dilluns, 22 de febrer del 2021

 

JUAN 13:10

“Jesús le dijo (a Pedro): El que esté lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio, y vosotros limpios estáis”

Jesús estaba celebrando con sus discípulos la Pascua previa a su muerte. Se dice que cuando se redacta un escrito lo más importante que se quiere decir se deja para el final. Los discípulos tenían que aprender una lección muy importante: La humildad, la característica de Jesús. Los discípulos no la habían aprendido pues en ellos existía el orgullo de querer  ser el más importante en el reino de Dios. Jesús no les lanza un discurso sobre la humildad. Se lo enseña de manera práctica que no da lugar a la confusión. Es lo que los cristianos hemos de aprender a ser. No teoriza sobre las enseñanzas del Evangelio. Quiere que quienes somos  sus discípulos enseñemos a quienes les anunciamos el Evangelio vean la humildad encarada en nosotros.

El texto nos dice: “Sabiendo Jesús que…a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (vv.3-5). El lavamiento sucedía con toda normalidad  hasta que le llegó el turno a Pedro. El impulsivo Pedro es el instrumento que emplea Jesús para compartir con nosotros una lección de suma importancia. Pedro se resiste a que el Señor le lave los pies. Jesús le dice: “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo” (v. 8). Pedro que no quiere separase de su Maestro, le dice: “Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza” (v.9). Jesús le responde: “El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio, y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (v.10). Además de la lección de humildad que jamás la olvidarán, añade: “Vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”  (v.14). Lección que también debe quedar permanentemente gravada en nuestro corazón.

El lavamiento de los pies que Jesús hace a sus discípulos contiene otra enseñanza que no debe pasar desapercibida. Cuando nos convertimos a Cristo recibimos el perdón del pecado que cometimos estando en Adán que es el que nos separa de Dios. Ahora que estamos en paz con Él por la fe en Jesús estamos limpios de este pecado. Con una sola vez que Jesús murió en la cruz es suficiente para garantizar la salvación eterna de su pueblo. Hasta que no llegue el día de la resurrección seguiremos siendo  pecadores que, en el peregrinaje por este mundo, diariamente se ensucian los pies, de cuyos pecados tenemos que arrepentirnos “pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4: 7). Con la ayuda del Espíritu Santo, cada día tenemos que poner los pies en el lebrillo para que la sangre de Jesús los limpie. Es así como dejaremos  de comportarnos como  cristianos carnales. Dejaremos de ser niños en la fe para convertirnos en cristianos adultos en quienes la imagen de Jesús se va mostrando más nítidamente.


 

ESDRAS 7: 10

“Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir en la ley del Señor y para cumplirla, y para enseña en Israel sus estatutos y decretos”

En cumplimiento de la palabra del Señor dada por boca del profeta Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro rey de Persia (Esdras 1: 1) para que los exiliados regresasen a Jerusalén y reconstruyesen el templo y la ciudad. Para lograr este objetivo Dios prepara a los hombres que deben realizarlo.

La destrucción de Jerusalén se debió al pecado de sus habitantes. La reconstrucción setenta años más tarde no debía hacerse exclusivamente en el aspecto material: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar” (Salmo 127: 1,2).

Este texto nos recuerda la fatuidad que existe en nuestros días cuando pretendemos vencer la pandemia del Covid-19 con la filosofía que enseña “juntos podemos”, dejando de lado al Señor Jesús que debe ser el Arquitecto que guie la reconstrucción. Para la reconstrucción de Jerusalén el Señor despertó el espíritu del rey Ciro para emprender la reconstrucción de la ciudad destruida setenta años antes por el ejército de Nabucodonosor rey de Babilonia. El Señor que es quien dirige la reconstrucción de la ciudad no se olvida del aspecto spiritual que es imprescindible. El Señor no hace las cosas a medias. Por medio de un instrumento pagano como lo es Ciro elige a Esdras para edificar espiritualmente a la ciudad. “y tú, Esdras, conforme a la sabiduría que tienes de tu Dios, pon jueces y gobernadores que gobiernen a todo el pueblo que está al otro lado del rio, a todos los que conocen las leyes de tu Dios, y al que no las conoce le enseñarás” (v.25). Ciro dirigido secretamente por el Dios de Israel reconoce la personalidad de Esdras que “era escriba diligente en la Ley de Moisés, que el Señor Dios de Israel había dado” (v.6).

A pesar que es Dios quien dirige todo el proceso de reconstrucción, ello no quita la responsabilidad de los constructores. El texto que comentamos pone de manifiesto la responsabilidad humana. Dios había escogido a Esdras para dirigir la reconstrucción espiritual de Jerusalén pero antes tenía que preparar el instrumento que tenía que dirigirla: ”Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir en la Ley del Señor y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos”.

El coronavirus ha socavado los cimientos de nuestra sociedad. Nuestro pecado nos lleva a la ruina. Como en la reconstrucción de Jerusalén hoy se necesitan Esdras que enseñen los estatutos y decretos de Dios. En nuestros días hacen falta hombres y mujeres en los que el Señor ponga en sus corazones “inquirir en la Ley del Señor para cumplirla enseñarla”. Sin piedras espirituales los muros que se intenta levantar para  proteger a la  sociedad no se sostendrán.

 

 

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