1 CORINTIOS 4: 4
“Porque
aunque de nada tengo mala conciencia, no por esto soy justificado, pero el que
me juzga es el Señor”
Existen en la Biblia una diversidad de
textos que tienen que ver sobre el concepto que uno tiene de sí mismo. He aquí
una muestra:
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“Todos los caminos del hombre
son limpios en su propia opinión” (Proverbios 16:2)
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“Todo camino del hombre es
recto en su propia opinión” (Proverbios 21: 2)
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“Responde al necio como
merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión” (Proverbios
26: 3)
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“¿Has visto hombre sabio en
su propia opinión? Más esperanza hay del necio que de él” (Proverbios 26: 12)
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“Hay generación limpia en su
propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia” (Proverbios 30:12)
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“No seáis sabios en vuestra propia
opinión” (Romanos 12: 16)
El profeta Jeremías da respuesta a las preguntas que plantean estos textos
citados: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo
conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar
a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (17: 9,10). Salomón
coincide con Jeremías cuando escribe: “Pero el Señor pesa los espíritus”
(Proverbios 16: 2b).
Nuestros corazones endurecidos por el
pecado pueden hacernos pensar que no tenemos “mala conciencia”, pero el Señor
sabe que no somos justos: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno, no hay
quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos a una se desviaron, a una se
hicieron inútiles, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos
3: 10-12). A pesar de que el endurecimiento de nuestro corazón le impide ver lo
engañosa que es nuestra opinión, Dios nos declara injustos y merecedores de la
condenación eterna. Aun cuando creamos que por no tener mala conciencia de
nosotros mismos nuestra opinión no nos declara justos ante Dios. Lo que nos
declara justos ante Dios es la confesión de nuestros pecados, la fe en Jesús
cuya sangre derramada en la cruz del Gólgota nos limpia de todos nuestros
pecados (1 Juan 1: 7). Al final del tiempo, cuando todos sin excepción
compareceremos ante el tribunal de Cristo, quienes aquí en la Tierra hemos creído en Él, y hemos
perseverado hasta el fin, de sus labios escucharemos la sentencia: INOCENTE.
Quienes hoy hayan preferido dejarse guiar por sus conciencias pecadoras y no
hayan hecho caso de las advertencias del Señor llamándolos al arrepentimiento,
de los labios del Juez justo escucharán la sentencia: CULPABLE. Toda la
eternidad consumiéndose en el fuego eterno que no destruye. Lector, hoy es el
día de tu salvación. No lo desaproveches. Mañana puede que sea tarde.
SALMO 34: 19,20
“Muchas
son las aflicciones del justo, pero de todas ella le librará el Señor. Él
guarda tus huesos, ni uno de ellos será quebrantado”
La vida del cristiano ni de quienes no lo
son no se parecen en nada a como las agencias de publicidad presentan las
vacaciones como un tiempo de máximo relax, gozando de paisajes paradisíacos
como si no existiese el pecado y sus consecuencias en estos paisajes.
El salmista no idealiza ser cristiano,
todo lo contrario, lo presenta tal cual es. Por descontado que el creyente en
Cristo goza la paz que Jesús promete a quienes creen en Él. Pero es una paz que
no está exenta de conflictos. “Muchas son las aflicciones del justo”. El salmista
no intenta atraer a los pecadores con la imagen de un turista tumbado en una
hamaca debajo de una sombrilla para protegerse de los ardores del sol
hidratando su boca reseca sorbiendo un refresco. Si se intenta vender el
cristianismo con este tipo de mensaje lo que se consigue es la frustración
quienes creen este evangelio. En esperanza el convertido a Cristo ya goza del
paraíso pero todavía no está en él. Con los ojos puestos en Jesús peregrina
hacia la meta. La palabra peregrinación indica sufrimiento. El peregrino
transita por caminos pedregosos bajo un sol tórrido que hace sudar a mares.
Nada parecido a una hamaca, un parasol y un refresco en la mano.
La peregrinación hacia el paraíso eterno
no se hace en solitario. En el peregrinaje el peregrino siempre va acompañado
de Jesús que le sostiene en los momentos de desfallecimiento, lo vitualla con
el pan de vida que es Él, y apaga su sed con el agua de vida que le da a beber,
que es el mismo Jesús. El viaje no está exento de aflicciones, “pero de todas
ellas lo libra el Señor”.
Si firmásemos una póliza de vida
antes de emprender un viaje de
vacaciones a un paraíso terrenal, la compañía aseguradora nos aseguraría que
todas las prestaciones están garantizadas, pero a la hora de la verdad, “las
vacaciones de mi vida” van acompañadas de muchos inconvenientes que no hay
póliza que pueda impedir su presencia. El señor, pero “guarda tus huesos,
ninguno de ellos será quebrantado”. En el transcurso de la peregrinación se
producen muchos accidentes, de todos ellos nos protege Jesús, el Buen
Samaritano, que cuando nos encuentra tendidos en el camino, no pasa de largo,
venda nuestra heridas, las cura con aceite y vino, carga con nosotros sobre sus
hombros y nos lleva al mesón para ser atendidos. Una vez restablecidos
reemprenderemos el viaje. Esta situación se repetirá a lo largo de nuestro
peregrinaje hasta que lleguemos al paraíso celestial en donde´, el cuerpo
revestido de incorruptibilidad y la muerte de inmortalidad, los sinsabores del
peregrinaje terrenal serán cosa de un pasado. Olvidado, su recuerdo no
enturbiará la plena felicidad que gozaremos entando en la presencia del Señor.
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