dilluns, 17 de setembre del 2018


1 CORINTIOS 4: 4

“Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por esto soy justificado, pero el que me juzga es el Señor”
Existen en la Biblia una diversidad de textos que tienen que ver sobre el concepto que uno tiene de sí mismo. He aquí una muestra:
        “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión” (Proverbios 16:2)
        “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión” (Proverbios 21: 2)
        “Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión” (Proverbios 26: 3)
        “¿Has visto hombre sabio en su propia opinión? Más esperanza hay del necio que de él” (Proverbios 26: 12)
        “Hay generación limpia en su propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia” (Proverbios 30:12)
        “No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Romanos 12: 16)
El profeta Jeremías da respuesta  a las preguntas que plantean estos textos citados: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (17: 9,10). Salomón coincide con Jeremías cuando escribe: “Pero el Señor pesa los espíritus” (Proverbios 16: 2b).
Nuestros corazones endurecidos por el pecado pueden hacernos pensar que no tenemos “mala conciencia”, pero el Señor sabe que no somos justos: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos a una se desviaron, a una se hicieron inútiles, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3: 10-12). A pesar de que el endurecimiento de nuestro corazón le impide ver lo engañosa que es nuestra opinión, Dios nos declara injustos y merecedores de la condenación eterna. Aun cuando creamos que por no tener mala conciencia de nosotros mismos nuestra opinión no nos declara justos ante Dios. Lo que nos declara justos ante Dios es la confesión de nuestros pecados, la fe en Jesús cuya sangre derramada en la cruz del Gólgota nos limpia de todos nuestros pecados (1 Juan 1: 7). Al final del tiempo, cuando todos sin excepción compareceremos ante el tribunal de Cristo, quienes aquí  en la Tierra hemos creído en Él, y hemos perseverado hasta el fin, de sus labios escucharemos la sentencia: INOCENTE. Quienes hoy hayan preferido dejarse guiar por sus conciencias pecadoras y no hayan hecho caso de las advertencias del Señor llamándolos al arrepentimiento, de los labios del Juez justo escucharán la sentencia: CULPABLE. Toda la eternidad consumiéndose en el fuego eterno que no destruye. Lector, hoy es el día de tu salvación. No lo desaproveches. Mañana puede que sea tarde.


SALMO 34: 19,20

“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ella le librará el Señor. Él guarda tus huesos, ni uno de ellos será quebrantado”
La vida del cristiano ni de quienes no lo son no se parecen en nada a como las agencias de publicidad presentan las vacaciones como un tiempo de máximo relax, gozando de paisajes paradisíacos como si no existiese el pecado y sus consecuencias en estos paisajes.
El salmista no idealiza ser cristiano, todo lo contrario, lo presenta tal cual es. Por descontado que el creyente en Cristo goza la paz que Jesús promete a quienes creen en Él. Pero es una paz que no está exenta de conflictos. “Muchas son las aflicciones del justo”. El salmista no intenta atraer a los pecadores con la imagen de un turista tumbado en una hamaca debajo de una sombrilla para protegerse de los ardores del sol hidratando su boca reseca sorbiendo un refresco. Si se intenta vender el cristianismo con este tipo de mensaje lo que se consigue es la frustración quienes creen este evangelio. En esperanza el convertido a Cristo ya goza del paraíso pero todavía no está en él. Con los ojos puestos en Jesús peregrina hacia la meta. La palabra peregrinación indica sufrimiento. El peregrino transita por caminos pedregosos bajo un sol tórrido que hace sudar a mares. Nada parecido a una hamaca, un parasol y un refresco en la mano.
La peregrinación hacia el paraíso eterno no se hace en solitario. En el peregrinaje el peregrino siempre va acompañado de Jesús que le sostiene en los momentos de desfallecimiento, lo vitualla con el pan de vida que es Él, y apaga su sed con el agua de vida que le da a beber, que es el mismo Jesús. El viaje no está exento de aflicciones, “pero de todas ellas lo libra el Señor”.
Si firmásemos una póliza de vida antes  de emprender un viaje de vacaciones a un paraíso terrenal, la compañía aseguradora nos aseguraría que todas las prestaciones están garantizadas, pero a la hora de la verdad, “las vacaciones de mi vida” van acompañadas de muchos inconvenientes que no hay póliza que pueda impedir su presencia. El señor, pero “guarda tus huesos, ninguno de ellos será quebrantado”. En el transcurso de la peregrinación se producen muchos accidentes, de todos ellos nos protege Jesús, el Buen Samaritano, que cuando nos encuentra tendidos en el camino, no pasa de largo, venda nuestra heridas, las cura con aceite y vino, carga con nosotros sobre sus hombros y nos lleva al mesón para ser atendidos. Una vez restablecidos reemprenderemos el viaje. Esta situación se repetirá a lo largo de nuestro peregrinaje hasta que lleguemos al paraíso celestial en donde´, el cuerpo revestido de incorruptibilidad y la muerte de inmortalidad, los sinsabores del peregrinaje terrenal serán cosa de un pasado. Olvidado, su recuerdo no enturbiará la plena felicidad que gozaremos entando en la presencia del Señor.


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