diumenge, 17 de novembre del 2024

 

ACONECIMIENTOS IMPREDECIBLES

La Dana valenciana ha producido innumerables daños materiales y múltiples víctimas mortales. El temporal ha causado mucho dolor por las pérdidas materiales  y por los familiares y amigos fallecidos y por desconocer  el final de los desparecidos.

Jesús se refiere a dos hechos catastróficos que sucedieron de improviso. Uno, el Diluvio Universal. El otro, la destrucción de Sodoma y Gomorra. En ambos casos las personas “comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, compraban, vendían, plantaban y edificaban” (Lucas 17: 27, 28). De súbito se produjo la catástrofe.

El Señor se refiere también a dos hechos luctuosos que no son de la  envergadura  de los mencionados que asimismo se produjeron en un abrir y cerrar los ojos. El uno trata “de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios. ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? (Lucas 13: 1). El otro caso que Jesús menciona es el de “aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé, y los mató? ¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que había en Jerusalén?” (v. 4).

La vida está saturada de acontecimientos luctuosos sin haberlos anunciado previamente: Un escalador se desploma. El jabalí que choca contra el vehículo. El ladrón que invade la vivienda…Cuando tenemos conocimiento de estas noticias escabrosas instintivamente pensamos: se lo merecían. Y nos quedamos tan panchos. Un runrún corroe nuestra conciencia que no nos deja dormir que nos lleva a la adicción a las pastillas.

Jesús cierra el relato de ambos accidentes imprevistos, diciendo: “Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”  (v. 5).

A menudo  miramos a la muerte como algo que no nos va a suceder. La televisión, la radio y los otros medios no se cansan de repetir hasta la saciedad los efectos de La Dana valenciana. Verlo de lejos no nos quita ni el sueño ni el hambre. No nos afecta directamente. Las palabras de Jesús tendrían que sacudir nuestras conciencias: “Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. La muerte espiritual precede a la física. Cuando el corazón deja de latir se entra en la existencia eterna: Muerte o vida. Si antes de la muerte corporal uno no se ha arrepentido de sus pecados entra en el acto en la condenación eterna. No crea el lector que las oraciones, las misas, que los vivos puedan hacer por ti cuando fallezcas van a sacarte del fatal destino. Una vez fallecido el contacto con los vivos ya no existe.Unas palabras que Jesús dirige al lector: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11: 25, 26).


 

DEUTERONOMIO 8: 5

“Reconoce asimismo en tu corazón que como castiga un hombre a su hijo, así el Señor tu Dios te castiga”

Nos encontramos en tiempo de indisciplina. Por decirlo de otra manera: sin ley. Impera el individualismo. Cada uno hace lo que mejor le parece. La anarquía social se ha convertido en desorganización  política. A Dios no le place la “ley del oeste”. El orden es el principio de una sociedad civilizada. El principio del orden consiste en amar al prójimo como a uno mismo. Si se tuviese en cuenta que el amor al prójimo es un regalo de Dios  no ocurrirían las barbaridades que se cometen en la que consideramos ser a una sociedad civilizada. La incivilidad también se muestra en la calle: cagadas y orinadas de perro, que la ensucian. Contenedores y coches incendiados por quienes protestan por la causa que sea. Zonas turísticas de montaña convertidas en estercoleros por quienes dicen que aman la naturaleza. Maestros y sanitarios afrentados por alumnos y pacientes…Y imperio de la ley y el orden desaparecen. ¿Hasta dónde llegaremos?

No con amenazas, sino con dulzura, porque no puede ser de otra manera, Dios intenta corregirnos de nuestra manera indeseable de corregirnos. Si alguien dice que el tema de la disciplina no le concierne es porque no se mira en el espejo. La madrasta de Blanca Nieves al mirarse al espejo no veía su fealdad. Con la dulzura que le caracteriza, Dios intenta corregirnos, diciéndonos: “Reconoce asimismo en tu corazón que como castiga un hombre a su hijo, así el Señor tu Dios te castiga”. Existe, pero una distancia abismal entre el castigo que los padres infligen a sus hijos y el que el Padre celestial aplica a los suyos: “Habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos, porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, teníamos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los  venerábamos, por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos”?  (Hebreos 12: 5-9).

Hoy, cuando las relaciones familiares se han convertido en tóxicas, prestemos atención a la recomendación que el apóstol Pablo dirige tanto a los padres como a los hijos: “Hijos obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la Tierra. Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6. 1-4). El lema “la letra con sangre entra” no tiene cabida en la educación de los hijos.

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