JUAN 14: 1
“No
se turbe vuestro corazón: creéis en
Dios, creed también en mí”
Un dilema: ¿Existen el infierno y el
cielo? Tal vez no hay nada. Blaise Pascal, filósofo francés del siglo XVII ante
esta duda escribió: “Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe,
que equivocarme no creyendo en un Dios que no existe. Porque si después no hay
nada, evidentemente nunca lo sabré cuando me hunda en la nada eterna, pero si
existe algo, si existe alguien tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.
Quedémonos con las palabras de Albert Einstein: ”El hombre encuentra a Dios
detrás de cada puerta que la ciencia consigue abrir”. Ante las evidencias de la
existencia de Dios que aportan la exploración espacial como en el microcosmos
que expone el microscopio, la Biblia considera necio a quien ante las
evidencias persiste en negar la existencia de Dios. El Creador es mucho más que
una Inteligencia nebulosa como los ateos llaman al Creador porque en su ateísmo
y ante la evidencia de la Inteligencia creadora no se atreven a llamarla por su
nombre: DIOS.
El Dios Creador no es el “dios
desconocido” que adoraban los atenienses en el vano intento de no ofenderle en
caso de que en su larga lista de divinidades se hubiesen olvidado de levantar
un altar en su nombre. Según la Biblia Jesús es la revelación de Dios: “El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9. Quien ha creído en Jesús la
incredulidad ha desaparecido de su vida y, por el Espíritu Santo que ha
recibido se le permite dialogar con Dios. Por medio de la oración que es como
los cristianos llamamos el dialogo con Dios, se nos permite presentar ante Él
nuestra dudas, no con respecto a su existencia porque han desaparecido, sino en
cuanto a los secretos de su divinidad. Los pensamientos de Dios no son nuestros
pensamientos, ni sus caminos son los nuestros (Isaías 56. 8). Ello quiere decir
que Él se encuentra en el extremo de la escalera que une el cielo con la Tierra
y nosotros vamos subiendo peldaño tras peldaño con mucha lentitud pero sin
pausas. Poco a poco se va desvelando el misterio que le envuelve y muchas dudas
se desvanecen. Por la Biblia sabemos que en el cielo hay un lugar para cada uno
de los creyentes en Cristo. En la puerta del reservado hay una placa con
nuestro nombre. Nadie podrá abrir la puerta para expulsarlo. Es el regalo que
Jesús hace a aquellos que con su sangre ha limpiado todos sus pecados: “Y la sangre
de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). Que seamos
pecadores, que lamentamos nuestros pecados, no debe hacernos olvidar que en
Cristo Dios ha lanzado al fondo del mar todos nuestros pecados para no
acordarse de ellos. El diablo puede intentar hacernos dudar que tengamos un
lugar preparado para nosotros en el cielo. En la puerta del reservado para
nosotros aparece escrito con la sangre de Jesús nuestro nombre.
HECHOS 17: 19, 20
“¿Podríamos
saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos
cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto”
Los atenienses creían que el apóstol Palo
era un predicador de nuevos dioses “porque les anunciaba el evangelio de Jesús,
y de la resurrección” (v.18) Aparentemente estaban interesados en atender a lo
que Pablo les anunciaba. Si tenemos en cuenta el espíritu ateniense que “en
ninguna otra cosa se interesaban sino en
decir u oír algo nuevo” (v.21), no nos cogerá por sorpresa su reacción al
anuncio de la resurrección y de lo que le acompaña. El mensaje de Pablo no
intenta dejar a sus oyentes en el mismo estado en que se encuentran. Pretende
traspasarlos de muerte a vida. Por eso debe hablarles con claridad. No puede
consentir que se hagan cristianos conservando vivo su paganismo. Con la llegada
del emperador Constantino y la conversión en masa de los paganos al
cristianismo se cristianizaron las divinidades paganas. Así le ha ido a la
cristiandad que en vez de ser la luz del mundo ha sido invadida por la oscuridad
del paganismo.
Los atenienses adoraban una infinidad de
dioses. Pablo les dice, siendo ”linaje de Dios, no debemos pensar que la
Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de
imaginación de hombres” (v.29). Vivimos en un país católico estando envueltos
en imágenes. Los católicos no han entendido el mensaje de Pablo a los
atenienses. Dios pasa “por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (v. 30). No se puede
mantener viva la idolatría. ¿Por qué? “Por cuanto ha establecido un día en el
cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a
todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron
lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te
oiremos acerca de esto otra vez” ((vv.31, 32). Los hombres no quieren saber
nada de un Dios que exige responsabilidades. Los dioses de oro y plata y de materiales preciosos no exigen
responsabilidades. Estos dioses inertes dicen a sus adoradores: presentadnos
ofrendas y vivid como os plazca. El Dios vivo y Padre de nuestro Señor
Jesucristo nos exige que abandonemos nuestro pasado pagano. El arrepentimiento
es imprescindible y un andar en novedad de vida una obligación.
De entre la multitud de curiosos que se
habían reunido en el Areópago ateniense para escuchar novedades “algunos
creyeron, juntándose con él, entre los
cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris, y otros con
ellos” (v.34).¿Qué hará el lector con sus ídolos? ¿Los abandonará o persistirá
en la idolatría? Recuerda que Dios no puede considerar justo a aquel cuyos
pecados no hayan sido lavados por la sangre
de su Hijo Jesús.
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