HOMBRE ROTO
<b>Someter
el cuerpo a dura disciplina para conseguir autentica sabiduría, no
funciona</b>
“Damos gracias a las grietas para que entre la luz”,
lo ha dicho <b>Leonard Cohen<b>, cantante y poeta, refiriéndose a
su estancia en el monasterio Mount Bodly Zen Center, en donde se sometió a una
durísima disciplina que le ayudo a salir de la esclavitud de los excesos de
alcohol y sexo. <b>Núria Escur</b> que ha recordado la frase de
<b>Cohen</b>:”Porque ahora que no sabemos de dónde sacar fuerzas, a
veces, cada uno en su cabaña, con su oficio a la espalda y el insomnio de cómo
buscar salida a los nuestros, consuelo a los mayores y un mínimo futuro a los
hijos, ahora podemos recorrer a esto”. La periodista se refiere a la terapia
Zen.
<b>Núria
Escur</b> menciona “Otro salvavidas al que agarrarse, es el
<i>kintsugi,</i> la centenaria técnica japonesa que te enseña que
cuando una cosa se rompe no la tienes que tirar jamás a la basura, sino reunirlos
y crear una cosa más fuerte y duradera”. La periodista llega a esta conclusión:
“Cada uno se cura como puede”. La traca final estalla en el aire cuando al
finalizar su escrito <i>Roto por fuera, entero por dentro</i>
<b>Núria Escur</b> hace esta reflexión: “Recuerden, cuando noten
que todo se agrieta a su alrededor los pasos son los siguientes: Caes, te
rompes, te agachas, recoges tus propios pedazos, miras las piezas que quedan,
respiras hondo, coges resina las enganchas como puedes y enlazas el amor de los
tuyos”. ¿Satisface la solución que aporta la periodista? Yo creo que no. Un objeto roto jamás recupera el
valor que tenía antes de romperse por muy bien que se haga la reparación. El
yugo de los preceptos impuesto por las filosofías .orientales no afecta a los cristianos porque sabemos que
“tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro
trato del cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne
(ego)”. (Colosenses 2: 23).
Las
técnicas de meditación orientales tan de moda en nuestros días sirven para
intentar reparar los estropicios que el pecado ha producido en el ser humano.
El arreglo que pueden producir estas técnicas y las drásticas disciplinas
corporales a las que se someten quienes las practican, pueden, como en el caso
de <b>Leonard Cohen<b>, reparar superficialmente la rotura
manifestada en los excesos de alcohol y sexo. Este apaño no le va a devolver a
<b>Cohen</b> el valor que tenía antes de la rotura que se produjo
siglos atrás cuando estando en Adán en el Edén pecó desobedeciendo el
mandamiento de su Creador al comer el fruto del árbol prohibido. Para que la
persona pueda recuperar el valor perdido necesita ser recreada. No que se la
apedace, sino que se la transforme en una nueva criatura. Esta transformación
no la puede producir el hombre. Únicamente puede efectuarla Dios y lo hizo
simbólicamente sacrificando a unos animales, probablemente unos corderos, que
representaban a Jesús que es “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”. Con las pieles de los animales sacrificados cubrió Dios la desnudez en que se encontraban
Adán y Eva. La sangre de los animales sacrificados simboliza la sangre que
Jesús derramó en la cruz que tiene el poder de borrar todos los pecados (1 Juan
1: 7).
Mediante
una imagen artesanal Dios nos ofrece la posibilidad de entender con claridad
meridiana su voluntad de restaurar al hombre
al estado en el que lo había creado. Lo hace mediante la imagen del
alfarero, el artesano que moldeando barro en la rueda crea objetos de utilidad
diversa.
Dios se
dirige al profeta Jeremías, diciéndole: “Levántate, y vete a la casa del
alfarero y allá te haré oír mis palabras” (18: 2). El profeta obedece la orden
de Dios y se dirige al taller del alfarero y explica lo que ve. “Y descendió a
la casa del alfarero, y he aquí, él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de
barro que hacía se echó a perder en su mano, y volvió y la hizo otra vez, según
le pareció mejor hacerla” (vv. 3,4). Ahora, Dios le explica la enseñanza que
quiere impartir con esta imagen
artesanal. Dirigiéndose al profeta, le dice: “¿No podré yo hacer de vosotros
como éste alfarero, oh casa de Israel? Dice el Señor. He aquí que como el barro
en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel” (v.
6).
La
imagen del alfarero moldeando el barro en la rueda nos lleca a la creación del
hombre. El texto la describe así: “Entonces el Señor formó al hombre del polvo
de la tierra, y sopló en su nariz el
aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2: 7). Este relato
da la impresión que el Creador quiere transmitir que Él como Alfarero, del
polvo de la tierra moldeó la imagen del hombre y, soplando en la nariz el
aliento de vida, la imagen inerte se puso en movimiento. El hombre creado a
imagen y semejanza de Dios (1: 26)
apareció en la tierra. El Creador le dice a Adán: Si quieres seguir siendo tal
como te he creado te impongo una condición: “Del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (2.
17). Adán desobedeció a Dios y al instante la valiosa vasija se echó a perder.
“¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero?” Está claro que sí puede. Y
lo hace de manera que su justicia no quede en entredicho. De la misma manera
que la rotura de la valiosísima vasija fue el resultado de una desobediencia
voluntaria, la restauración únicamente es posible si es el resultado de otra
voluntaria decisión: Reconocer la condición de pecador y creer que Jesús es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y creer que su sangre limpia
todos los pecados. Este acto de fe permite que Dios restaure al pecado a un
estado mucho mejor que el que tenía al ser creado. En aquel entonces la
conservación de la imagen de Dios dependía de la obediencia al mandamiento de
no comer el fruto del árbol prohibido. Ahora, la imagen de Dios se va formando
en l creyente en Cristo hasta llegar a su plenitud en el día de la
resurrección. Conservarla ya no depende de la voluntad del hombre que es muy
inestable sino de la de Dios, que es inamovible, que ha determinado que sea así. Nada ni nadie
podrá separar al creyente del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
Octavi Pereña i Cortina
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