1 CRÓNICAS: 15: 2
Entonces
dijo David: el arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas, porque a
ellos ha elegido el Señor para llevar el arca del Señor y le sirvan
perpetuamente”
Cuando los filisteos devolvieron el arca
por atreverse los hombres de Betsemes a mirar en su interior, el Señor hizo
morir a los hombres que se atrevieron a hacerlo. Entonces enviaron mensaje a
los habitantes de Quiriat-jearin diciendo: ”Los filisteos han devuelto el arca
del Señor, descended, pues, y llevadla vosotros” (1 Samuel 6: 21).
David ya reina sobre Israel y dispone que
el arca del Señor se traslade a Jerusalén porque es el lugar escogido por
Dios para morar entre su pueblo. El
texto nos dice como se hizo el traslado: “Y llevaron el arca de Dios de la casa
de Ahinadab en un carro nuevo, y Uza y Ahío guiaban el carro…Pero cuando
llegaron a la era de Quidón, Uza extendió la mano al arca para sostenerla,
porque los bueyes tropezaban. Y el furor del Señor se encendió contra Uza,
porque había extendido su mano al arca, y murió allí delante de Dios…Y David
temió a Dios aquel día, y dijo: ¿Cómo he de traer a mi casa el arca de Dios? Y
no trajo David el arca a su casa en la ciudad de David, sino que la llevó a casa
de Obed-edomgeteo” (1 Crónicas 13: 5-14).Aquí permaneció durante un tiempo
hasta que el rey volvió a intentar llevarla a Jerusalén. “Vosotros que sois los
principales padres de las familias de los levitas, santificaos vosotros y
vuestros hermanos, y pasad el arca del Señor Dios de Israel al lugar que le he
preparado” (1 Crónicas 15:12). Bien seguro que desde el momento en que el arca
del Señor quedó depositada en la casa de Obed-edom hasta el presente, David
reflexionó sobre lo sucedido. Sea que lo leyese en la copia del Libro de la Ley
que tenía que tener en su casa para leerla cada día como enseñó Moisés o porque
lo consultase con los profetas que le asesoraban, lo cierto es que al final el
arca de Dios fue trasladada por los levitas tal como enseña la Ley.
Lo que nos ilustra el traslado del arca
de Dios es que en la casa del Señor no puede hacerse nada prescindiendo de lo
que enseñan las Sagradas Escrituras. Los fracasos y problemas que menudean en
las iglesias, ¿no deben hacer pensar a sus pastores y ancianos a qué se deben? De encontrase
entre nosotros el sacerdote Elí, no tendría que corregirnos con las mismas
palabras que le dijo al adolescente Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo
escucha” (1 Samuel 3: 10).
SALMO 90: 12
“Enséñanos
de tal modo a contar nuestros día, que traigamos al corazón sabiduría”
¿Cómo podemos contar nuestros día a fin
de que el corazón adquiera sabiduría divina? La sabiduría no se consigue en un
solo día. Es un proceso que se inicia en el momento en que una persona por la
fe en Jesús se convierte en un hijo de Dios. Es en esta condición cuando el
temor al Señor da inicio al camino hacia la sabiduría. (Proverbios 1:7). Si no
se cree en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo no puede darse el temor de
Dios, porque, ¿cómo se puede sentir reverencia en un Dios en quien no se cree?
¿Cómo puede proporcionar sabiduría auténtica cuando se cree en un dios
impersonal que solamente existe en la imaginación humana, un dios irreal, una
pura fantasía?
En el momento de creer en Jesús se pone
en marcha el reloj que nos enseña a contar nuestros días con sentido. La fe en
Cristo pone ante los ojos espirituales un horizonte en que se contempla el día
de la resurrección en que los redimidos por la sangre de Jesús derramada en la
cruz del Gólgota alcanzarán la plena salvación iniciada en el momento de la
conversión a Cristo.
No debemos olvidar que la salvación tiene
dos fases. En el momento en que despierta la fe en Jesús el alma pasa de muerte
a vida eterna. Esta vida no puede perderse porque la condición de hijo de Dios
no tiene límite. Eternamente se es hijo de Dios. Pero hoy, estando todavía en
la carne no se alcanza la perfección del Padre a la que somos llamados. Esta
meta en el horizonte es la que enseña al creyente en Cristo a contar los días
que traen al corazón la sabiduría divina.
A diferencia del incrédulo en que el
objetivo es conseguir llegar al sepulcro en las mejores condiciones físicas
posibles, siendo la oscuridad de la fosa lo que le espera, no es posible que
contar los días le aporte sabiduría en su camino hacia el sepulcro. El creyente
en Cristo tiene ante sus ojos la resurrección de vida. Es por ello que como
corredor en una maratón se esfuerza en la carrera sin dejar de tener los ojos puestos en Jesús que le da fuerza
para llegar sin desfallecer a la meta. Alimenta su alma con la Palabra de Dios,
profundiza en ella y así es como adquiere la sabiduría que lo hace
verdaderamente sabio. A cada día que transcurre un átomo de la sabiduría divina
se añade a su alma hasta que alcanzará su zenit en el día de la resurrección en
que será semejante a Jesús porque sus ojos lo podrán contemplar en toda su
gloria.
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