diumenge, 20 de març del 2022

 

SANTIAGO 5: 1

“¡Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán!”

El dinero es neutro. No es ni bueno ni malo. Es según la manera como lo utiliza quien lo posee. El versículo anterior al que comentamos dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. Los hombres, por endurecidos que estén sus corazones les queda un cierto grado de conciencia que les dice lo que es bueno o malo. El corazón que no está iluminado por el Espíritu Santo se decide por lo malo. Este es el comportamiento que Santiago denuncia de los ricos, que han convertido el dinero en un dios. Denuncia las miserias que les van a venir.

La imagen que los hombres se hacen del oro y la plata es reluciente. Portadoras de felicidad. Lo que les dice Santiago no es algo bonito. “Vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos, y su moho testificará contra vosotros y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros” (v. 3).

El texto nos dice que el oro y la plata testificarán contra sus poseedores. Lo serán cuando sus poseedores se tendrán que presentarse ante el tribunal de Cristo. Las acusaciones no se podrán rebatir porque en los libros que posee el Juez Supremo consta con todo detalle el mal uso que se ha hecho del oro y de la plata que poseían. Ante tantas pruebas el dios Mamón permanecerá mudo.

La mayor parte de las riquezas están en manos de cuatro ricachones que disfrutan de ellas mientras la mayoría de la gente vive en extrema pobreza. “He aquí,  clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos” (v. 4).

“¡Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán”. Las riquezas os han proporcionado inmensos placeres que os inmunizan del dolor que padecen vuestros asalariados. Vuestro dios Mamón os impulsa a acaparar más oro y más plata hasta el punto que os habéis visto obligados a engrandecer vuestras cajas de caudales. Pero el Dios eterno que es Dios justo está al corriente de vuestras injusticias. Sus oídos escuchan el clamor de vuestros asalariados. “Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y disolutos, habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza”  (v. 5).

Los poderosos tienen a su disposición los mejores servicios médicos para curar sus enfermedades muchas de ellas ocasionadas por su glotonería. Llegará el día que los médicos no podrán hacer nada por ellos para mantenerlos vivos y dirán a sus familiares. “Ha fallecido”. ¿Ahora qué? Un hombre se acercó a Jesús para pedirle que dijese a su hermano que partiese la herencia con él. Esta petición le dio motivo a Jesús  a hablar sobre las riquezas explicando la parábola que se conoce como “El rico insensato” que se goza en sus muchas riquezas, “pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma, y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12: 13-21).


 

SALMO 105: 28

“Y no escucharon su palabra”

En este salmo su autor trata sobre las plagas que Dios envió sobre Egipto debido a la obstinación del faraón de no querer escuchar la palabra de Dios. En este caso las plagas afectaron a un pueblo gentil. Ello nos dice que ningún pueblo está exento  de tener que obedecer la voz de Dios cuando les habla. No hacerlo atrae sobre ellos la ira de Dios. La situación actual tan caótica con la presencia de la Covid-19, agravada por la invasión de Ucrania por Rusia y por un sinfín de aflicciones por nuestra obstinación por no querer escuchar la Palabra de Dios y obedecerla por creernos dueños de nuestro destino. La destrucción se vislumbra en el horizonte. El cataclismo no es repentino. Comienza con la plaga de la ranas hasta llegar hasta la muerte de todos los primogénitos tanto los de las personas como de los animales. Como la tozudez no se humilló, el faraón siguió obstinado en no querer escuchar la palabra de Dios. Con odio iracundo que cegaba su raciocinio reunió a su ejército y salió en persecución de los descamisados israelitas. La historia terminó  con una gran tragedia: Todo el ejército egipcio, incluido tal vez el mismo faraón, pereció sepultado en la aguas del Mar Rojo al volver a su lugar natural cuando el último israelita puso los pies en la otra orilla.

Dios no es como nosotros que se deja llevar por los impulsos. No actúa irreflexiblemente como acostumbramos a hacerlo nosotros. Va mostrando señales de desagrado, para que podamos arrepentirnos, antes de sepultarnos en las aguas del Mar Rojo. El apóstol Pedro nos lo dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos proceda9)n  al arrepentimiento”                        (2 Pedro 3: 9).

Dios le promete a Abraham que su descendencia tomaría posesión de la tierra en que se encontraba. La herencia no la iba a recibir de inmediato, sería “en la cuarta generación volverán acá, porque no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis 15: 16). El texto muestra la paciencia de Dios. Espera hasta que el vaso colme la maldad.

Como no sabemos cuándo llegará el colmo de nuestra maldad, aprovechemos la paciencia de Dios. No hagamos oídos sordos a su voz que nos llama al arrepentimiento de nuestros de nuestros pecados para que por la fe en el Nombre de Jesús nos sean perdonados y, así empezar a caminar en novedad de Vida para gloria de Dios.

 

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