dilluns, 4 de maig del 2020


SAMUEL 16: 4

“Entonces el rey dijo a Siba: He aquí sea tuyo todo lo que tiene Mefi-boset”
Absalón hijo de David se rebela contra su padre. El rey, precipitadamente tiene que huir para salvar su vida y la de su familia. Siba que administra las propiedades de Mefi-boset le lleva a David alimentos. David le pregunta a Siba sobre Mefi-boset, hijo de  Saúl, lisiado debido a una caída, David lo acogió en su casa, comiendo cada día en su mesa. Siba le dice que Mefi-boset se ha quedado en Jerusalén esperando recuperar el trono. David, sin pararse a pensar e indagar si son ciertas las acusaciones de Siba contra su señor, le dice a Siba: “Sea tuyo todo lo que tiene Mefi-boset”. Quizás por la premura del tiempo, por la situación difícil en 2 que se encontraba, el rey no tuvo en cuenta lo que dice el proverbio: “Mas el que abre mucho los labios tendrá necesidad” (Proverbios 13:5)
Prosigue la huida. Al final las tropas del rey David y las del hijo rebele se enfrentan en el campo de batalla. La victoria es para David. El hijo rebelde muere en el encuentro. Se inicia el regreso a Jerusalén. Al llegar cerca de la ciudad, Mefi-boset, con aspecto descuidado se presenta ante David. Éste le dice: “¿ Por qué no fuiste conmigo?  ”Mefi-boset le responde: “Rey señor mío, mi siervo me engañó, pues tu siervo había dicho: enalbárdame  un asno, y montaré  en el e iré  al rey, porque tu siervo es cojo…” Nuevamente el rey habla sin reflexionar, impetuosamente, sin indagar si la razón está de parte de Siba o de Mefi-boset, dijo: “¿ Para qué  más palabras? Ya he determinado que tú Siba os dividáis las tierras” (2 Samuel 19: 25-30). Un pecado condujo al otro. Si fue injusto al  ceder las propiedades de Mefi-boset a Siba también lo fue al dividirlas entre ambos. Como dice el proverbio: “El que mucho abre sus labios tendrá calamidad”.


HECHOS 4: 29

“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra”
Los apóstoles Pedro y Juan suben al templo a la hora de la oración y se encuentran con un tullido que pedía limosna. Pedro, dirigiéndose al mendigo le dice: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy, en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, levantate y anda” (Hechos 3:6). Aprovechando la oportunidad los apóstoles predican a Jesucristo como Autor de la curación. Mientras estaban hablando al pueblo, “vinieron sobre ellos los sacerdotes  con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñaran al pueblo, y enseñaran en Jesús la resurrección de los muertos , y les echaron mano, y los pusieron a la cárcel…”(Hechos 4: 1-3).
Al día siguiente los apóstoles comparecieron ante el Sanedrín para que respondiesen: “¿Con qué potestad, habéis hecho vosotros esto?” (v.7). el apóstol Pedro lleno del Espíritu Santo respondió: “Sea notorio a todos vosotros, y al pueblo de Israel que el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia” (v. 10).
El Sanedrín se pregunta. “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto señal ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar” (v. 16). A pesar de la notoriedad de la curación y de que el poder de Dios obraba en las vasijas de barro que eran Pedro y Juan, las autoridades religiosas que tenían ojos para ver y no veían y oídos para oír que eran sordos, no se percatan de su ceguera: “Para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este Nombre. Y llamándolos, les intimidaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en  el Nombre de Jesús” (v.18). La respuesta enfatica de los apóstoles: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (vv. 19,20). Ante la valiente respuesta de Pedro y Juan, la reacción del Sanedrín, impotente ante la realidad  de la que habían sido testigos, fue esta: “Entonces los amenazaron y los soltaron no habiendo ningún modo de castigarlos, por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho” (v. 21).
Liberados los apóstoles se reúnen con la iglesia para explicar lo sucedido. Habiendo escuchado el relato, en vez de lamentarse por lo ocurrido, ”alzaron unánimes la voz a Dios en oración, diciendo: …Y ahora Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el Nombre de tu santo Hijo Jesús. Y cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios2 (vv. 24-31).



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