LUCAS 1:79
“Para dar luz a los que habitan en tinieblas
y en sombra de muerte, para encaminar nuestros pies por camino de paz”
Al
octavo día del nacimiento del hijo de Elisabet que había sido estéril hasta la
vejez, se circuncidó al niño y se le puso Juan por nombre. Zacarías el padre
del recién nacido, lleno del Espíritu Santo se dirigió a los asistentes al
acto. ¡Asombroso! En vez de referirse al recién nacido, ni mencionar el milagro
de que su esposa había concebido fuera de tiempo, se refiere al Niño que en
aquel momento se encontraba en el vientre de María. El sacerdote dice: “Bendito el Señor Dios de Israel, que ha
visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador, en la casa
de David su siervo” (Lucas 1: 68,69).
Zacarías
concluye su profecía diciendo: “Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto de la
aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para
encaminar nuestros pies por camino de paz” (vv. 78, 79).
Tres
meses después, cuando los ángeles que anuncian a los pastores que en Belén ha
nacido el Mesías largamente esperado, les dicen: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz buena voluntad para
con los hombres!” (Lucas 2: 14).
El
profeta Isaías anunciando la venida del Mesías, escribe: “Porque un Niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre
su hombro, y se llamará su Nombre…Príncipe de paz” (9: 6). ¿Un Niño recién
nacido incapaz de valerse por sí mismo, dependiendo totalmente del cuidado de
sus padres? ¿llevará a los hombres por camino de paz? ¿Llenar la Tierra de paz
y de buena voluntad para con los hombres? ¿Qué será llamado Príncipe de paz?
Inaudito! Los hombres hablan mucho de paz. Isaías dice: “no hay paz dijo mi Dios para los impíos” (57: 21). Zacarías dice
en su profecía que Dios ha levantado un poderoso Salvador, en la casa de David
su siervo”. Son muchos quienes oyen las promesas de Dios y muy pocos quienes
las creen. Tienen oídos para oír, pero no oyen. a estos incrédulos no les dice
nada que Dios en Jesús haya levantado un poderoso Salvador. Únicamente
necesitan un poderoso Salvador aquellos que están muertos en sus delitos y
pecados.
En un
mundo poblado de impíos no puede haber paz porque el Príncipe de paz no mora en
sus corazones. El mundo impío quiere paz pero hace guerra. La fe en Jesús que
había a quienes estaban muertos en sus delitos y pecados abrió sus oídos para
que creyesen en el Príncipe de paz. La fe en el poderoso Salvador de quien nos
habla Zacarías puede abrir los oídos del lector para que pueda hacerse suya la
paz que ofrece el Príncipe de paz.
ISAÍAS 10: 1, 2
“¡Ay de quienes dictan leyes injustas y
prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el
derecho a los afligidos de mi pueblo, para despojar a las viudas, y robar a los
huérfanos!”
Las autoridades han sido establecidas por Dios
para que en su Nombre legislen, juzguen y gobiernen. Siendo representantes de
Dios en la Tierra deberían reflejar la justicia de Dios. Si los hombres y las
mujeres que gobiernan aborrecen a Dios, su impiedad se reflejará a la hora de
legislar, administrar justicia y gobernar.
El
texto que comentamos comienza con un “¡Ay!”
Es una señal de advertencia para quienes siendo representantes de Dios en la
Tierra en sus decisiones legislativas, judiciales y de gobierno no reflejan el
carácter de Dios.
“¡Ay!” dice el profeta de “quienes dictan leyes injustas y prescriben tiranía, para apartar del
juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo,
para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!”
La
injusticia de los legisladores, de los jueces y de los gobernantes han sido las
características de los poderes públicos durante todas las generaciones sin
descuidar la presente. Los dirigentes político-judiciales en la antigüedad se
les conocía como “varones de
renombre” (Génesis 6: 4). Por el poder adquirido
creen que no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos. Se pueden colocar por
encima de las leyes que ellos promulgan y que obligan a cumplir a quienes
consideran chusma. Se colocan encima de un pedestal del que no están dispuestos
a bajar. Harán las mil y una para permanecer inamovibles en sus butacas. Se olvidan de algo muy
importante: Por encima de ellos, sentado en su trono se encuentra Dios a quien
representan de manera tan ignominiosa. Llegado el momento por Él establecido,
les dirá: “Amigos, hasta aquí hemos llegado”.
Dios es
paciente con los hombres. No se deja llevar por los impulsos. Con tiempo
prepara poner fin a las tropelías que hacen los “varones de renombre” de cada época. A su debido tiempo pondrá fin
a las tropelías de Asiria: “Oh Asiria,
vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una
nación pérfida y sobre el pueblo de mi ira le enviaré…”(Isaías 10: 5, 6).
Para todo hay un tiempo. También los hay para castigar a los malvados. Ante el
tribunal de Cristo las amnistías ni los indultos sirven. Dios que conoce al
dedillo las obras de quienes juzga dará a cada uno según sus obras.