1 CORINTIOS 6: 11
“Y esto erais algunos, mas ya habéis sido
lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre
del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”
Los
fariseos del tiempo de Jesús se regían por un ritual de lavamientos muy estricto con el fin de conservar la pureza
ceremonial. El agua, pero, no limpiaba la corrupción almacenada en sus
corazones. El odio que les salía por los poros, las purificaciones acuáticas no
lo borraban. Estos santos de fachada no dejaron de destilar hiel ni cuando
vieron a Jesús sufriendo colgado en la cruz. Lo siguieron cultivando para vomitarlo en los apóstoles y en la iglesia incipiente.
El
concepto purificador del agua sigue vigente en nuestros días en el agua bendita
que está a disposición de los fieles católicos a la entrada de las iglesias. En
los funerales con la aspersión de agua bendita sobre los féretros como si con
ello se evitara que los difuntos no fuesen a parar directamente al infierno. Lo
más grave de todo es el agua bautismal
que se pone en la cabeza del niño que dicen
borra el pecado original y el recién nacido entra a formar parte del
pueblo de Dios.
El
concepto de suciedad interior se mantiene vivo en la sociedad. Los fabricantes
de productos de limpieza corporal venden la limpieza interior de las mujeres
que los utilizan. Asimismo la mujer violada que se considera sucia
interiormente debido a la violación se ducha con el fin de limpiarse de lo que
considera es culpabilidad suya. El agua ceremonial ni los productos de limpieza
corporal limpian la verdadera suciedad
que es espiritual y que se conoce como pecado.
El
apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Corintio les recuerda lo que eran
antes de convertirse a Cristo. Después de la descripción escribe: “Y esto erais algunos, mas ya habéis sido
lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre
del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”
Escribiendo
a Tito el apóstol Pablo escribe: “Pero
cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los
hombres, nos salvó no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación
en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador” (Tito 3: 4-6).
La
limpieza espiritual que produce la sangre de Jesús, en pocas palabras lo dice
el apóstol Juan cundo escribe: “Y las
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). La
purificación del alma que produce la sangre de Jesús aplicada por el Espíritu
Santo hace al creyente en Cristo santo totalmente. No tiene por qué sentirse
sucio ni necesitado de lavamientos eclesiásticos. No deja ni una mota de
suciedad que haga sentirse impuro quien ha sido lavado por la sangre de Jesús.
El texto que sirve de base a esta
meditación lo deja bien claro. “Y esto
erais algunos, mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios”.
1 PEDRO 1:3
“Bendito el Dios, y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”
El
faraón soñó: “Que del río subían siete
vacas, hermosas a la vista, y muy gordas, y pacían en el prado. Y tras ellas
subían del río otras siete vacas de feo aspecto y enjutas de carne que
devoraban a las siete vacas hermosas y muy gordas” (Génesis 41: 2-4). José
el hijo de Jacob dotado por Dios de interpretar sueños, interpreta el sueño del
faraón diciéndole que se acercan siete años de prosperidad abundante seguidos
de otros siete de intensa hambruna. Tal vez de ahí procedan las expresiones
“vacas gordas” y “vacas flacas” que indican prosperidad y penuria.
Hemos
estado viviendo unos años de “vacas gordas”. La prosperidad sin límites parecía
haberse instalado para siempre. La gente disfrutaba a lo grande la bonanza
económica. Sin anunciarlo, las “vacas flacas” suplantan a las gordas. El optimismo
da paso a la desilusión. El optimismo se basa en las circunstancias favorables
que tienen fecha de caducidad. Los vientos favorables han dado paso a los
adversos. Hemos aprendido que la bonanza económica no es eterna. Ahora
comprobamos que la confianza que depositábamos en las cosas materiales no era
un buen cimiento sobre el que edificar nuestras vidas. La prosperidad duradera
como indica el texto que sirve de base a esta meditación está enraizada en la
fidelidad de Dios. Meditaremos en la esperanza divina que es la que da
confianza en tiempos de “vacas flacas”.
El
texto que comentamos nos dice que por la fe en Jesús la misericordia de Dios
nos hace renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de
los muertos. ¿Dónde nos lleva esta esperanza viva? Los versículos 4 y 5 nos dan
la respuesta: “Para una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para
vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar
la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero”
La
alegría va acompañada de tristeza: “En lo
cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (v. 6), que sirven para
fortalecer nuestra fe que sirve para garantizar “la salvación de nuestras almas” (v.9).
En este
mundo de aflicción y de confusión en que tantas voces se levantan indicándonos
caminos que no llevan a ninguna parte, la resurrección de Jesús es la certeza
de que nuestra esperanza está en la Roca que nos mantiene en pie cuando las
aguas turbulentas y los vientos huracanados nos envisten. Estamos viviendo
tiempos muy malos. El desaliento se apodera de los hombres que viven sin Dios y
sin esperanza en este mundo. No nos dejemos llevar por su desespero. Con el
apóstol Pablo que padeció muchos sufrimientos por causa de Cristo podamos
decir con él: “Por lo cual asimismo padezco esto: pero no me a avergüenzo, porque yo
sé en quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito
para aquel día” (2 Timoteo 1: 12)
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