SALMO 69: 6
“No sean avergonzados por causa mía los que
en ti confían, oh Señor de los ejércitos, no sean confundidos por mí los que te
buscan oh Dios de Israel”.
Con el
coronavirus haciendo de las suyas por todo el mundo un oleaje de incertidumbre
se expande por doquier. El futuro es tan incierto que ha
incrementado la religiosidad popular que consiste en la adoración a santos,
vírgenes que como dice la Biblia tienen ojos que no ven, oídos que no oyen,
manos que no ayudan, pies que no los acercan a nosotros. Las imágenes que son
obra de artesanos no son nada más que obras artísticas de más o menos calidad.
Las imágenes diseñadas por los artistas nada pueden hacer para ayudarnos a
salir de nuestra incertidumbre. ¿Podemos pensar que las obras que han fabricado
los artistas vayan a tener un poder espiritual superior a sus creadores?
El
texto que comentamos afirma que los que confían en el Señor no serán
“avergonzados ni confundidos”. Es hora de que los que confían en ídolos
despierten de su necedad y se vuelvan al Dios vivo.
El
profeta Isaías, a los que se sienten avergonzados y confundidos por la
inoperancia de los ídolos, les dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas…Inclinad
vuestro oído, y venid a mí, oíd y vivirá vuestra alma…Buscad al Señor mientras
puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano…” (Isaías 55: 1-13). El
profeta Isaías inspirado por el Espíritu santo hace una invitación a “todos los
sedientos”, “Inclinad vuestro oído, y mirad a mí, oíd y vivirá vuestra alma”.
El amor de Dios clama que no dejemos
pasar la oportunidad de inclinar nuestros oídos a su voz suplicante. Tal vez no
volvamos a oírla nunca más y así perdamos la oportunidad de que nuestra alma
viva por no haber bebido el agua viva que es Jesús.
El
Señor Jesús que conoce a la perfección la condición humana, nos dice: “Así que
no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6: 34). Jesús puede darnos este mensaje
de ánimo porque el Padre celestial que cuida a las aves del cielo y viste a los
lirios con su belleza a pesar de que sea perecedera, sabe todo lo que
necesitamos, ¿no cuidará de nosotros hombres de poca fe?
2 CRONICAS 9: 7
“Bienaventurados tus hombres, y dichosos
estos siervos tuyos y que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría”
La
reina de Saba oyó la fama de Salomón. Viajó a Jerusalén para conocer al famoso
rey la sabiduría del cual se había extendido por todo el mundo. Viendo la reina
la gloria que envolvía a Salomón, cuando se entrevistó con él, le dijo: “Verdad
es lo que había oído en mi tierra acerca de tus cosas y de tu sabiduría, pero
yo no creía las palabras de ellos, hasta que he venido, y mis ojos han visto, y
he aquí que ni aun la mitad de tu grandeza, de tu sabiduría me había sido
dicha, porque tú superas la fama que yo había oído” (vv. 5,6). La sorpresa que
la reina de Saba se llevó cuando comparó lo que había oído sobre Salomón con lo
que vio, puede contrastarse con lo que la samaritana contó sobre Jesús a sus
conciudadanos y la sorpresa que se llevaron los samaritanos cuando hablaron con
Jesús: “Y decían a la mujer: ya no creemos solamente por tu dicho, porque
nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente Éste es el Salvador del
mundo, el Cristo” (Juan 4: 42). El encuentro con Jesús produjo un gran gozo que
no puede compararse con los gozos que producen las cosas temporales, por
magníficos que puedan ser.
Cuando
Jesús dijo a sus oyentes que no se afanasen y resalta su preocupación por el
vestir, les dice: “Considerad los lirios del campo, como crecen, no trabajan ni
hilan, pero os digo: que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno
de ellos” (Mateo 6: 28,29).
Cuando
algunos escribas y fariseos le pidieron una señal para que pudieran creer en Él
les refirió la historia de Jonás que estuvo “en el vientre del gran pez tres
días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra
tres días y tres noches” (Mateo 12: 39,40). Jesús compartía con ellos el
corazón del Evangelio que era Él mismo ya que fuera de Él no hay salvación
posible porque no hay ningún otro Nombre dado a los hombres en que puedan
salvarse. Poniendo Jesús el testimonio de la reina de Saba que se esforzó en
ser testigo de la gloria de Salomón, Jesús dice: “La reina del Sur se levantará
en el juicio con esta generación, y la condenará porque ella vino de los fines
de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este
lugar” (v. 42).
Los
hombres se sacrifican para poder asistir a los conciertos que dan los ídolos
del momento, de gloria muy efímera. A la hora de prestar atención a Jesús, el
Salvador del mundo se comportan como el populacho que fue testigo de los milagros
que hizo Jesús que testificaban de su poder y gloria eternos. A la hora de la verdad gritaban
enfervorizados: “Crucifícale”, “crucifícale”.
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