diumenge, 25 d’agost del 2024

 

SALMO 66: 10

“Porque tú nos has probado, oh Dios, y nos has afinado como se afina la plata”

Las cosas no son siempre como deseamos. Sí. Se dan cosas desfavorables que son castigo de Dios  como consecuencia de nuestro pecado. Cuando las situaciones desagradables se deben a que son castigos de Dios, quienes las padecen no son hijos de Dios. Las cosas son distintas cuando son los hijos de Dios quienes las sufren: “Y habéis olvidado la exhortación que como hijos se os dirige: Hijo mío no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cundo eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12: 5, 6). Este texto va acompañado de una referencia a la disciplina que los padres imponen a los hijos que muchas veces la ejecutan como mejor les parece, sin equidad. En cambio la disciplina que el Padre celestial impone a sus hijos “es para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Si Dios no nos disciplina es que somos bastardos y no hijos” (vv. 7-10).

El autor del tema de la disciplina finaliza su exhortación con estas palabras: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza, pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (v.11).

Este texto que comentamos bien seguro que escandalizará a muchos padres que no disciplinan a sus hijos, que los consienten. Lo hacen así porque según ellos  aman a sus hijos. Si Dios no disciplinase a sus hijos sería porque los consideraría bastardo. Este comportamiento de Dios nos  tendría que hacer ruborizarnos de vergüenza por no cumplir con la obligación de disciplinar a los hijos cuando su comportamiento extraviado así lo requiera.

El salmista en el texto que comentamos, aunque no lo diga explícitamente, reconoce la bondad del Padre celestial por haberle probado y refinado como se afina la plata. Si fuésemos perfectos  la disciplina sería innecesaria. Siendo pecadores somos oro en bruto. Estamos revestidos de mucha escoria, siendo necesario pasar de vez en cuando por el crisol “para que por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1: 6, 7). Gracias a la disciplina del Señor, cuando Jesús venga en su gloria a buscar a su pueblo y el pecado haya dejado de residir en nosotros y la muerte definitivamente vencida, entonces resplandeceremos como el sol en su máximo esplendor.


 

MATEO 7: 21

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”

Todas las religiones que no se ajustan a las enseñanzas de la Biblia fomentan la religiosidad externa y consideran que tal “religiosidad popular”  es una muestra de fe genuina, según las autoridades religiosas.

Citando Jesús a Isaías 29: 13, dice: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15: 8, 9). Jesús considera hipócritas a quienes “enseñan como doctrinas mandamientos de hombres”. También a quienes las creen pues su obligación es contrastar con la Biblia las enseñanzas que imparten los maestros de religión. Indiscutiblemente la responsabilidad es mucho mayor en quienes a conciencia venden las doctrinas de los hombres como si fuesen Palabra de Dios.

La segunda parte del texto que comentamos dice: “Sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Es la pregunta del millón: ¿Quién puede hacer la voluntad del Padre celestial? Según la Biblia únicamente quienes por la fe en Jesús y por la unción del Espíritu Santo se han convertido en hijos de Dios por adopción (Gálatas 4: 5, 6). Habiendo sido convertidos en hijos de Dios el árbol malo ha sido convertido en uno de bueno que se conoce por el fruto bueno que da (Lucas 6: 43, 45).

La práctica religiosa de quienes no son hijos de Dios la hacen para satisfacer a su sensualidad. En cambio la que practican los verdaderos hijos de Dios, a pesar de ser imperfecta momentáneamente, la realizan para agradecer la bondad y misericordia de Dios. No para alimentar a su amor propio y no vanagloriarse en sus supuestas buenas obras.

 

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