dijous, 6 de setembre del 2018

1 CRÓNICAS: 15: 2

Entonces dijo David: el arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas, porque a ellos ha elegido el Señor para llevar el arca del Señor y le sirvan perpetuamente”
Cuando los filisteos devolvieron el arca por atreverse los hombres de Betsemes a mirar en su interior, el Señor hizo morir a los hombres que se atrevieron a hacerlo. Entonces enviaron mensaje a los habitantes de Quiriat-jearin diciendo: ”Los filisteos han devuelto el arca del Señor, descended, pues, y llevadla vosotros” (1 Samuel 6: 21).
David ya reina sobre Israel y dispone que el arca del Señor se traslade a Jerusalén porque es el lugar escogido por Dios  para morar entre su pueblo. El texto nos dice como se hizo el traslado: “Y llevaron el arca de Dios de la casa de Ahinadab en un carro nuevo, y Uza y Ahío guiaban el carro…Pero cuando llegaron a la era de Quidón, Uza extendió la mano al arca para sostenerla, porque los bueyes tropezaban. Y el furor del Señor se encendió contra Uza, porque había extendido su mano al arca, y murió allí delante de Dios…Y David temió a Dios aquel día, y dijo: ¿Cómo he de traer a mi casa el arca de Dios? Y no trajo David el arca a su casa en la ciudad de David, sino que la llevó a casa de Obed-edomgeteo” (1 Crónicas 13: 5-14).Aquí permaneció durante un tiempo hasta que el rey volvió a intentar llevarla a Jerusalén. “Vosotros que sois los principales padres de las familias de los levitas, santificaos vosotros y vuestros hermanos, y pasad el arca del Señor Dios de Israel al lugar que le he preparado” (1 Crónicas 15:12). Bien seguro que desde el momento en que el arca del Señor quedó depositada en la casa de Obed-edom hasta el presente, David reflexionó sobre lo sucedido. Sea que lo leyese en la copia del Libro de la Ley que tenía que tener en su casa para leerla cada día como enseñó Moisés o porque lo consultase con los profetas que le asesoraban, lo cierto es que al final el arca de Dios fue trasladada por los levitas tal como enseña la Ley.
Lo que nos ilustra el traslado del arca de Dios es que en la casa del Señor no puede hacerse nada prescindiendo de lo que enseñan las Sagradas Escrituras. Los fracasos y problemas que menudean en las iglesias, ¿no deben hacer pensar a sus pastores  y ancianos a qué se deben? De encontrase entre nosotros el sacerdote Elí, no tendría que corregirnos con las mismas palabras que le dijo al adolescente Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3: 10).



SALMO 90: 12

“Enséñanos de tal modo a contar nuestros día, que traigamos al corazón sabiduría”
¿Cómo podemos contar nuestros día a fin de que el corazón adquiera sabiduría divina? La sabiduría no se consigue en un solo día. Es un proceso que se inicia en el momento en que una persona por la fe en Jesús se convierte en un hijo de Dios. Es en esta condición cuando el temor al Señor da inicio al camino hacia la sabiduría. (Proverbios 1:7). Si no se cree en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo no puede darse el temor de Dios, porque, ¿cómo se puede sentir reverencia en un Dios en quien no se cree? ¿Cómo puede proporcionar sabiduría auténtica cuando se cree en un dios impersonal que solamente existe en la imaginación humana, un dios irreal, una pura fantasía?
En el momento de creer en Jesús se pone en marcha el reloj que nos enseña a contar nuestros días con sentido. La fe en Cristo pone ante los ojos espirituales un horizonte en que se contempla el día de la resurrección en que los redimidos por la sangre de Jesús derramada en la cruz del Gólgota alcanzarán la plena salvación iniciada en el momento de la conversión a Cristo.
No debemos olvidar que la salvación tiene dos fases. En el momento en que despierta la fe en Jesús el alma pasa de muerte a vida eterna. Esta vida no puede perderse porque la condición de hijo de Dios no tiene límite. Eternamente se es hijo de Dios. Pero hoy, estando todavía en la carne no se alcanza la perfección del Padre a la que somos llamados. Esta meta en el horizonte es la que enseña al creyente en Cristo a contar los días que traen al corazón la sabiduría divina.
A diferencia del incrédulo en que el objetivo es conseguir llegar al sepulcro en las mejores condiciones físicas posibles, siendo la oscuridad de la fosa lo que le espera, no es posible que contar los días le aporte sabiduría en su camino hacia el sepulcro. El creyente en Cristo tiene ante sus ojos la resurrección de vida. Es por ello que como corredor en una maratón se esfuerza en la carrera sin dejar de tener  los ojos puestos en Jesús que le da fuerza para llegar sin desfallecer a la meta. Alimenta su alma con la Palabra de Dios, profundiza en ella y así es como adquiere la sabiduría que lo hace verdaderamente sabio. A cada día que transcurre un átomo de la sabiduría divina se añade a su alma hasta que alcanzará su zenit en el día de la resurrección en que será semejante a Jesús porque sus ojos lo podrán contemplar en toda su gloria.




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