dilluns, 24 de setembre del 2018


PROVERBIOS 7: 2

“Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi Ley como las niñas de tus ojos”
Amar a Dios sobre todas las cosas es la primera parte  del Gran Mandamiento de las misma manera que lo hace el Decálogo.
El clamor de Dios dirigido al lector está impregnado de un profundo amor: “Hijo mío, guarda mis razones, y  atesora contigo mis mandamientos, guarda mis mandamientos y vivirás” (vv.1,2). La recompensa de guardar los mandamientos de Dios es la vida, que significa mucho más que la mera existencia física, implica la vida eterna que Jesús da a quienes creen en Él. La vida que promete la obediencia a los mandamientos de Dios consiste en restablecer la relación con Dios que se había roto con el pecado. Obediencia que no es fruto de la propia justicia sino de la justicia de Dios en Jesús.
El texto de Proverbios que comentamos nos dice cómo, de qué manera debemos guardar los mandamientos de Dios. Con el cuidado que se protege “las niñas de tus ojos”. Los ojos son muy sensibles. Una simple mota de polvo los irrita intensamente. La exposición a la luz brillante del sol obliga instantáneamente a cerrar los ojos para mitigar la molestia. El autor de Proverbios nos viene a decir que con la espontaneidad con que cerramos los ojos ante cualquier molestia, con la misma presteza tenemos que estar dispuestos a guardar los mandamientos de Dios porque su desobediencia nos somete a la autoridad del diablo que es el enemigo de nuestras almas. De la misma manera que Adán y Eva perdieron las delicias del paraíso, nosotros perdemos las delicias de tener a Dios como a nuestro Amigo.
El escritor sagrado nos alienta a que escribamos los mandamientos de Dios en la tabla de nuestro corazón, a que llamemos a la Sabiduría nuestra parienta. ¿Por qué el autor de Proverbios pone tanto énfasis a que el lector guarde los mandamientos de Dios? La razón es muy simple: la obediencia nos protege del pecado y hace resaltar uno muy concreto: “Para que te guarden de la mujer ajena, y de la extraña que ablanda sus palabras”. El diablo nos engaña haciéndonos creer que cometemos pecado sexual si nos vamos a la cama con una mujer que no sea nuestra esposa. Jesús destroza este concepto al decir que el mero hecho de mirar a una mujer para codiciarla ya se ha cometido adulterio con ella. Los mandamientos de Dios nos protegen de tal peligro. Cuando en el ser humano no hay temor de Dios el corazón está desprotegido y los engaños de Satanás nos inducen al pecado sexual. Al tener el corazón desprotegido por haber descuidado el escudo de la fe, los dardos de fuego del maligno hacen diana en el corazón. El desenfreno sexual de nuestros días se debe a que no se guarda la Ley de Dios con el mismo anhelo con que protegemos nuestros ojos contra estímulos externos que los dañan.


ISAÍAS 30: 10

“Que dicen a los videntes: No veáis, y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentira”
Asiria ya era una amenaza para Israel porque habiendo abandonado al Señor que había sido su Libertador se habían vuelto a Egipto en busca de ayuda. Desde los cielos le llega al pueblo rebelde un lamento de Dios: “¡Ay de los hijos que se apartan, dice el Señor, para tomar consejo, y no de mí, para cobijarse con cubierta, y no de mi Espíritu, añadiendo pecado a pecado” (v.1).
Cuando el pueblo se aparta de Dios el vacío se produce en el alma. El alma no puede permanecer vacía: o está llena de Dios o el diablo ocupa el vacío producido por la ausencia de Dios. El pueblo de Israel, y por extensión nosotros, nuestros corazones están vacíos de la presencia de Dios y es entonces cuando el espíritu inmundo que ha salido el hombre, cansado de vagar por lugares secos en busca de reposo y no hallándolo, se dice: “Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega la encuentra barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él, y entrando moran allí, y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Lucas 21: 24-26). Estas palabras de Jesús deberían alertarnos y despertar nuestra atención por el estado en que se encuentran nuestras almas. Si están vacías de Dios, nos damos cuenta de ello y pretendemos llenarlo con sexo, drogas, alcohol, riquezas… El espíritu inmundo que regresa al alma vacía viene acompañado de sietes espíritus peores que él se apoderan de nuestras almas. El aspecto que presenta la sociedad ¿no es la evidencia de que los hombres están poseídos por espíritus inmundos que les inducen a cometer las fechorías que contemplan nuestros ojos? Nos convertimos en enemigos de Dios y teniendo el mismo sentir que Israel pedimos a los videntes que no nos hagan ver lo que es justo y a los profetas que no nos anuncien lo que es recto, porque el mensaje de Dios ha dejado de ser dulce a nuestro paladar. El corazón que se ha endurecido rechaza la verdad de Dios encuentra deleite en las cosas halagüeñas que el malvado siembra en nuestros corazones. Las palabras mentirosas se han alojado en nuestros corazones de manera que ya no apreciamos la verdad de Dios. Lentamente nuestra salud espiritual se va deteriorando de no ser que Dios en su misericordia vuelva a nosotros, llame a la puerta de nuestro corazón pidiendo que le dejemos entrar. Si la abrimos, Jesús vuelve a tomar posesión de nuestro corazón, su sangre nos limpia de todos nuestros pecados con lo que recuperamos el gozo que el pecado había marchitado. Al recobrar el alma la plenitud de Dios, el espíritu maligno acompañado de los siete espíritus peores que él no tienen nada que hacer. No pueden contaminarla. No pueden marchitar el gozo del Señor.



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