ACONECIMIENTOS
IMPREDECIBLES
La Dana
valenciana ha producido innumerables daños materiales y múltiples víctimas
mortales. El temporal ha causado mucho dolor por las pérdidas materiales y por los familiares y amigos fallecidos y
por desconocer el final de los
desparecidos.
Jesús
se refiere a dos hechos catastróficos que sucedieron de improviso. Uno, el
Diluvio Universal. El otro, la destrucción de Sodoma y Gomorra. En ambos casos
las personas “comían, bebían, se casaban
y se daban en casamiento, compraban, vendían, plantaban y edificaban” (Lucas
17: 27, 28). De súbito se produjo la catástrofe.
El
Señor se refiere también a dos hechos luctuosos que no son de la envergadura de los mencionados que asimismo se produjeron
en un abrir y cerrar los ojos. El uno trata “de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.
¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores
que todos los galileos? (Lucas 13: 1). El otro caso que Jesús menciona es
el de “aquellos dieciocho sobre los
cuales cayó la torre de Siloé, y los mató? ¿Pensáis que eran más culpables que
todos los hombres que había en Jerusalén?” (v. 4).
La vida
está saturada de acontecimientos luctuosos sin haberlos anunciado previamente:
Un escalador se desploma. El jabalí que choca contra el vehículo. El ladrón que
invade la vivienda…Cuando tenemos conocimiento de estas noticias escabrosas
instintivamente pensamos: se lo merecían. Y nos quedamos tan panchos. Un runrún
corroe nuestra conciencia que no nos deja dormir que nos lleva a la adicción a
las pastillas.
Jesús
cierra el relato de ambos accidentes imprevistos, diciendo: “Os digo: No, antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente” (v. 5).
A
menudo miramos a la muerte como algo que
no nos va a suceder. La televisión, la radio y los otros medios no se cansan de
repetir hasta la saciedad los efectos de La Dana valenciana. Verlo de lejos no
nos quita ni el sueño ni el hambre. No nos afecta directamente. Las palabras de
Jesús tendrían que sacudir nuestras conciencias: “Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
La muerte espiritual precede a la física. Cuando el corazón deja de latir se
entra en la existencia eterna: Muerte o vida. Si antes de la muerte corporal
uno no se ha arrepentido de sus pecados entra en el acto en la condenación
eterna. No crea el lector que las oraciones, las misas, que los vivos puedan
hacer por ti cuando fallezcas van a sacarte del fatal destino. Una vez
fallecido el contacto con los vivos ya no existe.Unas palabras que Jesús dirige
al lector: “Yo soy la resurrección y la
vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y
cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11: 25, 26).
DEUTERONOMIO 8: 5
“Reconoce asimismo en tu corazón que como
castiga un hombre a su hijo, así el Señor tu Dios te castiga”
Nos
encontramos en tiempo de indisciplina. Por decirlo de otra manera: sin ley.
Impera el individualismo. Cada uno hace lo que mejor le parece. La anarquía
social se ha convertido en desorganización
política. A Dios no le place la “ley del oeste”. El orden es el
principio de una sociedad civilizada. El principio del orden consiste en amar
al prójimo como a uno mismo. Si se tuviese en cuenta que el amor al prójimo es
un regalo de Dios no ocurrirían las barbaridades
que se cometen en la que consideramos ser a una sociedad civilizada. La
incivilidad también se muestra en la calle: cagadas y orinadas de perro, que la
ensucian. Contenedores y coches incendiados por quienes protestan por la causa
que sea. Zonas turísticas de montaña convertidas en estercoleros por quienes
dicen que aman la naturaleza. Maestros y sanitarios afrentados por alumnos y
pacientes…Y imperio de la ley y el orden desaparecen. ¿Hasta dónde llegaremos?
No con
amenazas, sino con dulzura, porque no puede ser de otra manera, Dios intenta
corregirnos de nuestra manera indeseable de corregirnos. Si alguien dice que el
tema de la disciplina no le concierne es porque no se mira en el espejo. La
madrasta de Blanca Nieves al mirarse al espejo no veía su fealdad. Con la
dulzura que le caracteriza, Dios intenta corregirnos, diciéndonos: “Reconoce asimismo en tu corazón que como
castiga un hombre a su hijo, así el Señor tu Dios te castiga”. Existe, pero
una distancia abismal entre el castigo que los padres infligen a sus hijos y el
que el Padre celestial aplica a los suyos: “Habéis
olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío no
menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por
Él, porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por
hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos, porque ¿qué hijo
es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si os deja sin disciplina, de la
cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por
otra parte, teníamos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y
los venerábamos, por qué no obedeceremos
mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos”? (Hebreos 12: 5-9).
Hoy,
cuando las relaciones familiares se han convertido en tóxicas, prestemos
atención a la recomendación que el apóstol Pablo dirige tanto a los padres como
a los hijos: “Hijos obedeced en el Señor
a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es
el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida
sobre la Tierra. Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino
criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6. 1-4). El lema
“la letra con sangre entra” no tiene cabida en la educación de los hijos.
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