dilluns, 28 d’octubre del 2013


MATEO 24:24


“Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios de tal manera que engañarán, si fuese posible, aún a los escogidos”

El Señor está sentado en el monte de los Olivos probablemente apoyado en un olivo. Se le acercan sus discípulos y le preguntan: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y que señal habrá de tu venida, y del fin del siglo” (Mateo 24:3). Los discípulos eran semejantes a nosotros: interesados en saber al dedillo los detalles del tiempo a venir. Jesús se los da. A nosotros, lo que nos interesa hoy es saber lo que dice el texto que comentamos.

Entre las señales que caracterizan la eminente venida del Señor en su gloria a buscar a su pueblo, será la aparición de falsos cristos y profetas que harán grandes señales y prodigios con la finalidad de engañar a la gente. Se debe destacar del texto: “Si fuese posible, aún a los escogidos”. Hablando Jesús en la Fiesta de la Dedicación del Templo, dice a sus oyentes: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:27-29).

“Si fuese posible”indica que la posibilidad no es posible. Los escogidos no se dejarán engañar porque el Señor intercede por ellos para que no les falte la fe. Cuando alguien se convierte a Cristo, la salvación recibida no se puede perder. Algunos se resisten a creer la doctrina que los redimidos por la sangre de Cristo no pueden perder la salvación alegando que tal doctrina incita a los creyentes a la holgazanearía. Nada  más lejos de la verdad. El mismo Jesús se encarga de desmentir tal error. El Señor dice a sus discípulos, puesto que no sabéis ni el día ni la hora que vendré: “Velad” (24:42). Orden que va acompañada de la parábola de los talentos, que trata de la responsabilidad que tienen los creyentes de hacer trabajar los talentos o dones recibidos.

El verdadero cristiano no puede ser de ninguna de las maneras un holgazán. La parábola mencionada termina con esta declaración que no da lugar a dudas: “Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes” (15:30.


SALMO 16:10


“Porque no dejarás mi alma en el sepulcro, ni permitirás que tu santo vea corrupción”

David al igual que todos nosotros fue un hombre con una infinidad de defectos y pecados, algunos de ellos, por cierto, aberrantes, pero fue un hombre de Dios que confió en Él a lo largo de toda su vida. Los salmos que escribió y en concreto el 16 son unos poemas que reflejan lo que había en el corazón de David.

David, desde su adolescencia estuvo rodeado de peligros de muerte. El rey Saúl a quien servia lealmente quiso matarlo aguijoneado por la envidia. Intentó matarlo lanzándole la lanza, estando    David sentado en la mesa del rey. Su hijo Absalón se alzó contra su padre. Pero en todas las circunstancias adversas, que fueron muchas, su confianza en el Señor jamás la perdió. En este sentido David es un ejemplo para todos nosotros que también estamos rodeados de enjambres de enemigos que buscan nuestro mal intentando que dejemos de confiar en el Señor que en un momento de nuestras vidas vino a nuestro encuentro y, con cuerdas de amor nos atrajo hacia Él. Nuestro gran enemigo que es Satanás al que Jesús llama homicida, persigue nuestra muerte, no solamente la física sino también la espiritual, que es eterna.

La confianza de David en el Señor no solamente estaba puesta en todo aquello que afectaba su bienestar temporal, también la tenía puesta en todo aquello que afectaba a su eternidad. “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma, mi carne también reposará confiadamente, porque no dejarás mi alma en el sepulcro, ni permitirás que tu santo vea corrupción, Me mostrarás la senda de la vida”. El epitafio que se escribió en la tumba de David, reza así: “Y durmió David con sus padres, y fue sepultado en su ciudad” (1 Reyes 2:10). Fue un final plácido. Pero la confianza va más allá de la placidez de su muerte física: “No permitirás que tu santo vea la corrupción”.David estaba convencido de que la protección del Señor no finalizaba en el sepulcro. A partir de ahí proseguía el cuidado divino que garantizaba que la corrupción corporal no ganaría la batalla. Creía firmemente que en el día del Señor de la corrupción corporal se alzaría un cuerpo glorioso incorruptible e inmortal. La promesa de la resurrección no es patrimonio exclusivo de David. El apóstol Pablo la hace extensiva a todos los cristianos cuando escribe: “Y cuando esto corruptible se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15: 54-57


 


 

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