dissabte, 27 de juny del 2020


APOCALIPSIS 2: 7

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza le daré de comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”
¿Qué escuchan nuestros oídos? ¿Los cánticos de sirenas que nos seducen con sus promesas de satisfacer la sensualidad que clama a gritos que sea satisfecha? El texto nos dice que escuchemos, que prestemos atención a lo que el Espíritu tiene que decirnos, a las iglesias, a los creyentes en particular y a los inconversos  en general. ¡Con cuánto empeño no busca la mujer la dracma perdida! De manera parecida tenemos que esforzarnos para que nuestros oídos tengan filtros que impidan la entrada de canciones sensuales que entonan las sirenas de nuestros días para destruirnos de manera parecida que pretendieron hacerlo con Ulises. El personaje mitológico de la antigua mitología griega comprende la irresistible atracción que los cánticos de las sirenas ejercían en los marineros que los escuchaban. Ordena a sus compañeros de viaje que le aten en el mástil del barco para impedir dirigirse hacia la destrucción. Es una lucha constante contra la atracción que los placeres del mundo que representan los cánticos de las sirenas. Por todos lados nos llegan mensajes seductores que tienen el propósito de apartarnos del camino a la vida eterna.
Si deseamos vencer la irresistible atracción de los cánticos  sensuales de sirenas que llegan hasta nuestros oídos que pretenden que nos estrellemos contra los arrecifes que nos lleva a la condenación eterna, tenemos que ser conscientes de nuestra debilidad y pedirle al Señor la fortaleza necesaria para hacer oídos sordos y no ser seducidos por sus encantamientos.
La segunda parte del texto que comentamos dice: “Al que venza le  daré de comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. Este texto nos conduce a Génesis 3: 24: “Echó pues al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Por un lado, la prohibición de acercarse al árbol de la vida tenía por objetivo que la raza humana en su totalidad estuviese eternamente condenada. Por el otro, gracias a los sacrificios de unos animales que hizo Dios con las pieles de los cuales cubrió la desnudez de nuestros primeros padres, puso a Adán y Eva y a sus descendientes por la línea de Set a tener acceso al árbol de la vida que es Jesús que derramó su sangre para que pudiésemos heredar el paraíso recuperado eternamente y sin posibilidad de volverlo a perder.


APOCALIPSIS 3: 18

“Por tanto, yo te aconsejo que de mí  compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas”
Este texto enlaza tres prioridades que tiene el ser humano que al no satisfacerse plenamente, crea confusión, amargura y problemas síquicos.
La riqueza es el motor de la actividad humana. Se amasan fortunas al precio de esquilmar a los trabajadores, imponiéndoles trabajos de esclavo, esquilmando los sueldos hasta convertirlos en salarios de hambre. Por su parte los trabajadores  se imponen largas jornadas laborales para ganar más dinero. A los empresarios que nos les importa la explotación a que someten a sus obreros, se comportan como el rico de la parábola. Tienen que engrandecer sus almacenes para que puedan guardar los bienes acumulados. La respuesta a su codicia es: “Necio esta noche vienen a pedirte tu alma y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 19: 20). Tanto empresarios como asalariados  tienen que seguir el consejo de Dios de “que de mí compres oro refinado en fuego para que seas rico”. “El que confía en sus riquezas se marchitará”                                  (Proverbios 11: 28).
Otra cosa que preocupa al ser humano es el  vestir. El mundo de la moda mueve millones de millones de euros. El impacto publicitario tiene sus efectos. Hombres y mujeres buscan causar buena impresión. Procuramos acicalarnos lo mejor posible para crear admiración. Pero nos olvidamos de que a quien debemos agradar, causar  buena impresión, es a Dios, no al hombre. El texto nos dice que tenemos que vestirnos con vestiduras blancas para que no se descubra la vergüenza de nuestra desnudez. El texto no nos pide que nos vistamos con túnicas como lo hacían los antiguos. Las túnicas blancas simbolizan que la sangre de Cristo ha cubierto nuestra desnudez. Adán y Eva después de pecar descubrieron que iban desnudos e intentaron cubrir su desnudez con los delantales que confeccionaron con hojas de higuera. Siguieron desnudos y, avergonzados se escondieron de la presencia de Dios. La industria de la moda intenta cubrir la desnudez que avergüenza.
La ceguera es un problema porque limita la movilidad del ciego. Espiritualmente somos ciegos. Tenemos ojos para ver pero no vemos.  Con los ojos de la cara vemos los obstáculos que se nos presenta y los evitamos. A Dios le interesan los ojos del alma. Por ello nos pide que nos pongamos colirio en los ojos del alma  para que podamos ver la realidad espiritual a través de la espesa niebla que nos envuelve. Los problemas sociales que nos acosan se deben a nuestra ceguera espiritual. Tropezamos contra los obstáculos que se nos presentan. Intentamos arreglarlos y las cosas empeoran. ¡Cuán necesaria es la sangre de Jesús que es el colirio que nuestros ojos espirituales necesitan para recobrar la visión y así poder recorrer por el camino de la vida sorteando los obstáculos que aparecen en él.



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