diumenge, 12 de febrer del 2023

 

I REYES 17: 18

“Y cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel?

En Israel reina Acab que “que hizo lo malo ante los ojos del Señor, más que todos los que reinaron antes que él” (1 Reyes 16: 30). En un reino inmerso en la impiedad, el profeta Elías hablando en Nombre del Señor Dios de Israel, dice: “Vive el Señor Dios de Israel en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra”(1 Reyes 17: 1). La sequía duró tres años. Nos podemos imaginar el estado deplorable en que se encontraba la tierra después de tan pertinaz sequía. El Señor le dice al profeta: “Vé, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 18: 1). “El hambre era grave en Samaria” (18: 2).

Elías en cumplimiento de la orden que le ha dado el Señor sale al encuentro del monarca. Cuando Elías y Acab se encuentran frente a frente, el rey culpa al profeta de ser el verdadero culpable de la grave hambruna que ha padecido el reino después de tres años de sequía. Tendríamos que tomar buena nota de la respuesta que el profeta le da al rey, porque nos encontramos ante un cambio climático muy amenazador: “Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos del Señor, y siguiendo a los baales”  (v. 18).

En medio de unos tiempos tan convulsos que nos toca vivir, cuando la gente desesperada busca una salida a la crisis, desde la Iglesia Católica que tantos beneficios recibe del Estado, la jerarquía católica mantiene la boca cerrada con cremallera. No se atreve a decir a los gobernantes las duras palabras que el Profeta Elías dijo al rey Acab. Nuestros gobernantes se acusan mutuamente de ser los responsables de la situación actual. La jerarquía católica que mantiene contacto directo con las autoridades civiles mantiene la boca cerrada. El silencio  es acusador. Su complicidad con el Estado le impide hablar. Por otro lado su apostasía le impide hablar en Nombre de un Dios justo que castiga a los infractores de su Ley como Elías lo hizo con Acab. La jerarquía católica con las declaraciones anti bíblicas que enseña no puede presentarse ante la presencia del Señor como lo hacían los profetas que hablaban en Nombre de Dios. No pueden dirigirse ni a las autoridades ni al pueblo denunciando sus pecados, diciéndoles: “El Señor dice”. La degradación moral que prevalece en nuestros días se debe a que hemos abandonado a Dios y a su Ley y la Iglesia Católica no nos llama al arrepentimiento.

Necesitamos hombres como el profeta Jonás al que Dios venció su resistencia de no querer ir a Nínive a predicar un mensaje de arrepentimiento. Las circunstancias que generó el Señor le obligaron a ir a Nínive y predicar el mensaje de arrepentimiento. Nínive tenía treinta días para arrepentirse y alejar la destrucción inminente. Los ninivitas se arrepintieron y la destrucción de la ciudad se prorrogó varios siglos. Volvámonos a Dios con arrepentimiento si es que deseamos recibir sus bendiciones.


 

1 REYES 18: 17

“Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer memoria de mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?”

“Por tu bondad, oh Dios, has provisto al pobre” (Salmo 68: 10).

Durante tres largos años Israel padece una dura sequía. El Señor manda a Elías que se dirija a Serepta de Sidón, país gentil  y pagano “porque yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). La palabra que sale de la boca del Señor se cumple y no vuelve a Él vacía. Cuando el profeta llega a destino no tiene que preguntar por la mujer con la que tiene que contactar. Es la primera persona con la que se encuentra. La halla recogiendo leña con la que cocinar su última comida antes de morir ella y su hijo.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55: 8, 9).

Una mujer siro fenicia, gentil y pagana se acerca a Jesús para que librase a su hija de un demonio. Da la impresión que Jesús no la atiende como debería. Cuando ella le dice: “Sí, Señor, pero aún los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los hijos””. Entonces Jesús le dijo: “Por esta palabra el demonio ha salido de tu hija” (Marcos 7: 24- 30).

La fe necesita ser probada: “Por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas prueba, para que sometida a prueba  vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cal aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1: 6, 7).

Dado que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros ni sus caminos los nuestros, ¿no tiene derecho el Alfarero hacer con el baro que moldea en el torno el vaso que mejor le parezca? En ambas mujeres paganas su fe fue probada. La siro fenicia cuando llegó a su casa “halló que el diablo había salido, y a la hija acostada en la cama”.

La prueba por la que tuvo que pasar la viuda de Serepta de Sidón fue más dura: Su hijo murió. Su muerte provocó que la madre reconociese su condición de pecadora: “¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí, para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo? Cuando el profeta resucitó al niño fallecido, la madre le dijo al profeta: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra del Señor es verdad en tu boca”. La fe de esta mujer pagana que Jesús la puso como testimonio delante de los judíos que no le reconocían como el Mesías: ” y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías…pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Serepta de Sidón” (Lucas 4: 25, 26).

 

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