dilluns, 31 de març del 2014


DEMOCRACIA DECADENTE


<b>Aún los déspotas presumen de ser demócratas. Ponen, pero a la Nación en peligro cuando se pasan el día pavoneándose de ser los mejores demócratas que hay en el País</b>

Juan Bautista Alberdi “uno de los más grandes pensadores argentinos”, según Felipe Pigna, retrata muy bien a quienes desprestigian a los políticos que piensan diferente y los acusan de nazis, antisistema o con cualquier otro peyorativo, cuando dice: “El déspota es aquel que cree que ser opositor al gobierno es un traidor a la patria”. El déspota es el verdadero traidor a la patria porque creyendo poseer la verdad absoluta  tiene orejas pero no escucha los puntos de vista de la oposición que pueden ser la expresión de un amor a la patria tanto o más auténticos que los del déspota que quiere impedir que la oposición se exprese. El despotismo es la manifestación de la fragilidad existente debajo de una capa de fortaleza. “Más ven cuatro ojos que dos”, dice el refrán.

Me siento demócrata que considera a esta filosofía política la mejor de las diversas existentes, pero que no es perfecta como tampoco lo es cualquier otra obra de fabricación humana. La imperfección de que adolece la democracia exige su control permanente para intentar evitar los abusos a los cuales tienden todos los seres humanos a cometer debido a la imperfección de su condición gracias al pecado que infecta al alma. Thomas Jefferson pone el dedo en la llaga cuando escribe: “La democracia no es más que el gobierno de las masas, en donde el 51% de las personas puede tirar por la borda los derechos de los otros 49%”. Manera de describir muy clara los peligros que acompañan a las mayorías absolutas. El exceso de poder que las urnas conceden a un partido político abre la puerta para que puedan cometerse toda clase de abusos. En vez de fomentar la justicia promueve las más graves injusticias que empobrecen al pueblo en todos sentidos y, ello en nombre de la fuerza que concede el 51% de los votos.

A menudo el resultado de las votaciones no puede predecirse. El gobierno ha cometido errores garrafales y las urnas le regalan el 51% de los votos. Incomprensible, pero es la triste realidad.  Aún cuando no exista mayoría absoluta, los intereses egoístas de los políticos les hacen tomar decisiones y pactos contrarios al bien general de todos los ciudadanos y con engaños fomentan la corrupción política porque se tapan mutuamente los trapos sucios. La democracia tiene muchos defectos que impiden generalizar la felicidad de los ciudadanos. Se precisa, pues, estar muy atentos y deben establecerse límites legales para impedir que los excesos queden impunes.

Democracia es sinónimo de justicia. El diccionario define justicia así: “Virtud moral por la cual una persona tiene la verdad como guía, una persona se siente inclinada a dar a cada uno lo que le pertenece, a respetar el derecho”. Esta definición tiene un cierto parecido con las palabras de Jesús: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los Profetas” (Mateo 7:12). La virtud moral que el diccionario considera es justicia y el comportamiento que Jesús requiere que los hombres se tengan entre ellos no es posible, ni soñando, si previamente las personas no son justas. El Nuevo testamento en concreto enseña como una persona injusta se puede convertir en justa. De cómo pasar de ser una persona egoísta a convertirse en otra altruista que piense en el bien del otro: “El justo vivirá por la fe” (Romanos 1:17) y, entre otros textos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). A partir de la declaración de Dios que considera justa a una persona injusta por la fe en el Nombre de Jesús empieza una nueva manera de vivir que comporta querer hacer a los otros lo que queremos que ellos nos hagan. En el momento en que Dios declara justa a una persona empieza la regeneración de la democracia porque desde la base social se inicia un proceso de andar en la justicia. Sin la justificación del pecador por la fe en Jesucristo la democracia es una falacia porque es totalmente imposible mantener la justicia, que es su cimiento. “El Señor es la justicia” (Jeremías 33:16). del creyente en Cristo quien se aparta de la injusticia, es decir, se esfuerza en vivir según la Ley de Dios. Después de decir el apóstol Pablo: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”, dirigiéndose a su discípulo Timoteo, le dice. “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia…que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6:10-14). El apóstol no exige que siga la justicia a un ateo, agnóstico o creyente no practicante, lo pide a un hombre de Dios porque éste es la única persona que puede desear ser obediente a la Ley de Dios sobre la que se sustenta la verdadera democracia.

Octavi Pereña i Cortina

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