diumenge, 13 de novembre del 2022

 

SALMO 66: 10

“Porque tú nos has probado, oh Dios, nos has refinado como se refina la plata”

Jesús nos pide algo muy difícil, por no decir, imposible de cumplir: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5: 48). El apóstol Juan escribe: “Y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). La evidencia diaria nos muestra que estamos muy lejos de alcanzar la perfección del Padre celestial. Dicha perfección es el objetivo a alcanzar. Nos encontramos en un proceso de conseguirla. 

El apóstol Pedro escribiendo a “los expatriados de la dispersión” les dice. “Escogidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu” (1Pedro 1: 2). El apóstol Pedro refiriéndose a los escritos del apóstol Pablo escribe: “Casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas, entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes  tuercen, como también las otras escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3: 16) El Padre antes de la fundación el mundo eligió a un pueblo para sí. Jesús en su oración sacerdotal intercediendo por los discípulos, dirigiéndose al Padre, le dice: ”He  manifestado tu Nombre a los que del mundo me diste, tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra”  (Juan 17: 6). Jesús intercede por los escogidos del Padre que antes de creer en Jesús eran hijos del diablo. Jesús intercede por estas personas que del mundo el Padre le dio. Por la fe en Jesús estas personas que eran hijos del diablo se convierten en hijos de Dios por haber nacido del Espíritu. Todavía no han alcanzado la perfección del Padre. A partir de este instante las personas que del mundo el Padre da al Hijo empieza  el proceso de santificación guiado por el Espíritu Santo en colaboración con quienes se refiere el texto que es la base de esta meditación: “nos has probado, oh Dios, nos has refinado como se refina la plata” para extraer las escorias que nos afean.

El apóstol Pedro refiriéndose a estas personas sometidas al proceso purificador de Dios dice que “renacieron a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos para recibir en los cielos una herencia incorruptible, vosotros que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora  por un poco de tiempo, si es necesario tengáis que ser afligidos en diversas pruebas para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo  (1. Pedro 1: 3-7).

En la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo cuando habrá terminado el proceso de la prueba de nuestra fe “los justos resplandecerán como el sol en el reino del Padre


 

SALMO 69: 6

“No sean avergonzados por causa mía los que en ti confían, oh Señor de los ejércitos, no sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel”

Lo que voy a transcribir nos puede parecer que es algo pasado de moda, pero es muy adecuado para nuestros días. El Dr. Carroll cita: “Se dice que cuando uno de los padres reprendió a un diablo por haber poseído a un cristiano, el diablo le respondió: “Nunca he ido a una iglesia a hacerlo, pero cuando iba a las cantinas y a las casas de apestas, en mi propio territorio, entré en él”.

El salmista está muy preocupado por su testimonio cristiano. Está muy preocupado porque no desea confundir a quienes buscan al Señor. El interés del salmista por el testimonio que da deberá ser de rabiosa actualidad.

El mensaje que el Señor transmite por medio del apóstol Juan a la iglesia en Laodicea tendría que hacernos reflexionar: “Yo conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío o caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3. 15, 16). La tibieza es una mala consejera para el cristiano. Descarta la firmeza en la fe. La tibieza en la fe “es semejante a la ola del mar, que es arrastrada  por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1: 6). La tibieza ensombrece el testimonio porque hace desaparecer los absolutos. Todo es ambigüedades. Construye la fe sobre sus propios pensamientos que son inconsistentes. Hoy blanco. Mañana negro. Y así sucesivamente.

Cuando el salmista escribe las palabras del texto que sirve de base para esta reflexión está afirmando que sabe en quién a creído. Que no edifica su fe sobre la fragilidad de un cimiento de arena sino sobre la firmeza de la Roca de los siglos que es Jesucristo. Sabe con certeza que no existen dos opciones: blanco o negro. La tibieza no cuenta. No se puede servir a dos señores a la vez. No podemos pretender estar al lado del Señor y a la vez al del diablo. Si nos es indiferente a quien servimos jamás nos preocupará si estamos en la luz o en las tinieblas. Si escogemos la tibieza Jesús tendrá que amonestarnos tal como lo hizo con las fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!…y como pretexto hacéis largas oraciones, por esto recibiréis mayor condenación” (Mateo 23: 14). Si el lector pertenece al grupo de quienes no son ni chicha ni limonada todavía está a tiempo para abandonar la ambigüedad espiritual y ponerse al lado de los verdaderos hijos de Dios.

 

 

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