dilluns, 25 de març del 2013


REGALAR UNA  SONRISA


<b>Con dinero se puede comprar todo lo que se quiera que no tenga valor, pero es incapaz de que unos labios dibujen una cálida sonrisa que retorne a una alma decaída</b>

“Nadie es tan pobre que no pueda regalar una sonrisa” ha escrito la periodista Lucía Etxebarria. Es cierto que vivimos en una época de crisis económica que causa muchos perjuicios a las personas y a las familias. La crisis económica no justifica que las personas no puedan regalar una sonrisa. Regalar una sonrisa no cuesta dinero. ¿Qué es lo que la hace tan escasa? Lo que impide que las personas regalen sonrisas es la crisis espiritual que los marchita y empobrece. La grave crisis económica provocada en buena parte por la corrupción de la elite política y financiera ha puesto al descubierto que  “son muchos los delincuentes económicos protegidos o indultados por las altas magistraturas del Estado”, afirma Francesc Sanuy. El comportamiento nada ético de los poderosos y el deseo enfermizo de dinero de los pobres pone al descubierto que “el amor al dinero es raíz de todos los males” (1 Timoteo 6:10). No debe extrañarnos, pues, que según Andrew Carneige “los millonarios difícilmente sonríen” y los pobres que se sienten ricos en su pobreza tampoco lo hagan.

La sociedad actual se caracteriza por su amor al dinero lo cual nos introduce en la sociedad de consumo inmoderado que pone en peligro el crecimiento sostenible, a la vez que marchita al alma dopándola y quitándole el gozo que debería caracterizarla. En la vida hay cosas más importantes que el dinero y las cosas que se pueden adquirir con él. Prestemos atención a la Navidad. Los contenedores de  plástico, vidrio y papel están llenos a rebosar y en su entorno se encuentran bolsas llenas, botellas, embalajes…Ello es una señal de consumo inmoderado a pesar de la crisis. ¿La Navidad consumista hace feliz a las personas que se dejan arrastrar por el consumo inmoderado? La evidencia es: NO. Mientras bailan las burbujas de cava en la copa y las bandejas de marisco y otras delicias ocupen su lugar en la mesa, las risas y el jolgorio acortan las horas. Al día siguiente cuando la sobriedad ha evaporado el desternillarse de risa y regresado la normalidad, ¿dónde se encuentra la sonrisa que se regala al compañero de trabajo, al vecino de enfrente, al desconocido con el que casualmente nos encontramos tomando un café en el bar? La amargura del alma endurece el trato que damos a las personas. No basta con decir que la risa es la medicina del alma. Y que es un sustituto de los cosméticos antiarrugas tan usados para preservar la juventud. Desternillarse de risa tal como se hace en las sesiones de risoterapia es artificial. No nace del corazón. El alma sigue estando endurecida y la risa natural, espontánea no atraviesa la coraza que envuelve el corazón. Es un anuncio publicitario de pasta dentífrica después de haber sido retocado por Photoshop. ¡Se dan tantas sonrisas hipócritas! En sociedad se representa el papel de persona simpática , pero no se es auténtico.  La sonrisa artificial es una máscara que amaga una traición.

Debemos recuperar la frescura de la espontaneidad , del ser natural, de abandonar la teatralidad de la sonrisa ensayada. Ser natural no se consigue por imposición propia o ajena, aún cuando sea motivada por motivos religiosos.

Un alto funcionario de Candace, la reina de los etíopes fue a adorar a Dios en el templo de Jerusalén. De regreso a su tierra, subido en el carruaje que lo transportaba, leía sin entender al profeta Isaías. La religiosidad tradicional no le había aportado la felicidad. No comprendía el oráculo divino que es la fuente del gozo. A Felipe, el evangelista, por inspiración divina se le comunica que se acerque al carruaje y le pregunta al alto dignatario: “¿Entiendes lo que lees? La respuesta es negativa. A partir del texto de Isaías que en aquel momento leía el viajero, Felipe le anuncia el evangelio de Jesús. El funcionario cree el mensaje. Hace parar el vehículo cerca de una balsa y pide ser bautizado. El texto dice que cuando ambos hombres se separaron, el dignatario de la reina Candace “siguió su camino lleno de gozo”. De la abundancia del corazón habla la boca o, los ojos son el espejo del alma. Lo que hay en el corazón no se puede esconder. Los ojos y el rostro reflejan lo que se esconde en las profundidades del alma. Ahora, con el corazón rebosante de gozo la sonrisa se hace espontánea, natural, fresca. Atrae a la persona que la recibe.

Octavi Pereña i Cortina

 

 

 

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