ORGULLO NACIONAL
Tenemos que hilar muy fino cuando enseñemos a
nuestros hijos
En el escrito “A rezar
por el futbol” que escribe María-Paz
López, la escritora redacta: “Los cristianos ven en la Eurocopa una fiesta
deportiva que encaja con valores”. El deporte de élite no es tan bueno como se
le vende. El apóstol Pablo nos transmite una señal de alerta: “Porque el
ejercicio corporal para poco es provechoso. Pero la piedad todo aprovecha, pues
tiene promesa de esta vida presente y de la venidera” (1 Timoteo 4: 8). No
tenemos que ver en las palabras del apóstol un negacionismo de los beneficios
saludables que aportan los ejercicios físicos no profesionales. De la misma
manera que aconseja a su discípulo Timoteo: “y no bebas agua, sino toma un poco
de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes dolencias” (1 Timoteo 5:
23). A pesar del mal uso que se hace del vino el apóstol no le quita su valor
terapéutico en según qué ocasiones. A pesar que “el ejercicio corporal para
poco es provechoso”, los verdaderos cristianos tenemos que aprovecharnos de sus
beneficios terapéuticos. Por la fe en Cristo y por la misericordia del Padre
celestial, los cuerpos de los cristianos se convierten en templo de Dios por el
Espíritu Santo que mora en ellos. En lo que dependa de nosotros tenemos que
mantener sano el cuerpo para gloria de Dios, para el propio bienestar y por la
bienandanza social. El ejercicio corporal juega su papel en conservar sano el cuerpo.
Hecha esta distinción,
aprovechemos la ocasión que nos brinda la Eurocopa y los Juegos Olímpicos en
Francia para hablar del deporte de élite y profesional. El deporte profesional
es muy exigente. Requiere superar marcas
previamente conseguidas, lo cual genera graves problemas de salud mental y
física en los deportistas. Ello nos mueve a preguntarnos: ¿Vale la pena pagar
un precio tan alto para conseguir una medalla de oro? La respuesta tienen que
darla los deportistas que se accidentan y que enferman mentalmente.
El deporte de élite no es
solamente una cuestión individual del deportista. El Estado está muy interesado
en meter la nariz en el asunto para convertirlo en razón de Estado. El
rendimiento deportivo y las medallas que
le acompañan es motivo de orgullo nacional. Este orgullo se nutre de los
deportistas que físicamente quedan tullidos y mentalmente afectados en el
camino a subir al podio.
Dos textos bíblicos que
ponen en el lugar que le corresponde al desmesurado valor que se le da a la
Nación: “He aquí que las naciones le son (a Dios) como gota de agua que cae del
cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas, he aquí que hace
desaparecer las islas como polvo” (Isaías 40: 15). “Como nada son las naciones
delante de Él (Dios), y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y
que lo que no es” (Isaías 40: 17). De manera muy clara Dios valora a las
naciones como ceros en la izquierda. En el momento en que los deportistas
reciben las medallas se les vitorea como héroes nacionales. El triunfo se
celebra con el despliegue de banderas y los excesos etílicos de no pocos
seguidores nacionalistas. Toda esta euforia nacionalista no cambia la situación
de las naciones que los deportistas con su esfuerzo sobrehumano llevan a la
gloria: "La justicia enaltece a la nación, pero el pecado es el oprobio de
los pueblos” (Proverbios 14: 34).
Charles De Gaulle
distingue entre patriotismo y nacionalismo, al decir: “Patriotismo es amar a tu
país, nacionalismo es odiar el de los otros”. Las ideologías nacionalistas
justifican cualquier tipo de crímenes. Si la ideología ordenas ejecutar algún
tipo de fechoría, deja de ser infracción. Esto es terrible y más cuando los
jueces que tienen que impartir justicia si están controlados por alguna
ideología no dictan sentencias justas.
Los nacionalismos
excluyentes son fruto del pecado. Desde el inicio de la historia hasta el fin
del tiempo siempre han existido “los valientes que desde la antigüedad fueron
varones de renombre” (Génesis 6: 4) que crean nacionalismos, sean de derechas o
de izquierdas, no importa. Impiden que los pueblos vivan en paz. Ello se debe a
que detrás de los nacionalismos excluyentes se encuentra Satanás, el príncipe
de este mundo, que convierte a los “varones de renombre” en marionetas que
mueve a su antojo, impidiendo que se alcance una paz duradera.
Si no se entiende la
existencia de Satanás y de sus demonios no se puede comprender cómo no se
consigue la paz a pesar de los muchos esfuerzos que se hacen para conseguirla.
Esta es la razón por la que pueblos civilizados (¿cristianos?) sean tan
vulnerables al veneno de la barbarie. “Los pueblos y el acero tienen un brillo
superficial” (Antoine Riverd). Cuando los símbolos nacionales se convierten en
dioses hace que los grandes ideales lleven a la personas a descansar en grandes
cementerios.
Octavi Pereña Cortina
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