GOBERNANTES TÍTERES
<b>Como
los políticos nunca creen en lo que dicen, se sorprenden cuando alguien se los
cree” (Charles de Gaulle) </b>
“Nuestra
república necesita con urgencia dirigentes que se atrevan a decir lo que creen
es recto y justo, no importa el número de los que se opongan. La mayoría puede
equivocarse y no promueven la verdadera democracia si ignoran la minoría aun
cuando sea la minoría de uno. Con urgencia se necesitan dirigentes que se
atrevan a decir lo que necesitamos escuchar, no lo que queremos sentir”
(<b>Richard C. Helverson</b>).
Desconozco
el contexto en que Helverson dijo o escribió estas palabras. Lo que sí es
cierto es que nuestro país necesita con urgencia dirigentes que se atrevan a
decir lo que es justo y recto. Que dejen de mentir. Faltan políticos con
convicciones y que tengan objetivos
claros y que nada les desvíe de llegar a la meta. Los dirigentes políticos de
nuestros días mueven pieza según indiquen las encuestas. Si la inclinación de
voto va hacia la derecha giran hacia dicha dirección. Si la tendencia se
inclina hacia la izquierda el giro se hará hacia esta dirección. Se han
convertido en títeres movidos por los hilos que mueven las encuestas. Carecen
de criterio propio.
El
periodista <b>Jordi Juan</b> en su escrito <i>El miedo de
gobernar</i> menciona una cita
anónima que me gustó: “Manolete si no sabes torear, ¿por qué te pones?”
Políticos, si ignoráis qué es la política, ¿por qué os metéis en ella? ¿Qué
motivos os impulsan a ejercer un cargo de tanta importancia que repercute en el
bienestar o malestar de la ciudadanía que confía en vosotros? ¿Es el servicio
público o la ambición lo que os impulsa?
<b>Abraham
Lincoln</b> que fue presidente de
Estados Unidos en un momento en que el país estaba fracturado por una guerra
fratricida, se le ha considerado un líder sabio y de gran calidad moral. Lo que
el hombre es no es por accidente. Entendió <b>Lincoln<b> que no era
la persona adecuada para tomar las riendas del país en una situación tan
dramática. El liderazgo moral que se le reconoce tiene una explicación: “Muchas
veces me he arrodillado con la firme convicción de que no había otro lugar a
donde ir. Mi sabiduría y todo lo que me envuelve me parece insuficiente para
esta situación”.
Muchos
políticos pueden afirmar que son amigos de Dios. Pueden ser religiosos e
incluso ser de misa diaria. Pero no se arrodillan ante el Padre de nuestro
Señor Jesucristo para pedirle la fuerza y la sabiduría para llevar la pesada
carga de tener que gobernar un país en tiempo de crisis. Se pueden contar con los dedos de una mano los que lo
hacen y todavía sobran dedos. Por su manera de hablar pronto se descubre que
son unos engreídos. En vez de levantar la nación a la que dicen servir, no
tardan en llevarla a la bancarrota. Estos políticos que tienen pies de barro
buscan en su entorno expertos que les ayuden a resolver los problemas que se
les presentan. Cometen un grave error. En vez de aconsejarse en personas
verdaderamente sabias se comportan como el rey Roboam que buscó consejo en sus
compañeros de farra que poco les importaban los problemas del reino. Con el
propósito de complacer al monarca, en vez de aconsejarle bien la recomendación
que le dieron condujo a que el reino se dividiese en dos (1 Reyes 12. 1-24).
¡Cuán
importante es que los gobernantes sepan escoger a sus consejeros!
Si al
político le falta sabiduría “pídasela a Dios el cual da a todos abundantemente
y sin reproche, y le será dada” (Santiago1: 5). La sabiduría que Dios da en
abundancia no se recibe como por arte de magia, que la “pida con fe, no dudando
nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por
el viento y echada de una parte a otra” (v. 6). Se le tiene que pedir con
insistencia. Quien desee ser un buen político tiene que aprender del presidente
Lincoln que buscaba la sabiduría necesaria para bien gobernar “arrodillado con
la firme convicción que no había otro lugar a donde ir”.
La
plegaria que Dios escucha es la que conserva el espíritu de la viuda que
persistía en acudir al juez injusto para que le hiciese justicia. Para no tener
que aguantar más el agobio que le causaba la mujer con su insistencia, el juez
injusto se dijo: “Le haré justicia”. Finalizada la parábola Jesús se pregunta:
“Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18: 1-8). La
fe esporádica, la que es movida de acá para allá como son las ondas del mar
movidas por el viento, sí que la habrá. Jesús se refiere a la fe incombustible
de la viuda que persiste en pedir justicia. Este tipo de fe es la que exhibe
<b>Abraham Lincoln</b> cuando dice: “Muchas veces me he arrodillado
con la firme convicción que no había otro lugar a donde ir. Mi sabiduría y todo
lo que me envuelve me parece insuficiente para esta situación”. Lo que
convirtió al presidente Lincoln en un gran estadista no fue el título
universitario que poseía. Ni la experiencia adquirida en el ejercicio de la
abogacía. Lo que le dio el carácter moral que le convirtió en un presidente
admirado a la vez que odiado fue la humildad que le permitía arrodillarse ante
el trono de la misericordia de Dios despojado de todo engreimiento suplicando
que el Padre de nuestro Señor Jesucristo le llenase de la sabiduría que
necesitaba para gobernar un país inmerso
en una terrible guerra civil. Esta es la fe que necesitan nuestro políticos
para que dejen de ser títeres movido por los hilos de las encuestas. Lo que dicen
las consultas es fluctuante e incierto. Predicen según de donde sopla el
viento. La sabiduría divina es inalterable y enseña al político a ejercer la
justicia que enaltece a la nació que lo
tiene como gobernante.
Octavi Pereña i Cortina
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