TITO 2:1
“Pero
tu habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”
Es el consejo que el apóstol Pablo da a
su discípulo Tito: “Habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”. Es una
advertencia que delimita mucho lo que tiene que hablar Tito. Lo que enseña
tiene que estar de acuerdo con la sana
doctrina. ¿Se enseña hoy en los seminarios a los aspirantes a pastor a que
prediquen lo que esté de acuerdo con la sana doctrina? Cuando los seminarios enseñan a los alumnos que el relato de
Génesis: la creación, el paraíso, Adán y
Eva, la caída, es un mito, los cimientos del pastorado son de arena que
no puede resistir los embates de los poderes infernales que lo embisten. A la
vez, edificado sobre tal falsedad no podrán transmitir a los fieles que se
congregan para oír sus predicaciones la verdad de Dios que les dé la fortaleza
que necesitan para afrontar los embates de la adversidad que embestirán contra
ellos.
Hoy se considera la Ciencia como el
baluarte de la verdad. Lo que dice la Ciencia va a misa. A la Ciencia no se la
puede contradecir. Deben creerse sus pronunciamientos porque son dogma de fe.
Cuando la Ciencia hace filosofía y sus conclusiones no se basan en hechos
probados, sino que se apoyan en teorías no confirmadas, entonces la Ciencia no
es Ciencia y se transforma en filosofía especulativa.
Los pastores no deben dejarse guiar por
las conclusiones a que llega la falsamente llamada Ciencia. Siguiendo las
instrucciones que el apóstol Pablo da a Tito, los pastores deben anunciar desde
el púlpito y en su ministerio pastoral lo que está de acuerdo con la sana
doctrina. Resumiendo, todo lo que esté de acuerdo con lo que dice la Biblia.
Algún motivo tendría el apóstol cuando escribiendo a Timoteo que también era
discípulo suyo, le diga: “Pero tú persiste en lo que has aprendido y te
persuadiste, sabiendo de quien has aprendido, y que desde la niñez has sabido
las Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe
que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2
Timoteo 3: 14-17).
Las Sagradas
Escrituras que no son otra cosa que las palabras de Jesús, quien las oiga y las haga se comporta como “un hombre
prudente, que edifica su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos,
y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa, y no cayó porque estaba
fundada sobre la roca” (Mateo 7: 24,25). Si la literalidad de la Biblia no
satisface, la religiosidad de los tales
se construye sobre cimientos de arena. No debe extrañarnos que las vidas
de tantos llamados cristianos sean un fracaso.
2 SAMUEL 3: 1
“Y
la palabra del Señor escaseaba en aquellos días, y no había visión con
frecuencia”
Un varón de Dios amonesta al sacerdote
Elí por haber honrado a sus hijos más que al Señor. Asimismo le anuncia que
levantará un sacerdote fiel que sea conforme el corazón de Dios (1 Samuel 2:
27-36). En tanto esto sucedía, “el joven Samuel iba creciendo, era acepto
delante de Dios y delante de los hombres” (v. 26).
A pesar de que la palabra de Dios
escaseaba en aquellos días y no había visión con frecuencia, el señor tenía a
sus siete mil que no habían doblado sus rodillas ante los baales. Escaseaba la
palabra del Señor pero Israel no se quedó sin
voz profética que anunciase al pueblo el mensaje de Dios.
Los caminos del Señor son misteriosos.
¿Quién se iba a imaginar que la esterilidad de Ana y sus súplicas al Señor para
que le concediese un hijo, fuese el preludio de la sustitución de Elí en el
sacerdocio? Nadie. A la actuación secreta de Dios le sigue el momento en que
los planes del Señor se hacen públicos.
Al nacer Samuel su madre lo dedicó al
Señor para que lo sirviese todos los días de su vida (1 Samuel 1: 28). Cuando
hubo destetado al niño su madre, en cumplimiento de su promesa lo trajo al
Señor en Silo. Y el niño era pequeño (1: 24). “Y el niño ministraba al Señor
delante del sacerdote Elí” (2:11). Samuel estaba predestinado al sacerdocio. Se
encontraba en el proceso de crecimiento espiritual, de formación, esperando el
momento de su presentación en público. Lo cual no sucedió de manera
espectacular.
“El joven Samuel ministraba al Señor en
presencia de Elí” (3.1). Samuel dormía. “El Señor llamó a Samuel y el joven
creyendo que era Elí acude al anciano sacerdote para preguntarle que deseaba.
El llamado ocurre tres veces. A la tercera Elí entiende que el Señor está
llamando al joven Samuel, y le dice: “Ve y acuéstate, si te llama dirás: Habla
Señor porque tu siervo oye”. Al rato, “vino el Señor y se paró, y llamó como
las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo
oye” (v. 10). A partir de este instante se inicia el ministerio público de
Samuel. Cuando finaliza la etapa del ministerio de Elí, el campo no se queda sin sembradores de la Palabra. Siempre
aparecen hombres y mujeres que no doblan sus rodillas ante los baales de cada
época.
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