diumenge, 19 de maig del 2024

 

JUAN 19: 10

“Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?

¿Dónde radica la soberanía de los pueblos? ¿En el pueblo? ¿En la aristocracia? ¿En la monarquía? La respuesta la encontramos en la parodia judicial a la que se sometió Jesús. Pilato preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Jesús no le respondió. Pilato creyendo ser un todopoderoso por ser el representante de Roma en Judea, le dice a Jesús las palabras que encabezan este comentario. Es entonces cuando Jesús abre la boca para decirle donde reside la autoridad: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada desde arriba, por tanto el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” v. 11). Con estas palabras Jesús certifica que tanto la autoridad del Sanedrín que le juzgó y condenó injustamente durante una  parodia de juicio amparado en nocturnidad y alevosía, reconoce que las autoridades por malvadas que sean han sido puestas por Dios para que hagan su voluntad, lo cual no quita la responsabilidad delos jueces que juzgan injustamente. Todo el curso de la Historia se ha ido desarrollando según los planes de Dios elaborados desde antes de la creación del universo para  que cumplan  en el momento establecido por Dios. La razón no lo entiende, pero la fe en el Señor reconoce que es así.

La Iglesia durante los siglos de oscurantismo enseñaba que los judíos habían matado a Jesús. Durante la Pascua enseñaban a los niños que hiciesen ruido con matracas  a la vez que pronunciaban sentencias antisemitas. Es cierto que las autoridades religiosas judías y las romanas fueron los autores materiales de la  cruel muerte a que se sometió Jesús. Las palabras que escribe el apóstol Pedro desvelan quién fue el verdadero causante de la muerte de Jesús: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro1: 18-20).

Como muy bien escribe el apóstol Pablo: “Sométase toda  persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13: 1). Pueden sorprendernos las palabras del apóstol. Puede que no las entendamos, pero certifican que Dios no ha abdicado de ser el Rey absoluto de la creación y que nada sucede sin su complacencia. Como demuestra la farsa del juicio contra Jesús, tanto las autoridades religiosas judías como las laicas romanas, ignorándolo, con sus actos perversos  estaban ejecutando la voluntad de Dios. Mucho nos duelen las injusticias de la justicia humana. Sabiendo que actúan como brazos ejecutores de la justicia divina, sólo podemos decir: Señor, hágase tu voluntad.


 

GÉNESIS 50: 19

“Y José les dijo: No tengáis miedo, ¿Es que estoy en el lugar de Dios?

La ley del Talión dice: “Ojo por ojo y diente por diente. No es una ley que legalice la venganza sino para mesurar la acción de la Justicia. Las sentencies que dicten los jueces tienen que ser proporcionadas a los delitos. Según la Biblia las únicas personas autorizadas para administrar justicia son los jueces instituidos por Dios por medio de las autoridades instituidas por los hombres. Los jueces humanamente instituidos tienen que reconocer que lo son por decisión divina. Ejercen, pues, una autoridad delegada y que cuando se sienten en el salón de justicia tienen que recordar quien les ha puesto en el lugar tan delicado en que  se encuentran, como lo es la administración de justicia. A su debido tiempo tendrán que responder a cómo han administrado justicia.

José, desde el punto de vista humano tenían motivos más que  suficientes para vengarse de sus hermanos que motivados por el odio que sentían por él le habían vendido como esclavo a unos mercaderes ismaelitas que a su vez le revendieron a Potifar, funcionario de Faraón. Los hermanos de José a su vez engañaron a su padre haciéndole creer que una bestia salvaje había descuartizado a su hijo. Antes de que José se convirtiese en visir de Faraón pasó unos diez años  de esclavitud muy dura.

Después de una serie de circunstancias controladas por Dios para que Egipto y las naciones vecinas no pereciesen de hambre, Jacob padre de José, sus hermanos y familiares se instalaron en Egipto. Jacob ya anciano falleció como les ocurre a todos los seres humanos. El texto que comentamos tiene que ver con la muerte de Jacob. Fallecido el patriarca sus hermanos se dijeron entre ellos: “Quizás nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos” (v. 15). Es ahora cuando José da a sus hermanos la respuesta que comentamos. Como nos encontramos inmersos en un mundo contaminado por el pecado las relaciones humanas siempre son más o menos complicadas. Con mucha frecuencia son injustas. Podemos llegar a comprender pero jamás justificar el machismo de un hombre que para hacer sufrir  a su mujer mata a los hijos ante ella, luego lo hace con ella y al final se suicida. Este no es un caso muy frecuente, pero se da. Si es frecuente que unos hermanos no se hablen por cuestión de la herencia. Son muchas las personas que guardan rencor debido a una injusticia recibida. Quienes ocupan el lugar de Dios quieren hacer justicia en quienes le han perjudicado. Quien quiere administrar justicia sin ser juez reconocido por Dios.  El odio que guarda en el corazón se convierte en un boomerang que se vuelve contra él y le hace añicos. ¡Cuántas dolencias mentales no se padecen por permitir que el odio anide en el corazón!

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