SANTIAGO 5: 1
“¡Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las
miserias que os vendrán!”
El
dinero es neutro. No es ni bueno ni malo. Es según la manera como lo utiliza
quien lo posee. El versículo anterior al que comentamos dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace,
le es pecado”. Los hombres, por endurecidos que estén sus corazones les
queda un cierto grado de conciencia que les dice lo que es bueno o malo. El
corazón que no está iluminado por el Espíritu Santo se decide por lo malo. Este
es el comportamiento que Santiago denuncia de los ricos, que han convertido el
dinero en un dios. Denuncia las miserias que les van a venir.
La
imagen que los hombres se hacen del oro y la plata es reluciente. Portadoras de
felicidad. Lo que les dice Santiago no es algo bonito. “Vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos, y su moho testificará
contra vosotros y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis
acumulado tesoros para los días postreros” (v. 3).
El
texto nos dice que el oro y la plata testificarán contra sus poseedores. Lo serán cuando sus poseedores se
tendrán que presentarse ante el tribunal de Cristo. Las acusaciones no se
podrán rebatir porque en los libros que posee el Juez Supremo consta con todo
detalle el mal uso que se ha hecho del oro y de la plata que poseían. Ante
tantas pruebas el dios Mamón permanecerá mudo.
La
mayor parte de las riquezas están en manos de cuatro ricachones que disfrutan
de ellas mientras la mayoría de la gente vive en extrema pobreza. “He aquí,
clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el
cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, y los clamores de los que
habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos” (v. 4).
“¡Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las
miserias que os vendrán”. Las riquezas os han proporcionado inmensos placeres que os inmunizan
del dolor que padecen vuestros asalariados. Vuestro dios Mamón os impulsa a
acaparar más oro y más plata hasta el punto que os habéis visto obligados a
engrandecer vuestras cajas de caudales. Pero el Dios eterno que es Dios justo
está al corriente de vuestras injusticias. Sus oídos escuchan el clamor de
vuestros asalariados. “Habéis vivido en
deleites sobre la tierra, y disolutos, habéis engordado vuestros corazones como
en día de matanza” (v. 5).
Los
poderosos tienen a su disposición los mejores servicios médicos para curar sus
enfermedades muchas de ellas ocasionadas por su glotonería. Llegará el día que
los médicos no podrán hacer nada por ellos para mantenerlos vivos y dirán a sus
familiares. “Ha fallecido”. ¿Ahora qué? Un hombre se acercó a Jesús para
pedirle que dijese a su hermano que partiese la herencia con él. Esta petición
le dio motivo a Jesús a hablar sobre las
riquezas explicando la parábola que se conoce como “El rico insensato” que se goza en sus muchas riquezas, “pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen
a pedir tu alma, y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para
sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12: 13-21).
SALMO 105: 28
“Y no escucharon su palabra”
En este
salmo su autor trata sobre las plagas que Dios envió sobre Egipto debido a la
obstinación del faraón de no querer escuchar la palabra de Dios. En este caso
las plagas afectaron a un pueblo gentil. Ello nos dice que ningún pueblo está
exento de tener que obedecer la voz de
Dios cuando les habla. No hacerlo atrae sobre ellos la ira de Dios. La
situación actual tan caótica con la presencia de la Covid-19, agravada por la
invasión de Ucrania por Rusia y por un sinfín de aflicciones por nuestra
obstinación por no querer escuchar la Palabra de Dios y obedecerla por creernos
dueños de nuestro destino. La destrucción se vislumbra en el horizonte. El
cataclismo no es repentino. Comienza con la plaga de la ranas hasta llegar
hasta la muerte de todos los primogénitos tanto los de las personas como de los
animales. Como la tozudez no se humilló, el faraón siguió obstinado en no
querer escuchar la palabra de Dios. Con odio iracundo que cegaba su raciocinio reunió
a su ejército y salió en persecución de los descamisados israelitas. La
historia terminó con una gran tragedia:
Todo el ejército egipcio, incluido tal vez el mismo faraón, pereció sepultado
en la aguas del Mar Rojo al volver a su lugar natural cuando el último
israelita puso los pies en la otra orilla.
Dios no
es como nosotros que se deja llevar por los impulsos. No actúa
irreflexiblemente como acostumbramos a hacerlo nosotros. Va mostrando señales
de desagrado, para que podamos arrepentirnos, antes de sepultarnos en las aguas
del Mar Rojo. El apóstol Pedro nos lo dice: “El
Señor no retarda su promesa, según algunos tienen por tardanza, sino que es
paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos
proceda9)n al arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9).
Dios le
promete a Abraham que su descendencia tomaría posesión de la tierra en que se
encontraba. La herencia no la iba a recibir de inmediato, sería “en la cuarta generación volverán acá,
porque no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis
15: 16). El texto muestra la paciencia de Dios. Espera hasta que el vaso colme
la maldad.
Como no
sabemos cuándo llegará el colmo de nuestra maldad, aprovechemos la paciencia de
Dios. No hagamos oídos sordos a su voz que nos llama al arrepentimiento de
nuestros de nuestros pecados para que por la fe en el Nombre de Jesús nos sean
perdonados y, así empezar a caminar en novedad de Vida para gloria de Dios.
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