dilluns, 11 de març del 2013


JUAN 16:32


“Y me dejaréis solo, pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo”


La soledad es un gran problema para las personas. Podemos estar rodeados de gente pero nos encontramos solos. Una escena de una película ilustra la soledad humana. Una pareja están sentados frente a frente en un restaurante. Otra pareja se fijan en ellos y uno le dice al otro: ¿Cómo puede ser posible que dos personas estén sentadas en una misma mesa sin hablarse? La respuesta que recibe es: “Están casados”. La respuesta nos puede hacer sonreír pero es el reflejo del drama humano de la soledad. Nos encontramos solos en medio de la multitud. Esta situación es muy engorrosa.

Jesús dice a sus discípulos:”Me dejaréis solo, pero no estoy solo porque el Padre está conmigo”. En el momento en que Jesús estaba dando su vida para salvación del pueblo de Dios pronuncia estas escalofriantes palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Palabras de profundidad insondable porque la mente humana no puede llegar a comprender el misterio que para ella representa que el Padre abandone al Hijo. Creemos por fe que el Hijo se quedó solo en la cruz porque pagaba el precio de nuestro pecado, pero no podemos comprender la intensidad  “de tal manera nos ha amado Dios que ha dado a su Hijo para que tengamos vida eterna” . El Padre abandona momentáneamente al su Hijo para que nosotros nunca nos encontremos solos y desamparados.

Encontrándose Jesús con sus discípulos en el aposento alto anunciándoles su muerte inminente, les dice estas palabras: “Yo rogaré al Padre, y el Padre os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). Esta promesa no la habría podido cumplir si previamente no hubiese sido desamparado por el Padre, muerto y resucitado al tercer día conforme a las Escrituras. Jesús sigue diciendo a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros” (v.18). El Consolador, el Espíritu Santo hace posible que Jesús en Espíritu esté presente con su pueblo. La presencia espiritual de Jesús en el creyente hace posible que encontrándose sentado delante de una persona sin tener nada que decirse le invada la soledad. El drama del hombre actual es de que en su corazón no tiene a Jesús. Intenta llenar su alma de espectáculo, de literatura, de viajes, de todo aquello que el mundo le ofrece para hacerle feliz. A pesar de todo ello la angustiosa soledad persiste.

Si alguien que diciéndose cristiano le embarga la soledad, revise su relación con Jesús. Es posible que no exista aunque sea un cristiano practicante.


ISAÍAS: 43:22


“Y no me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel”

“Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus pecados” (v.23). A pesar de ser tan grande el amor del Señor por su pueblo Israel, éste le da la espalda y se gira hacia los baales y otros dioses de humana fabricación. El Señor implora que se vuelvan a Él. Le oyen con sus oídos, pero no, no quieren saber de Él. Prefieren seguir en sus caminos de perdición. Les avisa de las desgracias que les sobrevendrán por su pertinaz rebeldía, pero prefieren apoyarse en la caña cascada que es el hombre. El débil apoyo es una aguijón que les atraviesa la carne. Pero el Señor persiste en implorar hasta que ocurre lo prometido: Israel como nación desaparece del mapa. Nabucodonosor destruye Jerusalén y con ella el templo, símbolo de la presencia del Señor entre su pueblo. La misericordia de Dios sigue manifestándose entre los deportados hasta que el rey Ciro decreta su regreso. Vuelta a empezar hasta el año 70 de nuestra era en que Roma destruye de nuevo Jerusalén y con ella el templo. Han transcurrido 2.000 años y el templo de Jerusalén símbolo de la presencia de Dios en su pueblo sigue sin reconstruirse. Dios se ha hastiado de su pueblo. Su paciencia tiene un límite. El Israel nacional ha dejado de existir.

Para mí, el Israel actual no representa ser el pueblo de Dios por la sencilla razón de que el templo sigue sin reconstruirse y los sacrificios han dejado de ofrecerse. Pero de las ruinas del Israel nacional surge el Israel espiritual, el que es de la fe de Abraham. Esta descendencia de Abraham siempre ha existido a lo largo de la historia, incluso antes de que Abraham existiese. Dios siempre ha tenido a sus siete mil que no han hincado la rodilla ante los baales. El pueblo de Dios hoy lo es la Iglesia, no una institución, sea cual sea el nombre que lleve, sino el conjunto de los de los verdaderos hijos de Abraham que puedan encontrase en el seno de una iglesia o fuera de ella. A quienes son hijos de Abraham por la fe en Cristo el texto de Isaías les recuerda que no deben cansarse del Señor porque es quien borra sus rebeliones y no se acuerda de sus pecados. La manera tan  grande de amar Dios a su pueblo le hizo dar a su Hijo unigénito para que con su sangre todos sus pecados les fuesen borrados. Este hecho se recuerda de una manera especial cuando los creyentes  se reúnen para celebrar la Cena del Señor para que sus hijos no se cansen de Él y, si lo han hecho se vuelvan a Él porque grande es su misericordia.

 

Octaviperenyacortina222.blogspot.com

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada