diumenge, 11 d’agost del 2024

 

0SEAS 4: 6

“Mi pueblo fue destruido porque le faltó el conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio, y porque olvidaste la Ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”

Oseas profetiza contra el pueblo de Dios. Lo que dice es perfectamente aplicable a todos los pueblos. Pues la Palabra de Dios no hace preferencias. Por ser descendencia de Adán, del cual todos  procedemos, todos sin excepción alguna participamos de su desobediencia. “De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2: 16, 17). Adán comió el fruto del árbol prohibido. Al instante murió espiritualmente. Físicamente “vivió novecientos treinta años, y murió” (Génesis 5: 5). A partir de aquel instante al hombre  le faltó el conocimiento. La primera manifestación de la pérdida del discernimiento la encontramos en Caín, el primogénito de Adán que mató a su hermano Abel (Génesis 4: 8). Dios que observa atentamente todo lo que sucede en la Tierra, “vio que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, ya que todo designio de los pensamientos de sus corazones era de continuo solamente el mal” (Génesis 6: 5). Y así llegamos hasta nuestros días en que Dios sigue destruyendo las naciones por medio de la maldad de los hombres, debido a su falta de conocimiento.

Dios enviaba a profetas que invitaban a los hombres a volverse a Él con el propósito que recibiesen conocimiento. No quisieron escuchar. Por último Dios nos habla por medio de su Hijo Jesús. Los sacerdotes, los depositarios de la Ley movidos por el odio que sentían hacia Él porque desenmascaraba su hipocresía, lo crucificaron. Su amor por los hombres permanece inalterable. Una vez Jesús resucitase y antes de ascender a los cielos, mandó a los suyos que enseñasen a los hombres que guardasen todas las cosas que yo os he mandado (Mateo 28: 20). Los hombres siguen faltos de conocimiento porque no escuchan ni obedecen las instrucciones que los hijos de Dios transmiten siguiendo el mandato de Jesús. Por la falta de conocimiento la Religión se prostituye enseñando falsas doctrinas que conducen a los hombres a hundirse en la ciénaga de la corrupción: “Porque te olvidaste de la Ley de Dios y yo me olvidaré de tus hijos”. Nos guste o no, desechar las instrucciones de Dios tienen sus consecuencias negativas. El vacío que produce en el alma la ausencia de Dios lo ocupa Satanás y sus diablos que al sustituir el conocimiento por la necedad que nos impulsa a cometer todas las barbaridades que los medios de comunicación se encargan de hacérnoslas saber

Lector, si te has de volver vuélvete a Jesús que es amplio en perdonar y llenará tu alma con el conocimiento que te llenará de gozo y la esperanza de la vida eterna..


 

JUAN 6: 35

“Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida, el que a Mí viene no tendrá hambre, y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”

Jesús que no es ni bobo ni beato. No se deja tomar el pelo. Hoy al ver a las multitudes que se concentran en la plaza de San Pedro en el Vaticano, los papistas se apresuran a anunciar que millares de fieles se han reunido para ver al Papa. Estas masivas concentraciones de personas religiosas, ¿son verdaderos creyentes? Jesús a diferencia del Papa que hacía milagros: curaba a ciegos, a leprosos, liberaba a personas de posesión satánica,  devolvía la vista a los ciegos… ¿Qué pensaba Jesús de estas multitudes que fanáticamente le seguían? He aquí lo que nos dice el evangelio de Juan al respecto: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su Nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, porque Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2: 23-25).

Ahora Jesús se encuentra rodeado de una multitud interesada en Él. Les dice. “De cierto de cierto os digo que me buscais, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna   permanece, la cual el hijo del hombre os dará, porque a Éste señaló Dios el Padre” (Juan 6: 26, 27). La situación es propicia para que Jesús hable del pan de vida. Cuando Jesús conversaba con la samaritana  junto al pozo era lógico que saliese a relucir que Él es el agua viva que apaga la sed espiritual. Con esta multitud interesada en el maná que sus padres cada mañana recogían y se saciaban y finalmente morían. Es también lógico que Jesús tenga que referirse a sí mismo: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma, no muera. Yo soy el pan vivo que desciende del cielo, si alguien come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo” (vv. 49, 51).

A medida que el cristianismo se va diluyendo en el paganismo las palabras que Jesús dice: “son espíritu y son vida”, pierden su sentido figurado y se convierten en literales. No debería extrañarnos, pues, que los incrédulos consideren caníbales a quienes se consideran cristianos y que en la comunión ingieren lo que se supone ser el verdadero cuerpo  de Jesús.

Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente” (Juan 11: 25, 26). Estas palabras Jesús las dice a Marta cuyo hermano ya llevaba cuatro días muerto. Jesús le pregunta a la mujer: “¿Crees esto?” La mujer afirma que sí. ¿Qué cree el lector?

 

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