SALMO 66: 10
“Porque tú nos has probado, oh Dios, nos has
refinado como se refina la plata”
Jesús
nos pide algo muy difícil, por no decir, imposible de cumplir: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5: 48). El apóstol Juan
escribe: “Y la sangre de Jesucristo su
Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). La evidencia diaria nos
muestra que estamos muy lejos de alcanzar la perfección del Padre celestial.
Dicha perfección es el objetivo a alcanzar. Nos encontramos en un proceso de
conseguirla.
El
apóstol Pedro escribiendo a “los
expatriados de la dispersión” les dice. “Escogidos
según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu” (1Pedro
1: 2). El apóstol Pedro refiriéndose a los escritos del apóstol Pablo escribe: “Casi en todas sus epístolas, hablando en
ellas de estas cosas, entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las
cuales los indoctos e inconstantes
tuercen, como también las otras escrituras, para su propia perdición”
(2 Pedro 3: 16) El Padre antes de la fundación el mundo eligió a un pueblo para
sí. Jesús en su oración sacerdotal intercediendo por los discípulos,
dirigiéndose al Padre, le dice: ”He manifestado
tu Nombre a los que del mundo me diste, tuyos eran, y me los diste, y han
guardado tu palabra” (Juan 17: 6).
Jesús intercede por los escogidos del Padre que antes de creer en Jesús eran
hijos del diablo. Jesús intercede por estas personas que del mundo el Padre le
dio. Por la fe en Jesús estas personas que eran hijos del diablo se convierten
en hijos de Dios por haber nacido del Espíritu. Todavía no han alcanzado la
perfección del Padre. A partir de este instante las personas que del mundo el
Padre da al Hijo empieza el proceso de
santificación guiado por el Espíritu Santo en colaboración con quienes se
refiere el texto que es la base de esta meditación: “nos has probado, oh Dios, nos has refinado como se refina la plata”
para extraer las escorias que nos afean.
El
apóstol Pedro refiriéndose a estas personas sometidas al proceso purificador de
Dios dice que “renacieron a una esperanza
viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos para recibir en los
cielos una herencia incorruptible, vosotros que sois guardados por el poder de
Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque
ahora por un poco de tiempo, si es
necesario tengáis que ser afligidos en diversas pruebas para que sometida a
prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se
prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea
manifestado Jesucristo (1. Pedro 1:
3-7).
En la
manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo cuando habrá terminado el
proceso de la prueba de nuestra fe “los
justos resplandecerán como el sol en el reino del Padre
SALMO 69: 6
“No sean avergonzados por causa mía los que
en ti confían, oh Señor de los ejércitos, no sean confundidos por mí los que te
buscan, oh Dios de Israel”
Lo que
voy a transcribir nos puede parecer que es algo pasado de moda, pero es muy
adecuado para nuestros días. El Dr. Carroll cita: “Se dice que cuando uno de
los padres reprendió a un diablo por haber poseído a un cristiano, el diablo le
respondió: “Nunca he ido a una iglesia a hacerlo, pero cuando iba a las
cantinas y a las casas de apestas, en mi propio territorio, entré en él”.
El
salmista está muy preocupado por su testimonio cristiano. Está muy preocupado
porque no desea confundir a quienes buscan al Señor. El interés del salmista
por el testimonio que da deberá ser de rabiosa actualidad.
El
mensaje que el Señor transmite por medio del apóstol Juan a la iglesia en
Laodicea tendría que hacernos reflexionar: “Yo
conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío o caliente, te vomitaré de mi boca”
(Apocalipsis 3. 15, 16). La tibieza es una mala consejera para el cristiano.
Descarta la firmeza en la fe. La tibieza en la fe “es semejante a la ola del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”
(Santiago 1: 6). La tibieza ensombrece el testimonio porque hace desaparecer
los absolutos. Todo es ambigüedades. Construye la fe sobre sus propios
pensamientos que son inconsistentes. Hoy blanco. Mañana negro. Y así
sucesivamente.
Cuando
el salmista escribe las palabras del texto que sirve de base para esta
reflexión está afirmando que sabe en quién a creído. Que no edifica su fe sobre
la fragilidad de un cimiento de arena sino sobre la firmeza de la Roca de los
siglos que es Jesucristo. Sabe con certeza que no existen dos opciones: blanco
o negro. La tibieza no cuenta. No se puede servir a dos señores a la vez. No
podemos pretender estar al lado del Señor y a la vez al del diablo. Si nos es
indiferente a quien servimos jamás nos preocupará si estamos en la luz o en las
tinieblas. Si escogemos la tibieza Jesús tendrá que amonestarnos tal como lo
hizo con las fariseos: “¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos hipócritas!…y como pretexto hacéis largas oraciones, por
esto recibiréis mayor condenación” (Mateo 23: 14). Si el lector pertenece
al grupo de quienes no son ni chicha ni limonada todavía está a tiempo para
abandonar la ambigüedad espiritual y ponerse al lado de los verdaderos hijos de
Dios.
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