JEFFERSON Y DEMOCRACIA
<b>La
mentira generalizada e institucionalizada es la ruina de la
democracia</b>
Según
<b>Jordi Llovet</b> <b>Thomas Jefferson</b> es
considerado como uno de los presidentes
norteamericanos más valorado por los historiadores. En una carta que
envió a <b>John Adams</b> el 28 de octubre de 1813, <b>Jefferson</b>
se distanciaba de la aristocracia de sangre y de patrimonio
”pero apreciaba la aristocracia natural la cual consideraba el regalo
más precioso de la naturaleza para la instrucción, los cargos públicos y el
gobierno sociedad”. Con esto <b>Jefferson</b> venía a decir que las
personas más idóneas para acceder a
cargos en la Administración Pública dependía del “regalo más precioso de
la naturaleza”, el destino impersonal considerado el rector del hombre. Yo
diría que el valor de una persona no depende de la genealogía ni de la voluntad
de los padres que se esfuerzan en ofrecer una buena educación a sus hijos, sino
de la voluntad de Dios que otorga dones a los hombres según su voluntad.
<b>Jefferson</b>
fue un demócrata convencido. Ante la posibilidad de que alguien llegase a ser
presidente de los Estados Unidos sin estar a la altura de la responsabilidad
que acompaña al cargo, decía. “Es suficiente para garantizar la democracia
entre nuestros ciudadanos que las elecciones (a todos los cargos ejecutivos y
legislativos) se efectúen cada pocos años, esto les permitirá echar fuera a un
servidor desleal antes de que los desmanes
que tiene en la cabeza se hagan inevitables”.
Ignoro
si <b>Jefferson</b> fue deísta o teísta. Al decir que las buenas
personas son “el regalo más precioso de la naturaleza” me hace pensar que no
fuese teísta. Si ello fuese así explicaría porque consideraba que el ser humano
no es creación de Dios y que al ser Adán padre de toda su descendencia, explica
la Biblia, los registros históricos y la experiencia del día a día, que
tengamos disposición a cometer las fechorías más horrendas.
Según
<b>Jefferson</b>, limitar la duración de los cargos electos es una
garantía que no cometerán fechorías que pongan en peligro la estabilidad
democrática. El día a día democrático nos enseña que la cosa no es así. La
corrupción, el amiguismo, las recompensas que se conceden a cargos electos una
vez finalizado el mandato…pone al descubierto que la democracia, aunque se la
considere la mejor de las filosofías políticas, no deja de ser muy imperfecta.
La causa de dicha imperfección se debe a que “el gobierno del pueblo” que es
ejercido por personas caídas en pecado no es el espejo en el que debemos
mirarnos. Entre muchas, una breve
descripción de cómo Dios ve a la humanidad: “Pero vuestras iniquidades han
hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho
ocultar de vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras manos están
contaminadas de sangre y vuestros dedos de iniquidad, vuestros labios
pronuncian mentira, y habla maldad vuestra lengua. No hay quien clame por la
justicia, ni quien juzgue por la verdad, confían en vanidad, y hablan
vanidades, conciben maldades, y dan luz a iniquidad. Incuban huevos de áspides,
y tejen telas de araña, el que come de sus huevos morirá, y si los aprietan,
saldrán víboras” (Isaías 59: 2-5).
De la
misma manera que nos molesta que alguien nos corrija, esta descripción tan
realista de la condición humana, nos disgusta. Sería de necios esconderla
debajo de la alfombra para hacer ver que no existe. El sistema democrático
tiene que tenerla en cuenta si se quiere evitar que derive a la tiranía. El
escandaloso ejemplo dado por <b>Donald Trump</b> que ha puesto en
entredicho la democracia norteamericana, que por ser la primera del mundo
moderno nos fijamos en ella. Es un aviso de la deriva dictatorial amenazadora
si no se le pone remedio. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las
tuyas a remojar”, dice la sabiduría popular.
El
versículo que encabeza el texto citado dice: “he aquí que no se ha acortado la mano
del Señor para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír” (v. 1). A pesar de
nuestra persistente terquedad, Dios
extiende su mano para sacarnos del lodazal en el que nos ha metido nuestra
rebeldía. ¿La cogeremos? El Señor inclina su cabeza hacia nosotros y presta
atención. ¿Le suplicaremos ayuda?
Seguro
que el declive democrático no se detendrá. Iremos de mal a peor en el aspecto
colectivo. Como individuos es bueno saber que el “Señor (que) no ha acortado su
mano para salvar, ni ha endurecido su oído para oír” es Jesús, el Buen Pastor
que da su vida por las ovejas. El retroceso democrático nos conduce a tener que
andar “en el valle de sombra de muerte. Es en este caminar doloroso cuando
Jesús se nos presenta como “mi Pastor, nada me faltará. En lugares de delicados
pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará, confortará mi
alma, me guiará por sendas de justicia por amor a su Nombre” (Salmo 23: 1-3).
Octavi Pereña i Cortina
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