diumenge, 6 de novembre del 2022

 

1 JUAN 2:11

“Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado  los ojos”

Este texto es un pantuflazo a la cara de quienes instigados por el odio aborrecen a quienes pertenecen a una raza distinta, hablan un idioma distinto, son de sexo distinto, son homosexuales, pertenecen a una clase social distinta. En resumen, odian a todos aquellos que no son como ellos. Por ser como son se creen portadores de la verdad. Todo aquel que no piensa como ellos es basura  que merece ser tirada al vertedero.

El texto que comentamos del apóstol Juan pone en el lugar que le corresponde estar a la persona que aborrece al hermano: andar en tinieblas. El narciso al ser un engreído se considera estar por encima de los demás al considerar que es poseedor de la verdad absoluta. El texto de Juan lo coloca en tinieblas, anda en tinieblas y no sabe a dónde va porque las tinieblas le han cegado los ojos. En resumidas cuentas quienes odian andan en tinieblas porque se encuentran fuera de la órbita de Dios que es luz y en Él no hay ni un ápice de tiniebla.

Quien aborrece a su hermano se le puede considerar ciego. El ciego anda en tinieblas porque la luz no penetra en sus ojos y por tanto carecen de visibilidad. De ahí que aborrezcan a todo aquel que no sea grato a sus ojos maliciosos.

Dios que es el Creador ha dado leyes que gobiernan la creación. Al hombre también le ha dado la Ley que le ilumina el camino la cual le permite ver los obstáculos que aparecen en el sendero y así pueda evitarlos. Esta Ley dada por Dios para su bien se resume en dos artículos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Por nacimiento   natural todo ser humano nace en pecado y, debido a él, todos intentamos escamotear el amor que debemos al prójimo con la excusa de la pregunta: “Quién es mi prójimo?”,  que  un intérprete d la Ley le hizo a Jesús. El Señor le responde con la parábola que conocemos como la del “Buen samaritano”. Un hombre yace medio muerto junto al camino. Dos religiosos judíos se acercan al herido y en vez de ayudarle pasan de largo. Jesús destaca que la tercera persona que aparece en la escena es un samaritano, persona odiada por los judíos por practicar una religión distinta a la suya. Éste atiende al herido con el máximo esmero (Lucas 10: 25-33). Con esta parábola Jesús quiere enseñarnos que nuestro prójimo lo es cualquier persona que esté a nuestro alcance y que necesite ayuda. Por ser todos descendientes de Adán no tenemos que discriminar a nadie. La aplicación de la enseñanza que Jesús transmite con la parábola del Buen samaritano es de rabiosa actualidad. La infracción del amor al prójimo se comete a velocidad supersónica. El Señor, cuando comparezcamos ante su presencia para ser juzgados por lo que hayamos hecho nos condenará por no haberle amado en  nuestro prójimo necesitado.


 

PROVERBIOS 24: 10

“Si flojeas en el día de la angustia significa que tu fuerza es escasa”

La flojedad en el día de la angustia se nos manifiesta a menudo lo cual pone de manifiesto que nuestra fuerza espirituales muy escasa. Ello no debe desanimarnos porque los días de angustia son instrumentos en las manos del Señor que pueden impulsarnos a buscarte con más intensidad.

“Dice el Santo: ¿a qué, me haréis semejante o me comparareis? (Isaías 40: 25). Acto seguido el profeta nos invita a alzar los ojos hacia el cielo y contemplar la grandiosidad de la creación: ”Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quien creó estas cosas, Él saca y cuenta su ejército, a todas llama por su nombre, ninguna faltará, tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio” (v. 26). El salmista expone que la materia inerte de la creación no es muda, con su lenguaje silencioso habla al espectador que tiene ojos para ver y oídos para oír: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras”  (Salmo 19: 1-4).

“¿Por qué dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel: Mi camino está escondido del Señor, y de mi Dios pasó mi juicio?”  (Isaías 40: 27). Una vez puesto de manifiesto el omnipotente poder de Dios en la creación el Señor nos anima a buscarle para que no flojeemos en el día de la angustia. “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es el Señor, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas a quien no  tiene ninguna. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (vv. 28-31).

“Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas”. Esperar en el Señor no consiste en buscarle en momentos puntuales, significa que se vive en un permanente estado de espera. De la misma manera que inconscientemente respiramos, la práctica de esperar en el Señor se convierte en algo natural y espontáneo. Estas son las personas que en el día de la angustia no flojean.

 

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