dilluns, 10 de setembre del 2018

JUAN 14: 1

“No se  turbe vuestro corazón: creéis en Dios, creed también en mí”
Un dilema: ¿Existen el infierno y el cielo? Tal vez no hay nada. Blaise Pascal, filósofo francés del siglo XVII ante esta duda escribió: “Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que no existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré cuando me hunda en la nada eterna, pero si existe algo, si existe alguien tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”. Quedémonos con las palabras de Albert Einstein: ”El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia consigue abrir”. Ante las evidencias de la existencia de Dios que aportan la exploración espacial como en el microcosmos que expone el microscopio, la Biblia considera necio a quien ante las evidencias persiste en negar la existencia de Dios. El Creador es mucho más que una Inteligencia nebulosa como los ateos llaman al Creador porque en su ateísmo y ante la evidencia de la Inteligencia creadora no se atreven a llamarla por su nombre: DIOS.
El Dios Creador no es el “dios desconocido” que adoraban los atenienses en el vano intento de no ofenderle en caso de que en su larga lista de divinidades se hubiesen olvidado de levantar un altar en su nombre. Según la Biblia Jesús es la revelación de Dios: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9. Quien ha creído en Jesús la incredulidad ha desaparecido de su vida y, por el Espíritu Santo que ha recibido se le permite dialogar con Dios. Por medio de la oración que es como los cristianos llamamos el dialogo con Dios, se nos permite presentar ante Él nuestra dudas, no con respecto a su existencia porque han desaparecido, sino en cuanto a los secretos de su divinidad. Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni sus caminos son los nuestros (Isaías 56. 8). Ello quiere decir que Él se encuentra en el extremo de la escalera que une el cielo con la Tierra y nosotros vamos subiendo peldaño tras peldaño con mucha lentitud pero sin pausas. Poco a poco se va desvelando el misterio que le envuelve y muchas dudas se desvanecen. Por la Biblia sabemos que en el cielo hay un lugar para cada uno de los creyentes en Cristo. En la puerta del reservado hay una placa con nuestro nombre. Nadie podrá abrir la puerta para expulsarlo. Es el regalo que Jesús hace a aquellos que con su sangre ha limpiado todos sus pecados: “Y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). Que seamos pecadores, que lamentamos nuestros pecados, no debe hacernos olvidar que en Cristo Dios ha lanzado al fondo del mar todos nuestros pecados para no acordarse de ellos. El diablo puede intentar hacernos dudar que tengamos un lugar preparado para nosotros en el cielo. En la puerta del reservado para nosotros aparece escrito con la sangre de Jesús nuestro nombre.



HECHOS 17: 19, 20

“¿Podríamos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto”
Los atenienses creían que el apóstol Palo era un predicador de nuevos dioses “porque les anunciaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección” (v.18) Aparentemente estaban interesados en atender a lo que Pablo les anunciaba. Si tenemos en cuenta el espíritu ateniense que “en ninguna otra cosa se interesaban  sino en decir u oír algo nuevo” (v.21), no nos cogerá por sorpresa su reacción al anuncio de la resurrección y de lo que le acompaña. El mensaje de Pablo no intenta dejar a sus oyentes en el mismo estado en que se encuentran. Pretende traspasarlos de muerte a vida. Por eso debe hablarles con claridad. No puede consentir que se hagan cristianos conservando vivo su paganismo. Con la llegada del emperador Constantino y la conversión en masa de los paganos al cristianismo se cristianizaron las divinidades paganas. Así le ha ido a la cristiandad que en vez de ser la luz del mundo ha sido invadida por la oscuridad del paganismo.
Los atenienses adoraban una infinidad de dioses. Pablo les dice, siendo ”linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (v.29). Vivimos en un país católico estando envueltos en imágenes. Los católicos no han entendido el mensaje de Pablo a los atenienses. Dios pasa “por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (v. 30). No se puede mantener viva la idolatría. ¿Por qué? “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez” ((vv.31, 32). Los hombres no quieren saber nada de un Dios que exige responsabilidades. Los dioses de oro  y plata y de materiales preciosos no exigen responsabilidades. Estos dioses inertes dicen a sus adoradores: presentadnos ofrendas y vivid como os plazca. El Dios vivo y Padre de nuestro Señor Jesucristo nos exige que abandonemos nuestro pasado pagano. El arrepentimiento es imprescindible y un andar en novedad de vida una obligación.
De entre la multitud de curiosos que se habían reunido en el Areópago ateniense para escuchar novedades “algunos creyeron, juntándose con  él, entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris, y otros con ellos” (v.34).¿Qué hará el lector con sus ídolos? ¿Los abandonará o persistirá en la idolatría? Recuerda que Dios no puede considerar justo a aquel cuyos pecados no hayan sido lavados por la sangre  de su Hijo Jesús.



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