¿EXISTE CONSUELO?
<b>La muerte
enfrenta un vacío que solamente Dios, en su Hijo Jesucristo, puede llenar</b>
Una madre explica que al
día siguiente de haber dado a luz a un hijo, el médico se sentó a su lado para
decirle. “Hay algo que no anda bien”. Un niño tan hermoso por fuera tenía un
defecto de nacimiento que amenazaba su vida. En el momento en que un médico
dice algo parecido a una madre, el mundo se derrumba. ¿Por qué a mí? ¿Qué he
hecho mal? Dios mío, si existes, ¿por qué permites que me pasen estas cosas?
Ante el dolor súbito, expresiones parecidas las hemos escuchado en más de una
ocasión.
“No puede ser…a la
Julieta no puede pasarle esto…Al Juan,
Andrés, tampoco. ¿Sabes Julieta? A los seres humanos no nos preparan para
recibir a la muerte. Ni la propia ni tampoco la de las personas que amamos. I
esto cuando llega sin avisar, cuando todavía no toca. Cuando hay tantos y
tantos proyectos, que hacer, tantos libros para leer y tantas aventuras. Para
vivir y para conquistar, nos encuentra desarmados, sin herramientas ni
mecanismos de defensa para poderla mirar
con serenidad. Hacía solamente una semana que habíamos hablado tú y yo”
(<b>Marta Alós</b>).
La muerte es un tema
tabú. No se habla de ella. A pesar que por los medios nos vemos inmersos en
ella, pensamos que podremos liberarnos de la muerte. No es así. Como alguien ha
dicho: “Nadie sobrevive a su generación”. ¿Qué sucede cuando la muerte golpea a
un amigo o familiar?, “nos encuentra desarmados, sin herramientas ni mecanismos
de defensa”.
“Imaginémonos”, dice
Blaise Pascal, “un grupo de personas todas ellas condenadas a muerte, a algunas
de las cuales se las decapita ante las otras personas que esperan, perdida toda
esperanza, que les llegue su turno. Esta es la imagen de la condición del
hombre”.
Yo me imagino la muerte
como encontrándonos en el corredor de la muerte esperando la ejecución de la
sentencia. Las apelaciones la retrasan hasta que llega el día fatídico. Nacemos
para morir. Diría más, desde el momento de la fecundación se pone en marcha el
reloj de la vida. A cada tic-tac la vida se acorta un segundo. Desconocemos el
tiempo que Dios le ha otorgado a cada persona. Unos se quedan en el camino
antes de haber visto la luz del sol. Otros a lo largo de las distintas etapas
de la vida. Unos mueren tranquilamente en la cama. Otros después de largos
sufrimientos. Unos muren de accidente, sea de tránsito o laboral. Otros en
medio de la criminalidad de la guerra, que da la impresión que amamos mucho.
Todos tenemos un tiempo para nacer y un tiempo para morir. ¿Aceptamos esta
realidad? No hacerlo no cambia el destino que nos aguarda. Hace más penoso el
recorrido hacia la muerte. ¿Acusaremos a
Dios de injusto? No podemos hacerlo porque avisó a Adán y Eva que si comían el
fruto del árbol prohibido ciertamente morirían. Desobedecieron y el germen de
la muerte se infiltró en su naturaleza inmortal. ¿Tildaremos a Dios de injusto
que por culpa de Adán toda su descendencia, en el momento establecido por Dios
tenga que morir? Si no se acepta esta realidad uno se encuentra en la situación
que denuncia <b>Marta Alós</b> “a los seres humanos no nos preparan
para recibir a la muerte”.
Al inicio de este escrito
cito a la madre que le nace un niño con una disfunción que puede ocasionarle la
muerte. Pues bien, cuando la visita su marido, ignorando el diagnóstico del
médico, tiene conocimiento de ello, le dice a su esposa: “oremos”. Ella asintió
con un movimiento de cabeza. El marido le cogió la mano y dijo: “Gracias Padre
por darnos a Allen. Es tuyo, no nuestro. Lo amaste antes de que nosotros lo
conociésemos. Te pertenece a ti. Estés con él cuando nosotros no podamos. Amén”
. La madre que relata el hecho, dice: “En el día que mi corazón estaba roto y
aplastada mi alma, Dios le dio a Hiram (su marido) la fuerza para decir las
palabras que yo no podía pronunciar. Y cogiendo la mano de mi marido, en un
profundo silencio y con muchas lágrimas, tuve la sensación que Dios estaba muy
cerca de mí” (Jolene Philo).
En un mundo dolorido por
todos lados, son muy apropiadas las palabras del apóstol Pablo: “Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que
podamos nosotros también consolar a los que están en cualquier tribulación, por
medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2
Corintios 1. 3,4). Los informativos a menudo nos presentan imágenes patéticas
de dolor muy impresionante que dan evidencia del desespero que llena sus almas.
No saben dónde encontrar consuelo. El texto bíblico citado nos muestra el
rostro misericordioso de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio
de su Hijo nos consuela en nuestra aflicción, a la vez que nos convertimos,
como dice el apóstol, en instrumentos de consuelo para los desconsolados. Una
sociedad atemorizada por la serie de acontecimientos desagradables que se
presentan a diario, es urgente que sepa que en Jesús encontrará el pecho amoroso en donde reclinar la cabeza
para encontrar el socorro oportuno.
Octavi Pereña i Cortina
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