SALMO 34: 22
“El Señor redime el alma de sus siervos, y no
serán condenados cuantos en Él confían”
El
Señor redime. ¿A todo el mundo? ¿Son todos los seres humanos hijos de Dios? ¿Se
salvan las personas por el mero hecho de formar parte de la feligresía de la
Iglesia católica? ¿Se salvan los pecadores porque la ceremonia funeraria la
presida un sacerdote católico? ¿Se salvan los pecadores porque tienen el deseo
de ser mejores personas? NO categórico. “El Señor redime el alma de sus
siervos” ¿Quiénes son los siervos del Señor? Únicamente quienes se han dado cuenta de que son pecadores y que
no necesitan mediador humano de ningún tipo. Que el único que puede redimir una
alma es el Único Mediador entre Dios y
el hombre que es Jesús hombre que con su muerte en la cruz ocupa el lugar que
le correspondería estar el pecador. Por la fe en Jesús crucificado TODOS los
pecados del creyente son borrados.
“No
serán avergonzados cuantos en Él confían”. El hecho de que a los verdaderos
hijos de Dios la Biblia les llame santos,
no significa que estos santos hayan
alcanzado la plena santidad. A pesar de haber sido perdonados por la fe en el
Nombre de Jesús, siguen siendo pecadores que diariamente tienen que luchar
duramente para combatir el pecado que permanece en su carne. Lo que quiero
hacer eso no hago y lo que no quiero hacer esto es lo que hago, es el grito de
angustia que exclama el apóstol Pablo, que para consuelo para nosotros dice:
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya conseguido, pero una cosa hago:
Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que queda
delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús” (Filipenses 3: 13,14).
Cualquier
persona que “prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús”, no perderá su salvación. Si alguien dice que la persona que ha
sido redimida por la sangre de Jesús no tiene garantizada su salvación eterna,
la tal persona habla en nombre de Satanás que no quiere que los creyentes en
Cristo gocen en su plenitud la promesa dada por el Señor de que quienes creen
en Él nada ni nadie las arrebatará de su mano. Jesús lo ha dicho y así es.
Reconfortantes
y tranquilizadoras son las palabras de Jesús. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen, y yo les doy VIDA ETERNA, y no perecerán jamás, ni nadie
las arrebatara de mi mano” (Juan 10: 27,28).
SANTIAGO 1: 25
“Mas el que mira atentamente en la perfecta
Ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino
hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”
Existen
dos maneras de mirar a la Ley de Dios. Tal como lo hacían los fariseos que se
fijaban en la letra y consideraban que al esfuerzo que hacían para guardarla le
seguiría la bendición de Dios. Todo lo contrario. Su creencia de que hacían la
voluntad de Dios los convertía en unos engreídos que miraban con menosprecio a
los que consideraban chusma. Se atrevían a reprenderlos porque siendo pecadores
empedernidos no gozaban del favor de Dios. Únicamente los justos se lo merecen
decían.
Tenemos
que mirar a la Ley de Dios conforme el propósito que el Señor tiene al ponerla
al alcance de los hombres. La voluntad de Dios no es que con nuestro esfuerzo
podamos cumplirla plenamente y así alcanzar la salvación. NO. El propósito de
la Ley es hacer resaltar nuestro pecado y al darnos cuenta de lo grave que es vayamos a Jesús que cumplió
plenamente los requisitos que exige la Ley, con lo cual, ante sus ojos somos
justos. El Padre no ve pecado alguno en nosotros porque su Hijo ha saldado la
cuenta pendiente que teníamos con Él.
En la
medida que nuestra mirada no está puesta en la Ley para cumplirla sino en
Aquel que la cumplió por nosotros, la
imagen de Jesús, el Legislador, se va formando en nosotros. Si persistimos en
tener los ojos puestos en Jesús nuestro Salvador no seremos oidores
olvidadizos. La presencia del Espíritu Santo en nosotros nos dará la fuerza
necesaria para ir cumpliendo las exigencias de la Ley. Que no lo haremos del todo bien, estoy de acuerdo. Reconociendo nuestros
fracasos y no apartando los ojos en Jesús, paso a paso iremos acercando a ser
perfectos como el Padre celestial es perfecto como Jesús quiere que lo seamos.
Con el
apóstol Pablo podremos decir: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida
por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual
lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado
en Él, no teniendo mi propia justicia que es por la Ley, sino la que es por la
fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3: 8,9).
“Mirando atentamente en la perfecta ley” nos identificamos con el apóstol Pablo
cuando escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado, pero una
cosa hago. Olvidándome ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que
está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús” (vv.13, 14).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada