SANTIAGO 5. 16
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y
orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede
mucho”
La
oración auricular a un sacerdote para
perdón de los pecados no se enseña a hacerlo en la Biblia. La única manera de
recibir el perdón de Dios es pedírselo a
Él en el Nombre de Jesús. Hecha esta salvedad vayamos al texto de Santiago que
meditamos.
Santiago
nos dice que confesemos mutuamente nuestras ofensas. Esta petición es lógica.
Los creyentes en Cristo seguimos siendo pecadores a pesar que la sangre de
Cristo nos haya limpiado todos nuestros pecados. A menudo ofendemos a nuestros
hermanos. Es en ese sentido que tenemos que pedir perdón al hermano que hayamos
ofendido. Es así como seguimos el ejemplo de Dios que nos perdona antes de que
le pidamos perdón.
El
salmista se hace esta pregunta: “¿Quién podrá entender sus propios errores? El
mismo da la respuesta. “Líbrame de los que me son ocultos” (Salmo 19: 12). El
hecho de que seamos pecadores perdonados no nos libra de nuestra condición de
pecadores en Cristo. A veces ofendemos
al hermano con conocimiento de causa, a sabiendas que lo hacemos. Otras veces,
inconscientemente. Sea de una manera u otra tenemos que obedecer el consejo de
Santiago: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros”. Haciéndolo así seguimos el
ejemplo de Jesús que perdonaba a sus enemigos. Con mayor motivo debemos hacerlo con los hermanos en la fe.
¡Cuántos males no desaparecerían de las iglesias si los creyentes en Cristo
practicasen el perdón mutuo! Guardar resentimiento crea barreras que separan,
cosa que rompe la unidad que debería existir entre personas que son miembros
del cuerpo de Cristo. Con esta rotura no se da ejemplo al mundo. Tal vez esta
falta de unidad sea la causa de que los cristianos no hagamos impacto en el
mundo. Que el Señor nos dé fuerza para poner en práctica le mutuo perdón. La
unidad que tenemos en Cristo se pondría
de manifiesto.
“Orad
unos por otros”, sigue diciéndonos Santiago. La oración no tiene que ser una
práctica hipócrita como la de los fariseos que buscaba el aplauso del público.
Tiene que ser sentida. Por lo que hace a tener buenas relaciones con los
hermanos tenemos que pedir perdón por las ofensas cometidas voluntariamente o
involuntariamente. El reconocimiento de los propios errores es balsámico en las
relaciones con los hermanos. Cerrada la puerta de nuestra habitación y a solas
con el Señor, ¿le pedimos perdón por los pecados cometidos contra nuestros
hermanos?
“La
oración eficaz de justo puede mucho”. Si confesáramos mutuamente nuestras
ofensas, las iglesias se convertirían en antesalas del Reino de Dios y ejemplos
del amor de Dios en un mundo en el que el amor es una palabra que el viento se
lleva.
SALMO 130: 1
“De lo profundo, oh Señor, a ti clamo, Señor
oye mi voz, estén atentos tus oídos a la voz de mi suplica”
Palabras
que brotan con fuerza del corazón del salmista. Un ardiente deseo de que Dios
escuche su voz, de que atienda a su suplica. El salmista nos insta a
reflexionar de cómo es nuestra relación con el Señor. A quien se le ha
perdonado poco, poco ama. La mujer pecadora que se acercó a Jesús ungiendo sus pies con un ungüento de gran
precio, y que los mojó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos, amó mucho
y sus muchos pecados le fueron perdonados. ¿Qué sentimos acerca de nuestro
pecado? ¿Nos sentimos grandes pecadores o simplemente pecadores normales,
pequeños pecadores, carentes de un ferviente amor por Jesús que nos ha amado de
tal manera que murió por nosotros en la cruz.
“Jah,
si miras a los pecados”, es decir, si te fijas en ellos porque no han sido
lavados por la sangre de Jesús, “quién, oh Señor, podrá mantenerse?” Si los
pecados no han sido perdonados nadie puede presentarse ante la presencia de
Dios tres veces santo. ¿Qué hicieron Adán y Eva antes de que Dios cubriera su
desnudez con las túnicas confeccionadas con las pieles de los animales que
sacrificó el mismo Dios? Se escondieron de su presencia. Nada impuro puede permanecer ante el santísimo Dios. Los pecadores no perdonados
tienen miedo de Dios. Se esconden de Él.
El
salmista no se esconde de la presencia de Dios
porque a sabiendas de que es un pecador sabe que en Él “hay perdón”. No tiene miedo de
Dios. Se acoge a su misericordia manifestada en Jesús y lo reverencia por haberlo amado de tal
manera que dio a su Hijo único a morir por él. El pecador al que se le han
perdonado sus muchos pecados reverencia a Dios. No se esconde de su presencia.
Todo lo contrario, humildemente se acerca a Él para darle gracias por el perdón
inmerecido recibido.
“Mi
alma espera en el Señor”, dice el salmista. ¿Qué espera que el Señor vea en el
salmista? El salmista se imagina que es un centinela que hace guardia en una de
las vigilias de la noche. “Mi alma espera en el Señor, más que los vigilantes a
la mañana, más que los vigilantes a la mañana” (v. 6). El centinela que está de
guardia durante la noche no ve más allá de su nariz. Cualquier ruido lo
atemoriza. Teme que algún enemigo al acecho salte sobre él y lo mate. Espera
impacientemente que amanezca para que los miedos nocturnos desaparezcan. Con la
intensidad del centinela el salmista ilustra
la espera impaciente que su alma
manifiesta por el Señor.
El
salmista finaliza su poema manifestando su confianza en el Señor con estas
palabras: “Espera Israel en el Señor, porque en el Señor hay misericordia, y
abundante bendición con Él, y Él redimirá Israel de todos sus pecados”.
Con una
sola vez que murió Jesús en la cruz es
suficiente para que todos los pecados
del lector le sean perdonados.
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