DANIEL 6:8
“Ahora oh rey, confirma el edicto
y fírmalo, para que no pueda ser revocado, conforme la ley de Media y Persia,
la cual no puede ser abrogada”
Darío el persa proyectó reformar la administración del reino y se
propuso poner al frente de la misma al profeta Daniel. Los funcionarios no
vieron con buenos ojos la decisión del monarca. Buscaron ocasión para acusar a
Daniel en lo relacionado con el reino, pero, “no podían encontrar ocasión
alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio o falta se halló en él” (Daniel 6:4). Con engaño y a espaldas de
Daniel los sátrapas propusieron a Darío
que promulgara un edicto que prohibiese que nadie podía hacer petición
alguna que no fuese al rey. Aceptada la propuesta se dirigieron al rey en estos
términos: “Ahora, oh rey, confirma el edicto y fírmalo para que no pueda ser
revocado , conforme a la ley de Media y Persia, la cual no puede ser revocada”.
Cuando Darío descubrió la trampa en que había caído intentó liberar a Daniel de
ser destrozado por los leones, “pero aquellos rodearon al rey y le dijeron:
Sepas, oh rey, que la ley de Media y de Persia que ningún edicto u ordenanza
que el rey confirme puede ser abrogado” (v.15).
En el libro de Ester, Amán, visir del rey Asuero le hacer firmar al monarca un edicto que
condenaba a muerte a todos los judíos del reino. Cuando la reina Ester
intercede ante su esposo por la revocación del edicto, el rey le dice: “Un
edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no
puede ser revocado” (8:8). Edictos irrevocables son leyes nada provechosas
para el buen gobierno de un país pues ningún documento de fabricación humana es
perfecto y por lo tanto está sujeto a mejoría. Sacralizar una constitución
haciendo de ella un documento irrevocable es ir en contra de la prosperidad de
un país pues hace de tal texto un documento
que se pone a la altura de la Biblia, la Palabra de Dios. Ningún documento humano puede pretender
alcanzar tal nivel de bondad. Incluso las dictaduras más férreas se ven
obligadas en un momento u otro a modificar las constituciones para hacerlas más
acordes a las necesidades del momento.
En el caso de Daniel y de la reina Ester descubrimos que apelar a unas
leyes irrevocables que condenaban a muerte a un hombre y a un pueblo estaba motivado
por el odio. El odio no puede ser legalizado por unas leyes injustas. La
Biblia, la Palabra de Dios se ha escrito para enseñanza de los hombres de todas
las generaciones y nos instruye para que evitemos sacralizar leyes humanas que
llevan a asfixiar a los pueblos y en consecuencia llevan a su ruina. Debemos
estar abiertos a modificar las constituciones tan pronto que percibimos que son
obsoletas
EZEQUIEL 45:9
“Así ha dicho el Señor Dios:
¡Basta ya oh príncipes de Israel! Dejad la violencia y la rapiña. Haced
justicia y juicio, quitad vuestras iniquidades de mi pueblo, dice Dios, el
Señor”
El señor desde el cielo inclina su cabeza para observar lo que ocurre
en la tierra y ve como la opresión de los poderosos exprime a los débiles. Ante
la injusticia acostumbramos a girar la cabeza hacia otro lado para no ver lo
que ocurre a nuestro alrededor y así tranquilizar a nuestra conciencia. Si
somos nosotros los autores de la injusticia como la que ejercimos en la
supuesta cristianización de los indígenas americanos, como dice Màrius Serra en
su escrito “12-O: revisión crítica”: “Después, católicos como son (los
conquistadores) invierten fortunas en bulas papales para obtener el perdón
de sus pecados para así seguir ejerciendo la violencia gratuita para aprovecharse de los recursos
que guardaban las tierras americanas” . Pero Dios no acepta los ojos que
miran hacia otra parte para no ver, ni acepta el perdón que conceden las bulas
papales que aumentan el patrimonio eclesial. “¡Basta ya príncipes de Israel!
Dejad la violencia y la rapiña”. Dejad de oprimir al pueblo. “haced
justicia y juicio, quitad
vuestras iniquidades de sobre mi pueblo, dice Dios, el Señor”.
Asemejándonos a Israel el
cristianismo católico con la confesión auricular, las indulgencias y las bulas
papales ha enseñado a los fieles a
confiar en la práctica religiosa como camino para agradar a Dios a la vez que
se siguen practicando los pecados que son abominables en los ojos del Señor.
Juan el Bautista, el precursor que anunciaba la venida de Jesús el
Salvador predicaba un mensaje de arrepentimiento empleando un lenguaje muy duro
a las multitudes que iban a él para ser bautizadas: “¡Oh generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos
de arrepentimiento” (Lucas 3:7,8). Vuestra religiosidad no sirve de nada.
El barniz con que cubrís el vuestro pecado no sirve para hacerlo desaparecer. “Y
también el hacha es puesta a la raíz de los árboles, por tanto, todo árbol que
no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (v.9). La respuesta que
Juan da a los soldados que le preguntaron: ¿qué debemos hacer? Es la que los
políticos, banqueros, jueces y también los ciudadanos anónimos, deberían
también hacerse suya si no quieren ser como un árbol que por no dar fruto se
corta y se echa en el fuego: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis,
y contentaos con vuestro salario” (3:14)
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