OSEAS 12: 6
“Tú,
pues, vuélvete a tu Dios, guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía
siempre”
Las incertidumbres en la vida diaria son
muchas. Pensamos que las cosas van bien y, de súbito: una enfermedad, un
despido, una ruptura matrimonial…La existencia es muy incierta. Tener la mirada
horizontal no nos ayuda en el momento del infortunio. Confiar plenamente en el
hombre trae desgracia. Y es esto lo que hacemos normalmente. Y la persona en
quien confiamos resulta ser una caña quebrada que atraviesa el corazón,
llenándonos de dolor.
“Tú, pues, vuélvete a tu Dios”, nos dice
el profeta. Jesús que es Dios encarnado nos dice: “Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad ni yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30). ¿Estamos dispuestos a
descargar nuestras penas en Jesús y compartir con Él el pesado yugo del pecado
para que lo alivie?
Volver a Dios exige que seamos
misericordiosos y que practiquemos juicio, que es lo que Él hace con
nosotros. Si nos volvemos al Señor no
tenemos que hacerlo en secreto. Nuestras vidas tienen que reflejar que somos la
luz del mundo y que no debe ponerse debajo del almud o debajo de la cama, sino ponerla en el
candelero para que alumbre a quienes están en la casa para que ayude a los
extraviados a encontrar a Jesús que es el Camino hacia Dios el Padre. Si los
cristianos no reflejan la santidad de Dios son un tropezadero para los no
creyentes pues el buen testimonio es algo esencial a la hora de transmitir el
mensaje del Evangelio. Es grande la responsabilidad que hemos contraído quienes
afirmamos ser cristianos.
No nos alarmemos ante la exigencia de un
vivir que refleje “misericordia y juicio”. El profeta nos tranquiliza cuando
nos dice: “y en tu Dios confía”. En todas las situaciones de la vida tenemos
que confiar en Dios porque Él nos dará la ayuda oportuna.
JUECES 18: 24
“Tomasteis
mis dioses que yo hice y el sacerdote y os vais, ¿qué más me queda?”
En aquellos días no había rey en Israel”
(v.1). La carencia de monarquía de alguna manera reflejaba el estado espiritual
en que se encontraba Israel durante la etapa de asentamiento de las tribus en
el territorio asignado a ellas. En su conjunto Israel no tenía Rey. El texto
que comentamos tiene que ver con la idolatría y el papel que jugó durante el
tiempo que duró el asentamiento.
El libro de Jueces termina con esta
declaración que pone de manifiesto la pésima condición espiritual en que se
encontraba Israel en aquella época: “En estos días no había rey en Israel: cada
uno hacía lo que bien le parecía” (21:
25).
El texto que comentamos muestra como las
personas que han abandonado a Dios hacen lo que mejor les parece. Malgastan la
fuerza por la posesión de un ídolo que no sabe defenderse. Se amenaza con la
muerte a quien se le ha robado el ídolo
si persiste en reclamar que se le devuelva. Micaia, quedándose sin sacerdote
que le abandona y sin el ídolo, dice a los ladrones: “¿Qué más me queda?” No le
queda nada porque ya antes no poseía nada valioso.
Para Micaia el ídolo lo era todo. Era el
tesoro en que confiaba. Era el objeto de su devoción. ¿Qué tiene que decirnos
Jesús respecto a los tesoros terrenales? “No os hagáis tesoros en la tierra,
donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” ¿Qué
solución aporta Jesús ante el peligro de la polilla y los ladrones? “Haceos tesoros en el cielos, donde ni la
polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan”
Dada la caducidad de los tesoros
terrenales haríamos bien en prestar atención a lo que nos dice Jesús: “Porque
dónde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:
19-21).
Sea legal o ilegal el expolio de ídolos
que pueda tener el lector, ¿qué más da que sea de una manera o la otra. ¿”Qué
más nos queda? Siguiendo el ejemplo de los paganos residentes en Éfeso que
practicaban la magia. Al convertirse a Jesús “trajeron los libros y los
quemaron” (Hechos 19: 19). Querido lector, si eres cristiano, ¿sigues confiando
en los ídolos que te roban al Señor? Quémalos. Destrúyelos. Quédate con Jesús
el Rey de reyes. Jamás podrás decir: ¿Qué más me queda? Por poderoso que sea el ladrón, jamás podrá
arrebatar a Jesús que por el Espíritu mora en tu corazón.
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