MATEO 24:24
“Porque se levantarán falsos
cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios de tal manera
que engañarán, si fuese posible, aún a los escogidos”
El Señor está sentado en el monte de los Olivos probablemente apoyado
en un olivo. Se le acercan sus discípulos y le preguntan: “Dinos, ¿cuándo
serán estas cosas, y que señal habrá de tu venida, y del fin del siglo” (Mateo
24:3). Los discípulos eran semejantes a nosotros: interesados en saber al
dedillo los detalles del tiempo a venir. Jesús se los da. A nosotros, lo que
nos interesa hoy es saber lo que dice el texto que comentamos.
Entre las señales que caracterizan la eminente venida del Señor en su
gloria a buscar a su pueblo, será la aparición de falsos cristos y profetas que
harán grandes señales y prodigios con la finalidad de engañar a la gente. Se
debe destacar del texto: “Si fuese posible, aún a los escogidos”.
Hablando Jesús en la Fiesta de la Dedicación del Templo, dice a sus oyentes: “Mis
ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna, y
no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las
dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”
(Juan 10:27-29).
“Si fuese posible”indica que la posibilidad no es posible. Los
escogidos no se dejarán engañar porque el Señor intercede por ellos para que no
les falte la fe. Cuando alguien se convierte a Cristo, la salvación recibida no
se puede perder. Algunos se resisten a creer la doctrina que los redimidos por la
sangre de Cristo no pueden perder la salvación alegando que tal doctrina incita
a los creyentes a la holgazanearía. Nada
más lejos de la verdad. El mismo Jesús se encarga de desmentir tal
error. El Señor dice a sus discípulos, puesto que no sabéis ni el día ni la
hora que vendré: “Velad” (24:42). Orden que va acompañada de la parábola
de los talentos, que trata de la responsabilidad que tienen los creyentes de
hacer trabajar los talentos o dones recibidos.
El verdadero cristiano no puede ser de ninguna de las maneras un
holgazán. La parábola mencionada termina con esta declaración que no da lugar a
dudas: “Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera, allí será el
lloro y el crujir de dientes” (15:30.
SALMO 16:10
“Porque no dejarás mi alma en el
sepulcro, ni permitirás que tu santo vea corrupción”
David al igual que todos
nosotros fue un hombre con una infinidad de defectos y pecados, algunos de
ellos, por cierto, aberrantes, pero fue un hombre de Dios que confió en Él a lo
largo de toda su vida. Los salmos que escribió y en concreto el 16 son unos
poemas que reflejan lo que había en el corazón de David.
David, desde su adolescencia estuvo rodeado de peligros de muerte. El
rey Saúl a quien servia lealmente quiso matarlo aguijoneado por la envidia.
Intentó matarlo lanzándole la lanza, estando
David sentado en la mesa del rey. Su hijo Absalón se alzó contra su
padre. Pero en todas las circunstancias adversas, que fueron muchas, su
confianza en el Señor jamás la perdió. En este sentido David es un ejemplo para
todos nosotros que también estamos rodeados de enjambres de enemigos que buscan
nuestro mal intentando que dejemos de confiar en el Señor que en un momento de
nuestras vidas vino a nuestro encuentro y, con cuerdas de amor nos atrajo hacia
Él. Nuestro gran enemigo que es Satanás al que Jesús llama homicida,
persigue nuestra muerte, no solamente la física sino también la espiritual, que
es eterna.
La confianza de David en el Señor no solamente estaba puesta en todo
aquello que afectaba su bienestar temporal, también la tenía puesta en todo
aquello que afectaba a su eternidad. “Se alegró por tanto mi corazón, y se
gozó mi alma, mi carne también reposará confiadamente, porque no dejarás mi
alma en el sepulcro, ni permitirás que tu santo vea corrupción, Me mostrarás la
senda de la vida”. El epitafio que se escribió en la tumba de David, reza
así: “Y durmió David con sus padres, y fue sepultado en su ciudad” (1
Reyes 2:10). Fue un final plácido. Pero la confianza va más allá de la placidez
de su muerte física: “No permitirás que tu santo vea la corrupción”.David
estaba convencido de que la protección del Señor no finalizaba en el sepulcro.
A partir de ahí proseguía el cuidado divino que garantizaba que la corrupción
corporal no ganaría la batalla. Creía firmemente que en el día del Señor de la
corrupción corporal se alzaría un cuerpo glorioso incorruptible e inmortal. La
promesa de la resurrección no es patrimonio exclusivo de David. El apóstol
Pablo la hace extensiva a todos los cristianos cuando escribe: “Y cuando
esto corruptible se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la
palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a
Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1
Corintios 15: 54-57
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