0SEAS 4: 6
“Mi pueblo fue destruido porque le faltó el
conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del
sacerdocio, y porque olvidaste la Ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus
hijos”
Oseas
profetiza contra el pueblo de Dios. Lo que dice es perfectamente aplicable a
todos los pueblos. Pues la Palabra de Dios no hace preferencias. Por ser
descendencia de Adán, del cual todos
procedemos, todos sin excepción alguna participamos de su desobediencia.
“De todo árbol del huerto podrás comer,
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de
él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2: 16, 17). Adán comió el fruto del
árbol prohibido. Al instante murió espiritualmente. Físicamente “vivió novecientos treinta años, y murió”
(Génesis 5: 5). A partir de aquel instante al hombre le faltó el conocimiento. La primera
manifestación de la pérdida del discernimiento la encontramos en Caín, el
primogénito de Adán que mató a su hermano Abel (Génesis 4: 8). Dios que observa
atentamente todo lo que sucede en la Tierra,
“vio que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, ya que todo designio
de los pensamientos de sus corazones era de continuo solamente el mal” (Génesis
6: 5). Y así llegamos hasta nuestros días en que Dios sigue destruyendo las
naciones por medio de la maldad de los hombres, debido a su falta de
conocimiento.
Dios
enviaba a profetas que invitaban a los hombres a volverse a Él con el propósito
que recibiesen conocimiento. No quisieron escuchar. Por último Dios nos habla
por medio de su Hijo Jesús. Los sacerdotes, los depositarios de la Ley movidos
por el odio que sentían hacia Él porque desenmascaraba su hipocresía, lo
crucificaron. Su amor por los hombres permanece inalterable. Una vez Jesús
resucitase y antes de ascender a los cielos, mandó a los suyos que enseñasen a
los hombres que guardasen todas las cosas que yo os he mandado (Mateo 28: 20).
Los hombres siguen faltos de conocimiento porque no escuchan ni obedecen las
instrucciones que los hijos de Dios transmiten siguiendo el mandato de Jesús.
Por la falta de conocimiento la Religión se prostituye enseñando falsas
doctrinas que conducen a los hombres a hundirse en la ciénaga de la corrupción:
“Porque te olvidaste de la Ley de Dios y
yo me olvidaré de tus hijos”. Nos guste o no, desechar las instrucciones de
Dios tienen sus consecuencias negativas. El vacío que produce en el alma la
ausencia de Dios lo ocupa Satanás y sus diablos que al sustituir el conocimiento
por la necedad que nos impulsa a cometer todas las barbaridades que los medios
de comunicación se encargan de hacérnoslas saber
Lector,
si te has de volver vuélvete a Jesús que es amplio en perdonar y llenará tu
alma con el conocimiento que te llenará de gozo y la esperanza de la vida
eterna..
JUAN 6: 35
“Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida, el
que a Mí viene no tendrá hambre, y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”
Jesús
que no es ni bobo ni beato. No se deja tomar el pelo. Hoy al ver a las multitudes
que se concentran en la plaza de San Pedro en el Vaticano, los papistas se
apresuran a anunciar que millares de fieles se han reunido para ver al Papa.
Estas masivas concentraciones de personas religiosas, ¿son verdaderos
creyentes? Jesús a diferencia del Papa que hacía milagros: curaba a ciegos, a
leprosos, liberaba a personas de posesión satánica, devolvía la vista a los ciegos… ¿Qué pensaba
Jesús de estas multitudes que fanáticamente le seguían? He aquí lo que nos dice
el evangelio de Juan al respecto: “Estando
en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su Nombre, viendo
las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a
todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, porque
Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2: 23-25).
Ahora
Jesús se encuentra rodeado de una multitud interesada en Él. Les dice. “De cierto de cierto os digo que me buscais,
no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os
saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a
vida eterna permanece, la cual el hijo del hombre os dará, porque a Éste señaló
Dios el Padre” (Juan 6: 26, 27).
La situación es propicia para que Jesús hable del pan de vida. Cuando Jesús
conversaba con la samaritana junto al
pozo era lógico que saliese a relucir que Él es el agua viva que apaga la sed
espiritual. Con esta multitud interesada en el maná que sus padres cada mañana
recogían y se saciaban y finalmente morían. Es también lógico que Jesús tenga
que referirse a sí mismo: “Vuestros
padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que
desciende del cielo, para que el que de él coma, no muera. Yo soy el pan vivo
que desciende del cielo, si alguien come de este pan, vivirá para siempre, y el
pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo” (vv. 49,
51).
A
medida que el cristianismo se va diluyendo en el paganismo las palabras que
Jesús dice: “son espíritu y son vida”,
pierden su sentido figurado y se convierten en literales. No debería
extrañarnos, pues, que los incrédulos consideren caníbales a quienes se
consideran cristianos y que en la comunión ingieren lo que se supone ser el
verdadero cuerpo de Jesús.
“Yo soy la resurrección y la vida, el que
cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no
morirá eternamente” (Juan 11: 25, 26). Estas palabras Jesús las dice a
Marta cuyo hermano ya llevaba cuatro días muerto. Jesús le pregunta a la mujer:
“¿Crees esto?” La mujer afirma que
sí. ¿Qué cree el lector?
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