dilluns, 27 de gener del 2020


OSEAS 12: 6

“Tú, pues, vuélvete a tu Dios, guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía siempre”
Las incertidumbres en la vida diaria son muchas. Pensamos que las cosas van bien y, de súbito: una enfermedad, un despido, una ruptura matrimonial…La existencia es muy incierta. Tener la mirada horizontal no nos ayuda en el momento del infortunio. Confiar plenamente en el hombre trae desgracia. Y es esto lo que hacemos normalmente. Y la persona en quien confiamos resulta ser una caña quebrada que atraviesa el corazón, llenándonos de dolor.
“Tú, pues, vuélvete a tu Dios”, nos dice el profeta. Jesús que es Dios encarnado nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad ni yugo sobre vosotros,  y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30). ¿Estamos dispuestos a descargar nuestras penas en Jesús y compartir con Él el pesado yugo del pecado para que lo alivie?
Volver a Dios exige que seamos misericordiosos y que practiquemos juicio, que es lo que Él hace con nosotros.  Si nos volvemos al Señor no tenemos que hacerlo en secreto. Nuestras vidas tienen que reflejar que somos la luz del mundo y que no debe ponerse debajo del almud  o debajo de la cama, sino ponerla en el candelero para que alumbre a quienes están en la casa para que ayude a los extraviados a encontrar a Jesús que es el Camino hacia Dios el Padre. Si los cristianos no reflejan la santidad de Dios son un tropezadero para los no creyentes pues el buen testimonio es algo esencial a la hora de transmitir el mensaje del Evangelio. Es grande la responsabilidad que hemos contraído quienes afirmamos ser cristianos.
No nos alarmemos ante la exigencia de un vivir que refleje “misericordia y juicio”. El profeta nos tranquiliza cuando nos dice: “y en tu Dios confía”. En todas las situaciones de la vida tenemos que confiar en Dios porque Él nos dará la ayuda oportuna.


JUECES 18: 24

“Tomasteis mis dioses que yo hice y el sacerdote y os vais, ¿qué más me queda?”
En aquellos días no había rey en Israel” (v.1). La carencia de monarquía de alguna manera reflejaba el estado espiritual en que se encontraba Israel durante la etapa de asentamiento de las tribus en el territorio asignado a ellas. En su conjunto Israel no tenía Rey. El texto que comentamos tiene que ver con la idolatría y el papel que jugó durante el tiempo que duró el asentamiento.
El libro de Jueces termina con esta declaración que pone de manifiesto la pésima condición espiritual en que se encontraba Israel en aquella época: “En estos días no había rey en Israel: cada uno hacía lo que bien le parecía”  (21: 25).
El texto que comentamos muestra como las personas que han abandonado a Dios hacen lo que mejor les parece. Malgastan la fuerza por la posesión de un ídolo que no sabe defenderse. Se amenaza con la muerte  a quien se le ha robado el ídolo si persiste en reclamar que se le devuelva. Micaia, quedándose sin sacerdote que le abandona y sin el ídolo, dice a los ladrones: “¿Qué más me queda?” No le queda nada porque ya antes no poseía nada valioso.
Para Micaia el ídolo lo era todo. Era el tesoro en que confiaba. Era el objeto de su devoción. ¿Qué tiene que decirnos Jesús respecto a los tesoros terrenales? “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” ¿Qué solución aporta Jesús ante el peligro de la polilla y los ladrones?  “Haceos tesoros en el cielos, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan  ni hurtan”
Dada la caducidad de los tesoros terrenales haríamos bien en prestar atención a lo que nos dice Jesús: “Porque dónde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6: 19-21).
Sea legal o ilegal el expolio de ídolos que pueda tener el lector, ¿qué más da que sea de una manera o la otra. ¿”Qué más nos queda? Siguiendo el ejemplo de los paganos residentes en Éfeso que practicaban la magia. Al convertirse a Jesús “trajeron los libros y los quemaron” (Hechos 19: 19). Querido lector, si eres cristiano, ¿sigues confiando en los ídolos que te roban al Señor? Quémalos. Destrúyelos. Quédate con Jesús el Rey de reyes. Jamás podrás decir: ¿Qué más me queda?  Por poderoso que sea el ladrón, jamás podrá arrebatar a Jesús que por el Espíritu mora en tu corazón.




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