LUCAS 19: 2-4
“Y Zaqueo …procuraba ver quien era Jesús,
pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura”
La fama
de Jesús se extendía como reguero de pólvora. Atraía multitudes. Muchos de sus
“fans” iban tras de Él para sacar tajada: Los alimentaba, curaba sus
enfermedades. Los hosannas que entonaban a su paso no le hacían perder la
cabeza ya que no se fiaba de ellos porque sabía lo que había en sus corazones.
Lo secreto salió a la luz cuando después de alimentar a una multitud, Jesús entendió “que iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey”
(Juan 6: 15). Pero no todos sus seguidores eran unos aprovechados. Le seguían
porque le amaban.
Zaqueo
que era jefe de los cobradores de impuestos. Al oír que Jesús andaba cerca
abandonó el lugar donde cobraba los impuestos
porque quería ver a Jesús. Había oído hablar de Él, pero no le había
visto nunca. Por el contexto sabemos que el deseo de Zaqueo de ver a Jesús era
sincero. Era tan profundo el interés de Zaqueo de ver a Jesús que se puso de
manifiesto cuando por ser pequeño de estatura la multitud no le permitía verle.
Ni corto ni perezoso se avanzó al paso de la comitiva que seguía al Señor para subirse en un árbol.
Jesús llega donde Zaqueo estaba, se detiene y mirando hacia arriba, le dijo: “Zaqueo date prisa, desciende, porque hoy es
necesario que me hospede en tu casa” (v. 5). Zaqueo no es un número. Es una
persona concreta a la que Jesús llama por su nombre. Jesús a todos los que de
verdad se interesan por Él, los saca del anonimato de la multitud. Los llama
por su nombre.
Date
prisa Zaqueo, es necesario que me hospede en tu casa. El texto no lo explicita,
pero los que murmuraban contra Jesús por
haber ido a hospedarse en casa de un hombre pecador, bien seguro que fueron los
sacerdotes y los fariseos que eran los mandamases en la lucha para
desprestigiar a Jesús. Los murmullos sirven para esclarecer quien es Zaqueo.
Jesús lo deja bien claro cuando dice: “Hoy
ha venido la salvación a esta casa, por
cuanto él también es hijo de Abraham.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había
perdido” (vv. 9, 10).
Los
fariseos eran aquellos religiosos que cuando iban al templo se colocaban en un
lugar bien visible para decirle a Dios que no eran como aquel despreciado cobrador
de impuestos que en un rincón del
templo, apartado de las miradas de los asistentes confesaba sus pecados a Dios.
Jesús cuando llamó a Mateo, otro cobrador de impuestos, dijo. “Los sanos no tienen necesidad de médico,
sino los enfermos…Porque no he venido a llamar, a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento” (Mateo 9: 12, 13).
Si el
lector es un pecador despreciado por las ratas de sacristía, no te preocupes,
cuidará de ti como lo hizo con Zaqueo, Mateo y a todos los pecadores que acuden
a Él.
GENESIS 35: 1
“Dijo Dios a Jacob: levántate y sube a
Bet-el, y quédate allí, y haz un altar al Dios que se te apareció cuando huías
de tu hermano Esaú”
Debido
el tema de la primogenitura Jacob tuvo que abandonar su casa para dirigirse a
Padan-aran de donde procedía su madre rebeca. Pernocta en Bet-el y en sueños
Dios le habla: “No te dejaré hasta que
haya hecho lo que te he dicho” (Génesis 28: 15). El fugitivo llega a la
casa de la familia de su madre. Se casa con Lea y su hermana Raquel. Al cabo de
unos años no exentos de dificultades emprende el regreso a la casa de sus
padres. En el trayecto Dios le dice lo que está escrito en el texto que sirve
de meditación en este comentario. Antes de llegar a Bet-el Jacob pernocta en
Peniel en donde tuvo un encentro con el Señor
que acabó con su conversión a
Dios. (32:22-30). En Peniel Jacob nació de nuevo y comenzó a caminar en novedad
de vida. En Padan-aran prevalecía la idolatría. Ahora que es una nueva criatura
no puede seguir con esta práctica abominable al Señor. Dice a su familia: “Quitad los dioses ajenos que hay entre
vosotros, limpiaos, y mudad vuestros vestidos” (35: 2).
Al
inicio de mi vida como cristiano festejaba con quien sería mi esposa. Creo que
fue un día de Corpus. Como de costumbre contemplamos el paso de la procesión. Al pasar el Santísimo donde
nos encontrábamos los espectadores se arrodillaban ante su paso. No pude
resistirme e hice lo mismo. La acción me hizo sentir terriblemente
apesadumbrado. Después de aquel
incidente no he vuelto a inclinarme nunca ante una imagen. El Espíritu Santo me
ha enseñado la lección.
Llegado
a Bet-el Jacob “hizo un altar al Dios que
me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he
andado” (v. 3).
A
partir de la muerte y resurrección de Jesús se acaban los santuarios a los que
tenían que acudir los fieles para adorar a Dios. Incluso el templo en Jerusalén
que fue el lugar escogido por Dios, símbolo de su presencia entre su pueblo. Su
desaparición la anuncia Jesús en la conversación que mantiene con la
samaritana. La mujer le dice a Jesús: “Nuestros
padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar
donde se debe adorar” (Juan 4: 20). Jesús le responde: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre…Mas la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre es espíritu y en verdad, porque también
el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4: 21, 23, 24).
Un
motivo convincente para este cambio, además del hecho de que Dios es
omnipresente, el creyente en Cristo se ha convertido, como dice el apóstol
Pablo: “¿No sabéis que sois templo de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16). Allí en
donde se encuentre el creyente en Cristo de manera especial está el Señor.
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