SAMUEL 16: 4
Absalón
hijo de David se rebela contra su padre. El rey, precipitadamente tiene que
huir para salvar su vida y la de su familia. Siba que administra las
propiedades de Mefi-boset le lleva a David alimentos. David le pregunta a Siba
sobre Mefi-boset, hijo de Saúl, lisiado
debido a una caída, David lo acogió en su casa, comiendo cada día en su mesa.
Siba le dice que Mefi-boset se ha quedado en Jerusalén esperando recuperar el
trono. David, sin pararse a pensar e indagar si son ciertas las acusaciones de
Siba contra su señor, le dice a Siba: “Sea tuyo todo lo que tiene Mefi-boset”.
Quizás por la premura del tiempo, por la situación difícil en 2 que se
encontraba, el rey no tuvo en cuenta lo que dice el proverbio: “Mas el que abre
mucho los labios tendrá necesidad” (Proverbios 13:5)
Prosigue
la huida. Al final las tropas del rey David y las del hijo rebele se enfrentan
en el campo de batalla. La victoria es para David. El hijo rebelde muere en el
encuentro. Se inicia el regreso a Jerusalén. Al llegar cerca de la ciudad,
Mefi-boset, con aspecto descuidado se presenta ante David. Éste le dice: “¿ Por
qué no fuiste conmigo? ”Mefi-boset le
responde: “Rey señor mío, mi siervo me engañó, pues tu siervo había dicho:
enalbárdame un asno, y montaré en el e iré
al rey, porque tu siervo es cojo…” Nuevamente el rey habla sin
reflexionar, impetuosamente, sin indagar si la razón está de parte de Siba o de
Mefi-boset, dijo: “¿ Para qué más
palabras? Ya he determinado que tú Siba os dividáis las tierras” (2 Samuel 19:
25-30). Un pecado condujo al otro. Si fue injusto al ceder las propiedades de Mefi-boset a Siba
también lo fue al dividirlas entre ambos. Como dice el proverbio: “El que mucho
abre sus labios tendrá calamidad”.
HECHOS 4: 29
“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede
a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra”
Los
apóstoles Pedro y Juan suben al templo a la hora de la oración y se encuentran
con un tullido que pedía limosna. Pedro, dirigiéndose al mendigo le dice: “No
tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy, en el Nombre de Jesucristo de
Nazaret, levantate y anda” (Hechos 3:6). Aprovechando la oportunidad los
apóstoles predican a Jesucristo como Autor de la curación. Mientras estaban
hablando al pueblo, “vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los
saduceos, resentidos de que enseñaran al pueblo, y enseñaran en Jesús la
resurrección de los muertos , y les echaron mano, y los pusieron a la
cárcel…”(Hechos 4: 1-3).
Al día
siguiente los apóstoles comparecieron ante el Sanedrín para que respondiesen:
“¿Con qué potestad, habéis hecho vosotros esto?” (v.7). el apóstol Pedro lleno
del Espíritu Santo respondió: “Sea notorio a todos vosotros, y al pueblo de
Israel que el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis,
y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra
presencia” (v. 10).
El
Sanedrín se pregunta. “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto señal
ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo
podemos negar” (v. 16). A pesar de la notoriedad de la curación y de que el
poder de Dios obraba en las vasijas de barro que eran Pedro y Juan, las autoridades
religiosas que tenían ojos para ver y no veían y oídos para oír que eran
sordos, no se percatan de su ceguera: “Para que no se divulgue más entre el
pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en
este Nombre. Y llamándolos, les intimidaron que en ninguna manera hablasen ni
enseñasen en el Nombre de Jesús” (v.18).
La respuesta enfatica de los apóstoles: “Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos
visto y oído” (vv. 19,20). Ante la valiente respuesta de Pedro y Juan, la
reacción del Sanedrín, impotente ante la realidad de la que habían sido testigos, fue esta:
“Entonces los amenazaron y los soltaron no habiendo ningún modo de castigarlos,
por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que se había
hecho” (v. 21).
Liberados
los apóstoles se reúnen con la iglesia para explicar lo sucedido. Habiendo
escuchado el relato, en vez de lamentarse por lo ocurrido, ”alzaron unánimes la
voz a Dios en oración, diciendo: …Y ahora Señor, mira sus amenazas, y concede a
tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano
para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el Nombre de tu
santo Hijo Jesús. Y cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados
tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la
palabra de Dios2 (vv. 24-31).
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