dilluns, 1 de febrer del 2021

 

SALMO 34:7

“El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende”

El Covid-19 es uno de los muchos peligros que amenazan de manera global a la humanidad. Plagas juntamente con guerras y hambrunas, son unas de las señales que indican que la venida gloriosa de Jesús a buscar a su pueblo se acerca. Jesús dice que el día y la hora de producirse este acontecimiento, excepto el Padre, nadie lo sabe. No hagamos caso de quienes predicen una fecha porque mienten. Este desconocimiento indica que este acontecimiento puede producirse en cualquier momento. La incerteza nos llama a ser vigilantes para que cuando el Señor venga nos encuentre despiertos y preparados como lo hacían las cinco vírgenes de la parábola con los depósitos de sus lámparas llenos de aceite.

El salmo 34 nos enseña a  mantenernos preparados siempre para que cuando Él venga podamos entrar con Él en el salón en donde va a celebrase la boda.

El salmo comienza con un enaltecimiento del Señor lo que significa que el salmista creía en Él. Externamente, las cinco vírgenes necias de la parábola no se distinguían de las cinco prudentes. Lo que las diferenciaba era el estado de su corazón. En las prudentes anidaba la fe. En las insensatas la incredulidad. En las iglesias sucede algo parecido. La prudencia y la necedad se encuentran en los corazones de los fieles. Antes de que sea demasiado tarde debemos saber con certeza a  que grupo de adoradores pertenecemos.

Para que la enseñanza del salmo que comentamos nos beneficie tenemos que pertenecer al grupo de las cinco vírgenes prudentes. Si es así, pertenecemos al grupo de creyentes que saben en Quien han creído.

”Busqué al Señor, y Él me halló, y me liberó de todos mis temores” (.4). La incertidumbre que se respira en nuestros días dispara los miedos, los insomnios, el estrés, afligen a multitudes. Muchos de estos enfermos son cristianos nominales. De hecho son vírgenes necias. Que no creen en el Señor. Que no lo buscan. Asisten a los cultos. Cantan himnos. Participan en la Cena del Señor. Pero no están preparados para cuando venga el Señor. “Los que miran a él son alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados” (v. 8). La presencia del Señor en sus corazones los llena de la paz de Dios que excede a la comprensión humana. Las vírgenes necias no saben qué es la paz del Señor.

Quienes son como las vírgenes prudentes “buscan al Señor, no tendrán falta de ningún bien”. Poseen el tesoro escondido que nadie les podrá quitar.

Al padre del niño que tenía un espíritu mudo que buscó a Jesús  para que lo liberases del espíritu maligno, Jesús le dijo: “Al que cree todo es posible”. El padre angustiado le dice: “Creo, ayuda mi incredulidad. Si el lector pertenece al grupo de las vírgenes necias y desea abandonarlo, dígale a Jesús: “Creo, ayuda mi incredulidad”. Esperará gozoso la venida gloriosa del Señor.


MARCOS 12: 18

“Entonces vinieron los saduceos que dicen que no hay resurrección”

¿Cómo será la existencia de los sedientos que han apagado en Jesús la sed de sus almas en Jesús? No se sabe con certeza. Pero tenemos indicios de ello. Si las buenas experiencias que hemos tenido aquí en la tierra las multiplicamos por infinito, el resultado nos lo da a entender. Esta existencia excelente está garantizada por la resurrección de Jesús de entre los muertos. Si Jesús fue resucitado también lo seremos quienes hayan creído en Él  cuando venga en su gloria a buscarnos.

El texto que tenemos como base de nuestra meditación sirve de puerta de entrada que nos muestra algo que sí podemos saber con certeza, un detalle de cómo será nuestra estancia en el reino de los cielos.

Los saduceos que niegan la resurrección se comportan como los atenienses que escucharon  de los labios del apóstol Pablo el mensaje de la salvación por la fe en Jesús. Aparentemente querían “saber lo que significan estas cosas”. Con el fin de dar solemnidad a su deseo de querer saber más de la doctrina que predicaba Pablo lo condujeron al Areópago, el lugar en donde se reunía la Suprema Corte de Atenas. Escucharon atentamente al apóstol hasta el momento que dijo: “Pero Dios habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan, por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez” (Hechos 17: 30-32).

El texto no nos dice nada cómo reaccionaron los saduceos al confirmar Jesús que la resurrección de los muertos es un hecho respaldado por las Escrituras: “Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, como le habló Dios en la zarza diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos, así que vosotros mucho erráis”         (vv. 26,27).

Como reaccionaron los saduceos a las palabras de Jesús poco importa. .Lo que sí nos interesa saber es que se dará una diferencia abismal con respecto al matrimonio: “En la resurrección ni se casarán n, ni se darán en matrimonio, sino serán  como los ángeles que están en los cielos” (v. 25). Como el número de los redimidos es limitado por la elección  efectuada por Dios antes de la fundación del mundo, el número de los ciudadanos del reino de los cielos es completo. El matrimonio como medio de multiplicación de la raza humana aquí en la tierra no sirve en el reino de los cielos. Quienes se hayan casado más de una vez el problema de las esposas no se lo llevarán. Los ciudadanos del reino de Dios son asexuados.

 

 

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