SALMO 119: 143
“Aflicción y angustia se han apoderado de mí,
mas tus mandamientos han sido mi delicia”
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no
temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo, tu vara y tu cayado me infundirán
aliento” (Salmo
23: 4). Cuando David escribe lo hace con la experiencia de haber sido pastor de
ovejas. Cuando el adolescente David se propuso enfrentarse con el temible
Goliat le dijo al rey Saúl que le aconsejaba que no lo hiciese porque no podía
enfrentarse a un experto soldado experimentado en el uso de las armas. El joven
David le dice: “Tu siervo era pastor de
las ovejas de su padre, y cuando venía un león o un oso, y tomaba algún cordero
de la manada, salía yo tras él, y lo libraba de su boca, y si se levantaba
contra mí, yo echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león,
fuese oso, tu siervo lo mataba” (117:
Samuel 17: 34-36).
En
Juan10: 7, 8, Jesús se presenta como el Buen Pastor que da su vida por las
ovejas y hace la distinción entre pastores asalariados y quienes son propietarios de las ovejas. El
pastor asalariado al ver venir el lobo abandona a las ovejas y la bestia las dispersa y las mata. “Así el asalariado huye, porque es
asalariado, y no le importan las ovejas” (vv. 12, 13). Tenemos que hacernos
la pregunta: ¿Cuándo fue que Jesús se convirtió en el Buen Pastor? En la
oración sacerdotal que se encuentra en Juan 17, Jesús dirigiéndose al Padre, le
dice: “He manifestado tu Nombre a los
hombres que del mundo me diste, tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu
palabra” (v. 6). Antes de la creación del mundo el Padre escoge un
determinado número de personas que da a
su Hijo para que en el cumplimiento del tiempo se haga hombre en la
persona de Jesús para salvar al pueblo de Dios de sus pecados (Mateo 1: 21). De
los escogidos del Padre para darlos a su Hijo “cuando estaba con ellos en el mundo yo los guardaba en tu Nombre, a
los que me diste yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió” (v. 12).
Jesús
es el Buen Pastor, no de todos los hombres. Exclusivamente de aquellos que el
Padre dio a su Hijo antes e la creación del mundo para que fuese el Buen Pastor
que da la vida por las ovejas del Padre.
Cuando
el salmista, en el texto que sirve de base para esta meditación escribe: “Aflicción y angustia se han apoderado de
mí”, nos está diciendo que ha habido momentos en su vida en que ha
“andado en valle de sombra de muerte…” y que al reconocer que en estas
situaciones angustiosas Jesús es su Buen
Pastor que le “infunde aliento”.
SALMO 49: 8
“Porque la redención de su alma es de gran
precio y no se logrará jamás”
La
religión, sea la católica o la que se distingue con otro nombre, exige a los
practicantes que para la salvación los fieles tienen que guardar los preceptos
que enseñan. La religión es tan exigente que desde los inicios de la iglesia
apostólica, los judaizantes que fueron los judíos que se hicieron cristianos, a
la salvación que es exclusivamente por la fe en el Nombre de Jesús que
predicaban los apóstoles, se le tenía que añadir: guardar escrupulosamente el
sábado, circuncidarse, es decir, que los gentiles que se habían convertido a
Cristo tenían que convertirse al judaísmo. Esta enseñanza que se introdujo a
hurtadillas en la iglesia apostólica originó fuertes controversias. Finalmente
imperó la verdad. Satanás, el padre de la mentira que fue el instigador de esta
herejía tuvo que retirarse del escenario con el rabo entre las piernas. Pero no
se dio por vencido. En cada época se imagina nuevas variantes de la herejía
para intentar introducirse dentro de las iglesias para atrapar a los fieles en
sus redes. Esta es una lucha que se mantendrá activa hasta el final del tiempo
cuando Satanás y sus diablos serán lanzados en las tinieblas infernales por los
siglos de los siglos.
El
texto que comentamos dice con toda claridad que la redención del alma tiene un
precio tan elevado que no podrá pagarse jamás con obras humanas. Los latigazos
a la espalda duelen mucho. En el fondo lo que se esconde es el engreimiento de
que con ello se va a conseguir el favor de Dios por el sufrimiento corporal,
con prolongados ayunos, peregrinaciones a santuarios de fama. Todo ello no es
nada más que variantes que con obras de justicia propia se va a obtener el
favor de Dios y con él la salvación eterna. Por mucho que se mortifique el
cuerpo hasta enfermar, no se consigue la redención del alma. No se ha
conseguido borrar el pecado original que separa de Dios. El único detergente
que existe en el mercado y que puede borrarlo y sin dejar ninguna huella es la
sangre que Jesús derramó en el Calvario para salvar al pueblo de Dios de sus
pecados (1 juan1: 7).
El
apóstol Pablo escribe algo que tendríamos que tener siempre bien fresco en la
memoria: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios,
y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio, glorificad
pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu los cuales son de Dios”
(1 Corintios 6: 19, 20). Lo que el texto no dice explícitamente es que el gran
precio que se tiene que pagar por la redención del alma, Jesús cuando murió en
la cruz lo pagó. La deuda pendiente con Él ha sido totalmente pagada.
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