JUAN 16:32
“Y me dejaréis solo, pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo”
La soledad
es un gran problema para las personas. Podemos estar rodeados de gente pero nos
encontramos solos. Una escena de una película ilustra la soledad humana. Una
pareja están sentados frente a frente en un restaurante. Otra pareja se fijan
en ellos y uno le dice al otro: ¿Cómo puede ser posible que dos personas estén
sentadas en una misma mesa sin hablarse? La respuesta que recibe es: “Están
casados”. La respuesta nos puede hacer sonreír pero es el reflejo del drama
humano de la soledad. Nos encontramos solos en medio de la multitud. Esta
situación es muy engorrosa.
Jesús dice a sus
discípulos:”Me dejaréis solo, pero no estoy solo porque el Padre está
conmigo”. En el momento en que Jesús estaba dando su vida para salvación
del pueblo de Dios pronuncia estas escalofriantes palabras: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado? Palabras de profundidad insondable porque
la mente humana no puede llegar a comprender el misterio que para ella
representa que el Padre abandone al Hijo. Creemos por fe que el Hijo se quedó
solo en la cruz porque pagaba el precio de nuestro pecado, pero no podemos
comprender la intensidad “de tal
manera nos ha amado Dios que ha dado a su Hijo para que tengamos vida eterna” .
El Padre abandona momentáneamente al su Hijo para que nosotros nunca nos
encontremos solos y desamparados.
Encontrándose Jesús con sus
discípulos en el aposento alto anunciándoles su muerte inminente, les dice
estas palabras: “Yo rogaré al Padre, y el Padre os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). Esta promesa no la
habría podido cumplir si previamente no hubiese sido desamparado por el Padre,
muerto y resucitado al tercer día conforme a las Escrituras. Jesús sigue
diciendo a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros” (v.18).
El Consolador, el Espíritu Santo hace posible que Jesús en Espíritu esté presente
con su pueblo. La presencia espiritual de Jesús en el creyente hace posible que
encontrándose sentado delante de una persona sin tener nada que decirse le
invada la soledad. El drama del hombre actual es de que en su corazón no tiene
a Jesús. Intenta llenar su alma de espectáculo, de literatura, de viajes, de
todo aquello que el mundo le ofrece para hacerle feliz. A pesar de todo ello la
angustiosa soledad persiste.
Si alguien que diciéndose
cristiano le embarga la soledad, revise su relación con Jesús. Es posible que
no exista aunque sea un cristiano practicante.
ISAÍAS: 43:22
“Y no me invocaste a mí, oh
Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel”
“Yo soy el que borro tus
rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus pecados” (v.23). A pesar
de ser tan grande el amor del Señor por su pueblo Israel, éste le da la espalda
y se gira hacia los baales y otros dioses de humana fabricación. El Señor
implora que se vuelvan a Él. Le oyen con sus oídos, pero no, no quieren saber
de Él. Prefieren seguir en sus caminos de perdición. Les avisa de las
desgracias que les sobrevendrán por su pertinaz rebeldía, pero prefieren
apoyarse en la caña cascada que es el hombre. El débil apoyo es una aguijón que
les atraviesa la carne. Pero el Señor persiste en implorar hasta que ocurre lo
prometido: Israel como nación desaparece del mapa. Nabucodonosor destruye
Jerusalén y con ella el templo, símbolo de la presencia del Señor entre su
pueblo. La misericordia de Dios sigue manifestándose entre los deportados hasta
que el rey Ciro decreta su regreso. Vuelta a empezar hasta el año 70 de nuestra
era en que Roma destruye de nuevo Jerusalén y con ella el templo. Han
transcurrido 2.000 años y el templo de Jerusalén símbolo de la presencia de
Dios en su pueblo sigue sin reconstruirse. Dios se ha hastiado de su pueblo. Su
paciencia tiene un límite. El Israel nacional ha dejado de existir.
Para mí, el Israel actual no
representa ser el pueblo de Dios por la sencilla razón de que el templo sigue
sin reconstruirse y los sacrificios han dejado de ofrecerse. Pero de las ruinas
del Israel nacional surge el Israel espiritual, el que es de la fe de Abraham.
Esta descendencia de Abraham siempre ha existido a lo largo de la historia,
incluso antes de que Abraham existiese. Dios siempre ha tenido a sus siete mil
que no han hincado la rodilla ante los baales. El pueblo de Dios hoy lo es la
Iglesia, no una institución, sea cual sea el nombre que lleve, sino el conjunto
de los de los verdaderos hijos de Abraham que puedan encontrase en el seno de
una iglesia o fuera de ella. A quienes son hijos de Abraham por la fe en Cristo
el texto de Isaías les recuerda que no deben cansarse del Señor porque es quien
borra sus rebeliones y no se acuerda de sus pecados. La manera tan grande de amar Dios a su pueblo le hizo dar a
su Hijo unigénito para que con su sangre todos sus pecados les fuesen borrados.
Este hecho se recuerda de una manera especial cuando los creyentes se reúnen para celebrar la Cena del Señor para
que sus hijos no se cansen de Él y, si lo han hecho se vuelvan a Él porque
grande es su misericordia.
Octaviperenyacortina222.blogspot.com
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