DEMOCRACIA DECADENTE
<b>Aún
los déspotas presumen de ser demócratas. Ponen, pero a la Nación en peligro
cuando se pasan el día pavoneándose de ser los mejores demócratas que hay en el
País</b>
Juan
Bautista Alberdi “uno de los más grandes pensadores argentinos”, según Felipe
Pigna, retrata muy bien a quienes desprestigian a los políticos que piensan
diferente y los acusan de nazis, antisistema o con cualquier otro peyorativo,
cuando dice: “El déspota es aquel que cree que ser opositor al gobierno es un
traidor a la patria”. El déspota es el verdadero traidor a la patria porque
creyendo poseer la verdad absoluta tiene
orejas pero no escucha los puntos de vista de la oposición que pueden ser la
expresión de un amor a la patria tanto o más auténticos que los del déspota que
quiere impedir que la oposición se exprese. El despotismo es la manifestación
de la fragilidad existente debajo de una capa de fortaleza. “Más ven cuatro
ojos que dos”, dice el refrán.
Me
siento demócrata que considera a esta filosofía política la mejor de las
diversas existentes, pero que no es perfecta como tampoco lo es cualquier otra
obra de fabricación humana. La imperfección de que adolece la democracia exige
su control permanente para intentar evitar los abusos a los cuales tienden todos
los seres humanos a cometer debido a la imperfección de su condición gracias al
pecado que infecta al alma. Thomas Jefferson pone el dedo en la llaga cuando
escribe: “La democracia no es más que el gobierno de las masas, en donde el 51%
de las personas puede tirar por la borda los derechos de los otros 49%”. Manera
de describir muy clara los peligros que acompañan a las mayorías absolutas. El
exceso de poder que las urnas conceden a un partido político abre la puerta
para que puedan cometerse toda clase de abusos. En vez de fomentar la justicia
promueve las más graves injusticias que empobrecen al pueblo en todos sentidos
y, ello en nombre de la fuerza que concede el 51% de los votos.
A
menudo el resultado de las votaciones no puede predecirse. El gobierno ha
cometido errores garrafales y las urnas le regalan el 51% de los votos.
Incomprensible, pero es la triste realidad.
Aún cuando no exista mayoría absoluta, los intereses egoístas de los
políticos les hacen tomar decisiones y pactos contrarios al bien general de
todos los ciudadanos y con engaños fomentan la corrupción política porque se
tapan mutuamente los trapos sucios. La democracia tiene muchos defectos que
impiden generalizar la felicidad de los ciudadanos. Se precisa, pues, estar muy
atentos y deben establecerse límites legales para impedir que los excesos
queden impunes.
Democracia
es sinónimo de justicia. El diccionario define justicia así: “Virtud moral por
la cual una persona tiene la verdad como guía, una persona se siente inclinada
a dar a cada uno lo que le pertenece, a respetar el derecho”. Esta definición
tiene un cierto parecido con las palabras de Jesús: “Así que, todas las cosas
que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos, porque esto es la ley y los Profetas” (Mateo 7:12). La virtud moral que
el diccionario considera es justicia y el comportamiento que Jesús requiere que
los hombres se tengan entre ellos no es posible, ni soñando, si previamente las
personas no son justas. El Nuevo testamento en concreto enseña como una persona
injusta se puede convertir en justa. De cómo pasar de ser una persona egoísta a
convertirse en otra altruista que piense en el bien del otro: “El justo vivirá
por la fe” (Romanos 1:17) y, entre otros textos: “Justificados, pues, por la
fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
A partir de la declaración de Dios que considera justa a una persona injusta
por la fe en el Nombre de Jesús empieza una nueva manera de vivir que comporta
querer hacer a los otros lo que queremos que ellos nos hagan. En el momento en
que Dios declara justa a una persona empieza la regeneración de la democracia
porque desde la base social se inicia un proceso de andar en la justicia. Sin
la justificación del pecador por la fe en Jesucristo la democracia es una
falacia porque es totalmente imposible mantener la justicia, que es su
cimiento. “El Señor es la justicia” (Jeremías 33:16). del creyente en Cristo
quien se aparta de la injusticia, es decir, se esfuerza en vivir según la Ley
de Dios. Después de decir el apóstol Pablo: “Porque la raíz de todos los males
es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y
fueron traspasados de muchos dolores”, dirigiéndose a su discípulo Timoteo, le
dice. “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia…que
guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión hasta la aparición de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6:10-14). El apóstol no exige que siga la justicia
a un ateo, agnóstico o creyente no practicante, lo pide a un hombre de Dios
porque éste es la única persona que puede desear ser obediente a la Ley de Dios
sobre la que se sustenta la verdadera democracia.
Octavi Pereña i Cortina
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