LA PASTILLA DE LA
FELICIDAD
<b>Las
pastillas pueden ayudarnos a esconder el malestar, pero no nos proporcionan
felicidad</b>
“La
siquiatrización de la vida cotidiana significa que es hacer patológicos
procesos normales, como el duelo, las separaciones afectivas, la pérdida del
trabajo o las crisis económicas y, por lo tanto se pueden medicar a personas
sanas, que éstas responden de manera natural a las situaciones
conflictivas propias del devenir de la
vida. En otras palabras, es un proceso de medicación de la vida en que se corre
el riesgo de <i>siquiatrizar la infelicidad”</i>. <b>Antonio
Anseán</b>, sicólogo.
A
mediados del siglo XX se empezó a introducir la idea de que si te encuentras
deprimido no era por el contexto de la vida, un factor externo como lo son las
condiciones sociales desfavorables, sino porque se tenía una enfermedad mental.
Se debía a la carencia de determinados elementos químicos. Una pastilla te hará
sentir mucho mejor. La nueva filosofía que se iba introduciendo es que se tiene
que ser feliz siempre. Si no lo eres, las farmacéuticas pondrán a tu alcance la
pastilla que restablecerá el equilibrio químico. Si alguien no es feliz es
porque no desea serlo. La felicidad química (?) nos ha llevado a convertirnos
en una sociedad sedada que constantemente piensa en el pastillero. Después de
años de publicidad ponzoñosa las farmacéuticas han conseguido que desviemos la mirada de las injusticias sociales, que
son las que crean malestar, y nos miremos al ombligo, haciéndonos creer que
estamos enfermos. El remedio: LA PASTILLA DE LA FELICIDAD.
“He
aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos
buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7: 29). Salomón que es el autor de
este texto hace una reminiscencia de la creación del hombre que Dios vio que
era bueno y que debido al pecado el hombre deja de edificar su vida sobre la
Roca que es Cristo y la levanta sobre un cimiento de arena que es muy débil,
que son las filosofías satánicas. El edificio no resiste las envestidas de los
vientos huracanados y las aguas torrenciales que chocan contra la casa, que
hace que se desplome. Así es el hombre sin Dios: ante los contratiempos, el
miedo se apodera de él. Espanto simbolizado por mil soldados que huyen
perseguidos por uno solo. Dejándose seducir por la publicidad interesada de las
farmacéuticas, el hombre, observando el entorno amenazador en vez de refugiarse
debajo de las alas protectoras de Dios que le creó, como los polluelos lo hacen
con la gallina cuando sienten amenazados, se refugia en las pastillas que no
hacen revivir.
Jesús,
el Hijo de Dios que nos ama hasta el punto de abandonar su gloria divina haciéndose hombre, cargar con nuestros
pecados y morir para perdón de nuestras culpas. Si a Jesús clavado en la cruz
lo vemos como el Camino que nos lleva al Padre celestial estaremos en
condiciones de edificar nuestras vidas sobre la Roca. Es así como adquieren
sentido las palabras de Jesús que se refieren a las aves del cielo y a los
lirios del campo (Mateo 6: 24-34).
Debido
al pecado nos hemos convertido en politeístas. Pretendemos adorar a Dios a la
vez que veneramos a los ídolos que nos fabricamos. Estas divinidades no son tan
groseras como las antiguas. Hoy la cultura católico romana nos muestra a los
ídolos bajo el aspecto de hombres y mujeres semejantes a nosotros a los que
supuestamente se les han concedido poderes sobrenaturales. Hoy, la idolatría
religiosa, no es como lo era en tiempos pasados, pero sigue viva en nuestras
almas. Hoy con la laicización social, los ídolos que se representan como
hombres y mujeres ya fallecidos, se han convertido en personas vivas:
Deportistas de élite, astros y estrellas del espectáculo…Estos ídolos de corta
durada se van renovando así como van perdiendo el estrellado. Suplantan al
Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien se le tiene que amar con todas
nuestras fuerzas. A los ídolos de corta vida que se les ama con vehemencia, a la
hora de la verdad, cuando los vientos huracanados y las aguas torrenciales nos
envisten con fuerza, nos dejan abandonados a nuestra suerte.
Jesús
nos recuerda: “Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podemos servir a
Dios y a las Riquezas” (Mateo 6: 24). Ahora que tenemos claro que Jesús es
incompatible con los dioses que nos hacemos, nos dice: “No os afanéis por
vuestra vida”. Todas aquellas cosas que nos preocupan: la soledad, la familia,
el trabajo, el bienestar…”Mirad las aves del cielo…y vuestro Padre celestial
las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?…”Y por el vestido, ¿por
qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni
hilan”…”Porque los incrédulos buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas”. “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué dudáis?” (Mateo 14: 31).
No
podemos impedir que los vientos huracanados y las aguas torrenciales nos
golpeen con fuerza. Si es auténtica la fe que decimos que hemos depositado en
el Padre de nuestro Señor Jesucristo, podremos decir con el salmista: “En el día
que temo, yo en ti confío, en Dios alabaré su palabra, en Dios he confiado, no
temeré, ¿qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56: 3, 4).
Octavi Pereña i Cortina