ISAÍAS 46: 7
“Se lo echan sobre los hombros, lo llevan y
lo colocan en su lugar, allí se está, y no se mueve de su sitio. Le gritan y
tampoco responde, ni libra de la tribulación”
Desde
la salida de Egipto Israel fue un pueblo inclinado a la idolatría. Cuando
Moisés se encontraba en la presencia del Señor en la cumbre del monte
recibiendo instrucciones, el pueblo cansado de esperar el regreso de Moisés
pidió a Aarón que le hiciese un dios que los guiase. Fabricaron un becerro de
oro al que adoraron. Dios los reprendió en multitud de ocasiones la facilidad con que fornicaban con otros
dioses. Momentáneamente, al ser reprendidos se arrepentían de su infidelidad.
Con prontitud volvían a las andadas. Israel a lo largo de su historia fue
infiel a su Dios.
El Señor
pregunta a Judá. “¿A quién me asemejáis,
y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes?” (v.5). El ser
humano tiende a actuar por mimetismo. A copiar lo que hacen los otros. El
rostro del Dios de Israel nadie lo ha visto nunca. Jesús “es la imagen de Dios” (2 Corintios 4. 4). “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14: 9). ¿Qué cara
tenía Jesús? No existe ninguna imagen de su rostro. Su faz no se puede plasmar
en un papel ni convertirla en una escultura. A Jesús no se le ve físicamente.
Quien por fe ve a Jesús también por fe ve al Padre. El mandamiento es
contundente: no da margen a la interpretación: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el
cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (Éxodo 20: 4, 5). Hemos dado
respuesta a la pregunta que Dios nos hace por medio del profeta Isaías.
Acerca
de los ídolos Isaías escribe: “Sacan oro
de la bolsa, pesan plata en balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de
ello, se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, y lo colocan en su
lugar, y no se mueve de su sitio. Le gritan y tampoco responde, ni libra de la
tribulación” (vv. 6, 7). Un día sí y
otro también paso ante la puerta de un almacén que guarda un paso de los que
desfilan durante las procesiones de Semana Santa y veo los esfuerzos que tienen
que hacer para sacarlo del almacén. Los dioses católicos y los de los otros
pueblos que son obra de artífices son entes carentes de vida.
“Oídme, duros de corazón, que estáis lejos de
la justicia” (v.12).
Los adoradores de imágenes están muertos en sus delitos y pecados porque las
imágenes que adoran no pueden oír sus súplicas,
ni pueden mover sus labios para anunciar su absolución. La piedad
popular que se exterioriza con tanto entusiasmo en las procesiones de Semana
Santa está impregnada de mucha superstición. Los verdaderos adoradores de Jesús
no pueden inclinarse ante una imagen de orfebre que se dice le representa.
Abandonan una práctica que es de origen satánico.
PROVERBIOS 24. 10
“Si flaqueas en el día de la angustia significa que tu fuerza es escasa”
Si nos
dejamos llevar por las circunstancias significa que la fe no la hemos
depositado en el lugar correcto. Nuestras vidas fallan en lo esencial porque no
se edifican sobre la Roca que es Cristo.
Nos
comportamos como los antiguos israelitas que a pesar que tenían durante el día
la nube que los guiaba y de noche la columna de fuego que recordaba la
presencia de su Dios entre ellos, al más mínimo contratiempo se quejaban contra
Dios que les protegía. Tenían conocimiento de Dios pero no lo tenían en su
corazón. Le conocían de oídas pero su corazón estaba lejos de Él. Su debilidad
se debía a que sus vidas estaban edificadas sobre la arena, no sobre la Roca.
Existen
dos clases de cristianos: carnales y espirituales. Ambas clases constituyen
verdaderos cristianos. Los cristianos carnales se distinguen de los
espirituales en que siguen siendo niños en la fe. No han crecido
espiritualmente. Cuando tendrían que haber aprendido a usar el tenedor y el
cuchillo para cortar la carne y llevársela a la boca para masticarla e
ingerirla, todavía necesitaban que se les suministrase leche que es el alimento
que necesitan los recién nacidos, no para quienes llevan a cuestas un cierto
número de años confesando a Cristo.
Los
bebés espirituales son creyentes deficientemente nutridos. Espiritualmente
débiles. Esto es lo que explica que haya tantos cristianos que flaquean en el
día de la angustia. Los débiles en la fe se les puede comparar a Pedro que al
salir de la barca para ir andando sobre las aguas para ir al encuentro de
Jesús. Mientras los ojos los tenía puestos en Jesús todo iba bien. Tan pronto
apartó la mirada en Jesús empezó a hundirse, dando voces: “¡Señor sálvame!”. Al instante Jesús le tendió la mano, le cogió y
le dijo. “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué
dudaste?” (Mateo 14: 25-31).
La
debilidad que se manifiesta en el día de la angustia pone de manifiesto que
dudamos del poder de Jesús de salvarnos de los contratiempos que nos golpean
con fuerza y nos amenazan con hacernos daño.
En
cierta ocasión Jesús se encuentra con un padre que tenía un hijo poseído de un
espíritu mudo que le producía muchos dolores. El padre le pide a Jesús que
libere a su hijo de la posesión satánica. Antes de proceder a la curación del
niño Jesús le dice al padre: “Si puedes
creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho
clamó y dijo: Creo, ayuda mi incredulidad” (Marcos 9: 14-24). La fuerza
necesaria para no flaquear en el día de la angustia se encuentra en el ejemplo
que dio el padre del hijo poseído por un espíritu maligno. Señor, ayuda mi incredulidad”
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