ECUMENISMO
<b>El
humanismo cristiano que no cuenta ni con el Padre ni con el Hijo no sirve para
conseguir la unidad de los cristianos</b>
“Ahora
bien esta comunión en la diversidad se ha visto alterada históricamente por
aquellos que se han desvinculado de sus pastores por motivos doctrinales u
organizativos y han actuado al margen de la comunión con el resto. Dicho con
otras palabras han roto la “plena” comunión eclesial como dice la Constitución
sobre la Iglesia <i>Lumen Gentium</i> del Concilio Vaticano II (ef. LG 14-15). Esto
quiere decir que queda una unidad aunque todavía no plena. Porque “la Iglesia
se siente unida por muchas razones con aquellos que por el hecho de ser
bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan
íntegramente la fe o no conservan la unidad de comunión bajo el sucesor de
Pedro” (LG 15), Esta es la unidad que desearíamos conseguir: la comunión “plena”
o la unidad en la comunión” (<b>Joan Planellas</b>, arzobispo de
Tarragona.
Cada
año en el mes de enero se celebra la “Semana de plegaria para la unidad de los
cristianos”, unidad que se pretende conseguir bajo el lema “Ecumenismo”. El
cardenal de Tarragona dice: “La Iglesia se siente unida por muchas razones con
aquellos que por el hecho de ser bautizados, se honran con el nombre de
cristianos”. Hace siglos que la Iglesia católica ha dejado de entender que el
agua bautismal no borra el pecado. El único detergente que tiene poder de
hacerlo es “la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1
Juan 1: 7). El mismo texto contiene algo muy significativo con respecto a la
unidad de los cristianos: “Pero si andamos en luz como Él está en luz, tenemos
comunión unos con otros”. La auténtica comunión de los cristianos solamente se
puede dar, no por el hecho de haber sido bautizados recién nacidos,
inconscientes de lo que se les hacía, y que por ello automáticamente entran a
formar parte del pueblo de Dios. La auténtica comunión entre cristianos se
consigue si quienes se consideran cristianos reúnen los requisitos que Jesús
señala en la que se conoce como oración sacerdotal en la que Jesús se dirige al
Padre para interceder a favor de sus discípulos y de los discípulos de los
discípulos hasta el fin del mundo en las condiciones actuales.
Jesús
inicia su oración intercesora con estas palabras: “Estas cosas habló Jesús, y
levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado, glorifica a tu
Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti, como le has dado potestad
sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:
1, 2). Se tiene que hacer destacar “para
que dé vida eterna a todos los que le diste”. Jesús hace una clara
distinción entre aquellos que el Padre escogió
como pueblo suyo antes de la fundación del mundo y los ha dado al Hijo
para que en el momento oportuno los salve por la fe en su Nombre, del resto de
las personas. Quienes no son escogidos por el Padre quedan excluidos de la
oración de Jesús.
Jesús
sigue diciendo al Padre: “He manifestado tu Nombre a los que del mundo me
diste, tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (v. 6). Más claro
el agua: “Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que me diste,
porque tuyos son…Y ya no estoy en el mundo, mas estos están en el mundo, y yo
voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu Nombre, para que
sean uno, así como nosotros” (vv. 9, 11). Ahora la plegaria se centra en la
unidad de los cristianos.
Mientras
Jesús estuvo “con ellos en el mundo, yo los guardé en tu Nombre, a los que me
diste, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la
Escritura se cumpliese” (v. 12). El hijo de perdición es Judas que vendió a Jesús a sus enemigos por treinta
monedas de plata. Éste que formaba parte
del grupo de los doce no pertenecía a los que el Padre había dado al Hijo para
que los guardase.
La
plegaria intercesora de Jesús no se limita a su círculo íntimo de discípulos.
Se prolonga hasta el fin del tiempo abrazando a todos aquellos que creen en Él
como Salvador el mundo. La oración intercesora de Jesús desmonta la tesis del
arzobispo de Tarragona y la de Josep Omella arzobispo de Barcelona, cuando dice: “Que santa María,
estrella de la nueva evangelización, nos ayude a vivir unidos y a buscar
siempre la unidad”. Jesús afirma: “Mas no ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en Mi por la palabra de ellos, para que todos
sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno con
nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo
les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (vv. 20-22). La
verdadera unidad de los cristianos no consiste en una unión horizontal de
supuestos cristianos de todas las denominaciones, sino la unión de verdaderos
cristianos con el Padre en Jesucristo.
Aquellos
que el Padre ha dado al Hijo, en tanto permanezcan en este mundo gobernado por
Satanás, el príncipe de este mundo, hará todo lo posible para hacer mal vivir a
los hijos de Dios con los ataques de sus servidores. Los hijos de Dios pueden
estar tranquilos porque lo único que pueden conseguir las huestes satánicas es matar el cuerpo. El alma es
intocable. La plegaria que el Hijo dirige al Padre dice: “Padre, aquellos que
me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que
vean mi gloria que me has dado, porque me has amado desde antes de la fundación
del mundo” (v. 25).
Octavi Pereña i Cortina
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