CEREMONIAL RELIGIOSO
<b>El ceremonial es una práctica
religiosa que no vincula al hombre con Dios</b>
Las religiones cuanto más alejadas de
Dios, se caracterizan por una liturgia muy elaborada y barroca que ha perdido
la frescura de una íntima relación con Dios: Edificios majestuosos como si en
ellos hubiese espacio para que el Dios infinito le agradase habitar en ellos y una práctica religiosa de masas
cuando la fe es una cuestión personal. El error que cometen estas religiones es
hace creer a los fieles que les basta
con la práctica externa de la religión, sin tener en cuenta que la verdadera
religiosidad consiste en mantener una estrecha relación con el Padre de nuestro
Señor Jesucristo.
Jesús es el único camino que conduce a
Dios “porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
puedan ser salvos” (Hechos 4: 12). Jesús no enseña en ningún momento la
conversión en masa. Siempre se dirige a las personas, individualmente, a que se
arrepientan de sus pecados y crean en Él ya que la sangre que derramó en la
cruz del Gólgota es el único detergente “que nos limpia de todo pecado” (1 Juan
1: 7).
¿Qué piensa Dios de las religiones de
masas que únicamente les interesa la participación en las ceremonias, sin
importarles cuál es la relación que los feligreses mantienen con Dios? El
profeta Amós responde a la pregunta que hemos planteado: “Aborrecí, abominé
vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me
ofrecierais vuestros holocaustos y vuestras
ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros
animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé
las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la
justicia como impetuoso arroyo” (Amós 5: 21-24). El profeta Isaías remacha el
clavo cuando escribe: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios
me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un
mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isaías 29: 13).
No. Al Dios de la Biblia no le complace
la religiosidad vacía de contenido. El salmista enseña cuál es la religiosidad
que le agrada a Dios. El salmo 51 es uno de los salmos conocidos como
penitenciales. El rey David, su autor,
gracias a la intervención del profeta Natán reconoce haber cometido el pecado
de adulterio y, como pecador arrepentido se dirige al Señor con estas palabras:
“Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus
ojos…Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí,
oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Y no me
eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu” (vv, 4,9-11).
El judaísmo del Antiguo Testamento era
una religión muy ceremonial. Se tenían que seguir unas normas muy estrictas para conseguir una purificación ceremonial,
que no espiritual. El rey David deja a un lado los requisitos legales para
conseguir el perdón de su pecado de adulterio y va directamente a la fuente del
perdón que es Jesús. Al adulterio del monarca le acompañó, en un vano intento
de esconder su pecado, el asesinato que ordenó se cometiese en el campo de
batalla, al marido de la esposa ultrajada: “Límpiame de homicidios, oh Dios, de
mi salvación, cantará mi lengua tu justicia” (v. 14).
En nuestros días el papa y la jerarquía
católica, ante el escándalo de la pederastia clerical, envueltos en sus ropajes
de solemnidad, se olvidan de pedir perdón a Dios a quien han ofendido en primer
lugar y se limitan a pedir perdón a las víctimas y, con el propósito de
disminuir la responsabilidad de la Iglesia sacan a relucir que otras personas
han cometido el mismo pecado. Pero la sociedad va perdiendo confianza en una
Institución que le dicta las nomas éticas que debe cumplir, siendo la primera
en incumplirlas.
El rey David siguiendo las instrucciones
que la Biblia da desde Génesis a Apocalipsis, que la verdadera religiosidad no
consiste en ceremonial vacío de contenido, sino en un nacimiento espiritual,
escribe: “Señor abre mis labios, y publicará mi lengua tu alabanza, porque no
quieres sacrificio que yo lo daría, ni quieres holocausto. Los sacrificios de
Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (vv. 15-17).
Octavi
Pereña i Cortina
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