diumenge, 6 de març del 2022

 

1 CORINTIOS 6: 11

“Y esto erais algunos, mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”

Los fariseos del tiempo de Jesús se regían por un ritual de lavamientos muy  estricto con el fin de conservar la pureza ceremonial. El agua, pero, no limpiaba la corrupción almacenada en sus corazones. El odio que les salía por los poros, las purificaciones acuáticas no lo borraban. Estos santos de fachada no dejaron de destilar hiel ni cuando vieron a Jesús sufriendo colgado en la cruz. Lo siguieron cultivando  para vomitarlo  en los apóstoles  y en la iglesia incipiente.

El concepto purificador del agua sigue vigente en nuestros días en el agua bendita que está a disposición de los fieles católicos a la entrada de las iglesias. En los funerales con la aspersión de agua bendita sobre los féretros como si con ello se evitara que los difuntos no fuesen a parar directamente al infierno. Lo más grave de todo  es el agua bautismal que se pone en la cabeza del niño que dicen  borra el pecado original y el recién nacido entra a formar parte del pueblo de Dios.

El concepto de suciedad interior se mantiene vivo en la sociedad. Los fabricantes de productos de limpieza corporal venden la limpieza interior de las mujeres que los utilizan. Asimismo la mujer violada que se considera sucia interiormente debido a la violación se ducha con el fin de limpiarse de lo que considera es culpabilidad suya. El agua ceremonial ni los productos de limpieza corporal  limpian la verdadera suciedad que es espiritual y que se conoce como pecado.

El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Corintio les recuerda lo que eran antes de convertirse a Cristo. Después de la descripción escribe: “Y esto erais algunos, mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”

Escribiendo a Tito el apóstol Pablo escribe: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3: 4-6).

La limpieza espiritual que produce la sangre de Jesús, en pocas palabras lo dice el apóstol Juan cundo escribe: “Y las sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). La purificación del alma que produce la sangre de Jesús aplicada por el Espíritu Santo hace al creyente en Cristo santo totalmente. No tiene por qué sentirse sucio ni necesitado de lavamientos eclesiásticos. No deja ni una mota de suciedad que haga sentirse impuro quien ha sido lavado por la sangre de Jesús. El texto que sirve de base  a esta meditación lo deja bien claro. “Y esto erais algunos, mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.

1 PEDRO 1:3

“Bendito el Dios, y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”

El faraón soñó: “Que del río subían siete vacas, hermosas a la vista, y muy gordas, y pacían en el prado. Y tras ellas subían del río otras siete vacas de feo aspecto y enjutas de carne que devoraban a las siete vacas hermosas y muy gordas” (Génesis 41: 2-4). José el hijo de Jacob dotado por Dios de interpretar sueños, interpreta el sueño del faraón diciéndole que se acercan siete años de prosperidad abundante seguidos de otros siete de intensa hambruna. Tal vez de ahí procedan las expresiones “vacas gordas” y “vacas flacas” que indican prosperidad y penuria.

Hemos estado viviendo unos años de “vacas gordas”. La prosperidad sin límites parecía haberse instalado para siempre. La gente disfrutaba a lo grande la bonanza económica. Sin anunciarlo, las “vacas flacas” suplantan a las gordas. El optimismo da paso a la desilusión. El optimismo se basa en las circunstancias favorables que tienen fecha de caducidad. Los vientos favorables han dado paso a los adversos. Hemos aprendido que la bonanza económica no es eterna. Ahora comprobamos que la confianza que depositábamos en las cosas materiales no era un buen cimiento sobre el que edificar nuestras vidas. La prosperidad duradera como indica el texto que sirve de base a esta meditación está enraizada en la fidelidad de Dios. Meditaremos en la esperanza divina que es la que da confianza en tiempos de “vacas flacas”.

El texto que comentamos nos dice que por la fe en Jesús la misericordia de Dios nos hace renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos. ¿Dónde nos lleva esta esperanza viva? Los versículos 4 y 5 nos dan la respuesta: “Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que  está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”

La alegría va acompañada de tristeza: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (v. 6), que sirven para fortalecer nuestra fe que sirve para garantizar “la salvación de nuestras almas” (v.9).

En este mundo de aflicción y de confusión en que tantas voces se levantan indicándonos caminos que no llevan a ninguna parte, la resurrección de Jesús es la certeza de que nuestra esperanza está en la Roca que nos mantiene en pie cuando las aguas turbulentas y los vientos huracanados nos envisten. Estamos viviendo tiempos muy malos. El desaliento se apodera de los hombres que viven sin Dios y sin esperanza en este mundo. No nos dejemos llevar por su desespero. Con el apóstol Pablo que padeció muchos sufrimientos por causa de Cristo podamos decir  con él: “Por lo cual asimismo padezco esto: pero no me a avergüenzo, porque yo sé en quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1: 12)

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