dilluns, 21 d’octubre del 2013


DANIEL 6:8


“Ahora oh rey, confirma el edicto y fírmalo, para que no pueda ser revocado, conforme la ley de Media y Persia, la cual no puede ser abrogada”

Darío el persa proyectó reformar la administración del reino y se propuso poner al frente de la misma al profeta Daniel. Los funcionarios no vieron con buenos ojos la decisión del monarca. Buscaron ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado con el reino, pero, “no podían encontrar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio o falta se halló en él”  (Daniel 6:4). Con engaño y a espaldas de Daniel los sátrapas propusieron a Darío  que promulgara un edicto que prohibiese que nadie podía hacer petición alguna que no fuese al rey. Aceptada la propuesta se dirigieron al rey en estos términos: “Ahora, oh rey, confirma el edicto y fírmalo para que no pueda ser revocado , conforme a la ley de Media y Persia, la cual no puede ser revocada”. Cuando Darío descubrió la trampa en que había caído intentó liberar a Daniel de ser destrozado por los leones, “pero aquellos rodearon al rey y le dijeron: Sepas, oh rey, que la ley de Media y de Persia que ningún edicto u ordenanza que el rey confirme puede ser abrogado” (v.15).

En el libro de Ester, Amán, visir del rey Asuero le  hacer firmar al monarca un edicto que condenaba a muerte a todos los judíos del reino. Cuando la reina Ester intercede ante su esposo por la revocación del edicto, el rey le dice: “Un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado” (8:8). Edictos irrevocables son leyes nada provechosas para el buen gobierno de un país pues ningún documento de fabricación humana es perfecto y por lo tanto está sujeto a mejoría. Sacralizar una constitución haciendo de ella un documento irrevocable es ir en contra de la prosperidad de un país pues hace de tal texto un documento  que se pone a la altura de la Biblia, la Palabra de Dios.  Ningún documento humano puede pretender alcanzar tal nivel de bondad. Incluso las dictaduras más férreas se ven obligadas en un momento u otro a modificar las constituciones para hacerlas más acordes a las necesidades del momento.

En el caso de Daniel y de la reina Ester descubrimos que apelar a unas leyes irrevocables que condenaban a muerte a un hombre y a un pueblo estaba motivado por el odio. El odio no puede ser legalizado por unas leyes injustas. La Biblia, la Palabra de Dios se ha escrito para enseñanza de los hombres de todas las generaciones y nos instruye para que evitemos sacralizar leyes humanas que llevan a asfixiar a los pueblos y en consecuencia llevan a su ruina. Debemos estar abiertos a modificar las constituciones tan pronto que percibimos que son obsoletas


EZEQUIEL 45:9


“Así ha dicho el Señor Dios: ¡Basta ya oh príncipes de Israel! Dejad la violencia y la rapiña. Haced justicia y juicio, quitad vuestras iniquidades de mi pueblo, dice Dios, el Señor”

El señor desde el cielo inclina su cabeza para observar lo que ocurre en la tierra y ve como la opresión de los poderosos exprime a los débiles. Ante la injusticia acostumbramos a girar la cabeza hacia otro lado para no ver lo que ocurre a nuestro alrededor y así tranquilizar a nuestra conciencia. Si somos nosotros los autores de la injusticia como la que ejercimos en la supuesta cristianización de los indígenas americanos, como dice Màrius Serra en su escrito “12-O: revisión crítica”: “Después, católicos como son (los conquistadores) invierten fortunas en bulas papales para obtener el perdón de sus pecados para así seguir ejerciendo la violencia  gratuita para aprovecharse de los recursos que guardaban las tierras americanas” . Pero Dios no acepta los ojos que miran hacia otra parte para no ver, ni acepta el perdón que conceden las bulas papales que aumentan el patrimonio eclesial. “¡Basta ya príncipes de Israel! Dejad la violencia y la rapiña”. Dejad de oprimir al pueblo. “haced justicia  y juicio, quitad vuestras iniquidades de sobre mi pueblo, dice Dios, el Señor”.

Asemejándonos a Israel el cristianismo católico con la confesión auricular, las indulgencias y las bulas papales ha enseñado  a los fieles a confiar en la práctica religiosa como camino para agradar a Dios a la vez que se siguen practicando los pecados que son abominables en los ojos del Señor.

Juan el Bautista, el precursor que anunciaba la venida de Jesús el Salvador predicaba un mensaje de arrepentimiento empleando un lenguaje muy duro a las multitudes que iban a él para ser bautizadas: “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:7,8). Vuestra religiosidad no sirve de nada. El barniz con que cubrís el vuestro pecado no sirve para hacerlo desaparecer. “Y también el hacha es puesta a la raíz de los árboles, por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (v.9). La respuesta que Juan da a los soldados que le preguntaron: ¿qué debemos hacer? Es la que los políticos, banqueros, jueces y también los ciudadanos anónimos, deberían también hacerse suya si no quieren ser como un árbol que por no dar fruto se corta y se echa en el fuego: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis, y  contentaos con vuestro salario” (3:14)

 

 

 

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