GENESIS 50: 19
”Y les respondió José: No temáis, ¿acaso
estoy yo en el lugar de Dios?”
Jacob el padre de José y de sus hermanos ha
fallecido. Los hermanos piensan que ahora que su padre los ha dejado para irse
a la presencia del Padre celestial José se vengará de ellos por el mal que le
hicieron. Una patética escena entre los hermanos de José se presenta. Reunidos
los hermanos se dicen ente ellos: “Quizás
nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y
enviaron a decirle a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Te
ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado porque mal te
hicieron, por tanto ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos de
Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban”. José les respondió con
las palabras el texto que da pie a esta meditación.
José, a
pesar que no poseía todo el conocimiento que aportó Jesús se comportó con el
espíritu de la enseñanza del Señor: “Pero
a vosotros los que oís os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que
os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lucas
6: 27, 28).
“Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el
Señor” (Hebreos
10: 30). En el ámbito personal el hombre no está autorizado para tomarse la
justicia en su mano. Pero los hombres no son ciegos, ven las injusticias que se
cometen a su alrededor y, por experiencia las que se cometen contra ellos. José
nos da el ejemplo a seguir: “¿Acaso estoy
yo en el lugar de Dios?” Unas palabras de Jesús que deberíamos tener
siempre presentes en nuestra relaciones personales y que previenen de caer en
la tentación de sentarnos en el trono desde donde Jesús juzga. “no juzguéis, para que no seáis juzgados.
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que
medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu
hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O como dirás a
tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y verás bien para sacar la
paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7: 1-5).
Antes
de juzgar, nos viene a decir Jesús, júzgate a ti mismo. Si lo haces
contemplarás la negrura que se esconde en tu corazón. Al ser consciente de la
realidad de quien eres verás de otra manera el ojo de tu hermano. Conociéndote
caerás de rodillas y, como el cobrador de impuestos que subió al templo a orar, dirás: “Señor, sé propicio a mí que soy pecador”. Ahora
mirarás a tu prójimo con los ojos de Dios y el perdón por las ofensas recibidas
brotará espontáneamente de tu corazón. En lo que depende de ti mirarás de estar
a bien con tu prójimo que te haya ofendido. Si él no quiere hacer la paz
contigo arrastrará consigo el peso del pecado no perdonado por Dios. Si estás
en paz con Dios por haber recibido su perdón tu alma disfrutará del
descanso que el Señor da a quienes le
obedecen.
SALMO 14: 1
“Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se
han corrompido, hacen obras abominables, no hay quien haga el bien”
“Dice el necio en
su corazón: No hay Dios. El diccionario define necio: “Ignorante de lo que podía o debía saber”. Sin duda se refiere a
conocimientos básicos que todos deberíamos tener. El texto no se refiere a
alguien que teniendo que conocer la tabla de multiplicar, la desconoce. Claramente
se refiere a quien deliberadamente niega la existencia de Dios. La necedad que
el salmista expone puede aplicarse perfectamente a los científicos y a los
escolarizados que tendrian que contemplar la creación desde el punto de vista
de la existencia de Dios. Antaño, tal vez podría encontrar alguna excusa para
defender la inexistencia de Dios. Hoy, con la divulgación científica de todo lo
que tiene que ver con la exploración espacial, aún el más iletrado conoce la
magnitud y complejidad del cosmos. “Porque
la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad,
porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.
Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la fundación del mundo, siendo entendidas por medio
de las osas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1. 18-20).
Hace más de 2000 años que el apóstol Pablo
escribió el texto de la carta a los
romanos citado. Desconocía el avance científico de nuestros días. No existían
ni telescopios ni sondas espaciales que investigan y analizan las profundidades
del universo. Hoy los hombres no tienen excusa para decir: “Ho hay Dios”.
Siglos antes del apóstol Pablo, David que fe rey de Israel cuando era un
adolescente pastor de ovejas, en las vigilias de la noche, observando el
firmamento, sin ayuda de ningún instrumento que lo aproximase, escribió: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste, digo. ¿Qué es el hombre, para que
tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? (Salmo 8:
3, 4). En los versículos 5-8 del mismo poema el pastor-poeta reconoce la gloria
que Dios da al hombre por haber puesto bajo su dominio la creación: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus
manos, todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, asimismo
la bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, todo cuanto
pasa por los senderos del mar”.
Al finalizar el poema David escribe: “¡Oh Dios, Señor nuestro, cuán grande es tu
Nombre en toda la Tierra”. La escasa ciencia de su época no convirtió a David en un necio
que negase la existencia de Dios, tuvo suficiente con sus ojos para creer que
la grandeza de la magnitud del espacio era obra de Dios.
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