MARATÓN ESPIRITUAL
Pan y circo ofrecen los gobernantes para que los
ciudadanos se distraigan y no se acuerden de los desastres que cometen
El deporte tal como lo
presentan los medios de comunicación básicamente es un gran negocio que genera muchas
ganancias. El efecto mimetismo tiene la facultad de incitar a la infancia a
dedicarse al deporte profesional con la esperanza de los padres que sus hijos
se conviertan en cracs que amasan fortunas. En el camino del éxito muchos son
quienes caen en la cuneta. La esperanza de convertirse en ídolo se desvanece
con la misma facilidad con que lo hace la neblina al despertarse el sol. No es
del deporte de élite del que vamos a tratar. Me referiré al ejercicio corporal
que no necesita gimnasios para practicarlo. Ni costosos equipos mecánicos que según la publicidad curan todos los
males habidos y por haber. Me referiré a los sencillos ejercicios que pueden
practicarse en el domicilio, sin necesidad de desplazamientos ni dispendios
económicos. El único inconveniente que tiene el ejercicio domiciliario es que
al ser secreto el practicante no puede vanagloriarse de ir a centros públicos,
lo cual da prestigio. Hecha esta salvedad vayamos al grano.
La Biblia dice: “El
ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Timoteo 4: 8). No dice que no
tiene ningún valor. Es útil en la vida presente porque contribuye a conservar
la salud física y a mantener la movilidad. No ejercerlo avanza la dependencia.
La Biblia nos habla del
hombre interior y del exterior. El interior puede renovarse. El exterior con
mayor o menor velocidad se desgasta. Es de estas dos características del hombre
las que trataremos de ahora en adelante: “No mires a su parecer, ni a lo grande
de su estatura, porque yo lo desecho, porque el Señor no mira lo que mira el
hombre, porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor
mira el corazón” (1 Samuel 16: 1). Este texto debería hacernos pensar pues
contiene las dos características del hombre. El hombre natural mira lo que
tiene ante sus ojos, es decir, el cuerpo e ignora lo que no se ve que es el
alma. La causa de dicha distorsión se debe a que por nacimiento de mujer nace
espiritualmente muerto. Para él lo espiritual no existe. La insensibilidad
espiritual le conduce a dos extremos. El uno lo describe perfectamente Álvaro Bilbao, sicoterapeuta y
neurosicólogo: “Los expertos recomiendan que la práctica deportiva tiene que
ser siempre racional. Es decir, que no se convierta en una obsesión que pueda
poner en peligro la relación de pareja. Existen personas realmente obsesionadas
con el aspecto físico o la necesidad de hacer deporte. Cuando se convierte en
lo único interfiere en la vida de pareja. Podemos estar ante un problema de
salud menta”. El otro lo exponen las voluminosas barrigas que desestabilizan el
equilibrio de las personas que las transportan. Lo cual manifiesta que a pesar
que el “ejercicio corporal para poco es provechoso”, sí tiene una finalidad.
Desde el momento de la
concepción la vida está determinada. Dios desde antes de la creación del
universo y de todo lo que contiene, guarda en su despacho celestial el Libro de
la Vida en donde están registrados los nombres de todos los redimidos por la
sangre de Jesús. De éstos no se borrará ninguno. En las manos del Señor está la
vida y la muerte, la salud y la enfermedad. Ello no significa que seamos
títeres movidos a voluntad del titiritero. En lo que depende de nosotros
tenemos facultad de incidir en nuestra salud física y espiritual, para bien o
para mal.
La vida cristiana, en el
tiempo presente la Biblia la compara a una competición atlética, poniendo como
modelo las antiguas Olimpiadas griegas en que los atletas competían para ser
galardonados con una corona de laurel. Así lo describe el apóstol Pablo: “¿No
sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno se
lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha,
de todo se abstiene, ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible,
pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a
la ventura, de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo
en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado” (2 Corintios 9: 24-27). El apóstol Pablo corre, golpea porque sabe
con certeza donde está la meta a la que quiere llegar.
Hagamos una pausa y
volvamos al ejercicio corporal. Años ha se le conocía como “gimnasia sueca”.
Eran ejercicios que tenían la finalidad de desentumecer los miembros con lo
cual se conseguía que el envejecimiento se produjese, salvo excepciones, con la
lenta pérdida de la movilidad, con lo cual el final de la existencia terrenal
fuese más saludable. El ejercicio corporal es provechoso tanto para los
incrédulos como para los creyentes. Hecha esta pausa prosigamos con el tema que
nos importa: la maratón espiritual: “Por tanto, no desmayamos, antes aunque
nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva
de día en día, porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un
cada vez más excelente y eterno peso de gloria, no mirando nosotros las coas
que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales,
pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4: 16- 18).
La serpiente, Satanás que
engañó a Eva y por medio de ella a Adán y con él la muerte espiritual y física
de toda su descendencia, Jesús nos hace esta advertencia. “Mas yo os digo,
amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden
hacer. Pero yo os enseñaré a quien debéis temer: Temed a aquel que después de
haber quitado la vida, tiene poder para echar en el infierno, sí, os digo, a
este temed” (Lucas 12: 4, 5). A pesar de que el ejercicio físico no puede
evitar que el cuerpo se convierta en
polvo, la resurrección de Cristo garantiza que el polvo en que se convierten
los cuerpos mortales se transforme en cuerpos espirituales incorruptibles e
inmortales.
Octavi Pereña Cortina
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