toda clase de detalles”, que no es una condena
anticatólica , sino la descripción de una realidad que debería avergonzar para
un arrepentimiento sincero y no intentar tapar los hechos para salvaguardar el
prestigio de la Iglesia. No debe olvidarse que “desde los cielos miró el
Señor, vio a todos los hijos de los
hombres, desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la
tierra. Él formó el corazón de todos ellos, está atento a todas sus obras”
(Salmo 33. 13-15). Cuando se tenga que comparecer ante el tribunal de Cristo
cada uno recibirá conforme a sus obras.
En respuesta
a las preguntas que <b>Núria Escur</b> le hace a <b>Lisa
Mcinerney</b> sobre los abusos sexuales que se cometían en Irlanda, la
escritora dice: “Ocurrían cosas horrorosas: hijos de madres solteras arrancados
de sus brazos, adolescentes que terminaban de dar a luz y las ponían a trabajar
en las llamadas lavanderías como verdaderas esclavas…Por esto la gente ha
empezado a distanciarse, por fin de una cosa que durante años ha hecho mucho
daño…¿Cómo hemos de confiar en aquella institución después del escándalo que
estalló en los años ochenta de miles de abusos sexuales en niños? Esto minó la
autoridad moral de la Iglesia. ¿Cómo vamos a
creer nada que venga de ella después del caso de las Magdalenas?”
Pienso
que el arzobispo <b>Joan Josep Omella</b> se equivoca cuando pone
en el mismo saco el hecho de que no hubiese lugar en el hostal a la hora de
venir Jesús al mundo y que cuando murió en la cruz fue fuera de Jerusalén,
rechazado, escarnecido, comparándolo con la avalancha de críticas que caen
sobre la Iglesia católica. El rechazo y escarnio de Jesús tiene que ver con su
condición de Mesías, el Justo cargando con los pecados de los hombres para
borrarlos con su sangre. Cuando Jesús compareció ante el Sanedrín y fue
abofeteado por uno de los guardias, le dijo: “Si he hablado mal, testifica en qué está el mal, y si bien, ¿por qué me
golpeas? (Juan 18:23).
Vayamos
al rechazo y persecución de cristianos. Jesús dijo: “Si a mí me han perseguido,
también os perseguirán a vosotros” (Juan 15: 20). El trato que recibió Jesús
por ser el Justo, es parecido al que padecen quienes creen en Él por el hecho
de hacer buenas obras que acreditan que por la fe en el Nombre del Señor han
sido hechos justos. Los impíos no pueden soportar las buenas obras que realizan
los justos porque denuncian su maldad. Al inicio de su ministerio público Jesús
dijo algo muy interesante respecto a la persecución que padecerán sus
seguidores. Pensamiento que no debe olvidarse a la hora de analizar por qué
padecen persecución los cristianos: “Bienaventurados sois cuando por mi causa
os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo” (Mateo 5: 11). Jesús está diciendo que por causa de Él sus
seguidores serán vituperados y perseguidos, pero no serán bienaventurados y felices
si la verdad de las acusaciones está por medio. Si las acusaciones son ciertas,
entonces la “avalancha de críticas que los medios de comunicación airean con
mucha efectividad” es merecida. Entonces no existe motivo de crítica sino de
arrepentimiento y abandono de los pecados que las han provocado. Son muy duras
las palabras que Jesús dirige a quienes con sus obras impías impiden que los
pecadores vayan a Jesús para perdón de sus pecados: “Y cualquiera que haga
tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuese que se le
cuelgue al cuello una piedra de molino de asno, y que se hunda en lo profundo
del mar” (Mateo 18:6). Si se persiste en poner obstáculos que impiden que los
pecadores puedan encontrarse en Jesús para
perdón de sus pecados, significa que quienes los ponen no han recibido
la absolución de Dios.
Octavi Pereña i Cortina
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