ÉTICA O VIDA
<b>La ética cristiana tiene buenos
propósitos pero no proporciona fuerza para cumplirlos</b>
<b>Juan Cruz</b> entrevista a
<b>Iñaki Gabilondo</b>, uno de los periodistas más prestigiosos
en nuestro país: “el hombre que ha hecho
de la entrevista su mayor contribución al periodismo sigue peguntando por el
futuro a personas que han sido decisivas para crear lo que hoy llamamos
presente”.
El periodista le pregunta a
<b>Gabilondo</b>: ¿Por qué aun busca gente con la que hablar?
Respuesta: “Porque la magnitud de mi ignorancia es inmensa. Y para aprender,
para tratar de entender y entenderme”. Con su respuesta el periodista deja
claro que no tiene claro el futuro.
Como no puede ser de otra manera, en una
entrevista a un periodista tan prestigioso no puede faltar la pregunta sobre el
progreso. ¿Con qué preguntas viene de estas conversaciones? Respuesta: “Sobre
todo con una de las novedades que están surgiendo, de todas las extraordinarias
novedades que se anuncian y que se pueden concretar en un tiempo relativamente
breve, ¿se beneficiarán unos pocos o toda la sociedad? ¿Será un buen negocio para
unos o una bendición para todos? La pegunta se la hacen todos aquellos que
entrevisto” ¿Y la respuesta?, le pregunta el entrevistador. La contestación es
elocuente: “La respuesta es no. La única convicción que tienen es que en los
próximos años vamos a tener que revisar nuestra arquitectura jurídica y ética.
No tenemos respuestas éticas para algunas de las cuestiones que se van a ir
planeando ni arquitectura jurídica para afrontarlas”. Yo añadiría: No existen
respuestas éticas ni arquitectura jurídica para afrontar los problemas actuales
a los que no se encuentra solución. Y no es que no se puedan resolver, es que
se busca solucionarlos por caminos equivocados.
Las filosofías políticas sobre el papel
diseñan la solución a todos los problemas que afectan al hombre, en la
práctica, pero, falla el hombre que tiene que solucionarlos. En el día a día
descubrimos que falla el binomio que es clave para la solución de conflictos:
“Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:
30,31). La primera parte de la solución es Dios. No en un Dios filosófico
creado por el racionalismo humano, sino en el Dios eterno, el Invisible, cuyo
rostro jamás lo han visto ojos humanos y que su Hijo en la persona de Jesús da
a conocer su naturaleza moral. Este Dios único es celoso de su gloria que no
comparte con nadie, exige que se le ame con todo nuestro corazón, con toda
nuestra alma, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas. Con este Dios
único no queremos tratos porque consideramos que su exigencia es un atentado a
nuestra libertad personal, lo marginamos. Ello no lo hace desaparecer: “¿Por
qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán
los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos, contra el Señor y su
Ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. El
que mora en los cielos se reirá, el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a
ellos en su furor, y los turbará su ira” (Salmo 2: 1-5). Pero Dios que junto
con la justicia es amor, suaviza su tono para con los rebeldes: “Ahora, pues,
oh reyes, sed prudentes, admitid amonestación jueces de la tierra. Servid al
Señor con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje y
perezcáis en el camino, pues se inflama de pronto su ira” (vv.10-12). A lo
largo de los tres años del ministerio público, Jesús fue el blanco el odio de
la casta sacerdotal judía que no se mitigó ni
cuando colgaba de la cruz. A pesar de ello, dirigiéndose al Padre, Jesús pronunció aquellas palabras que destilan el
perfume del infinito amor que sentía por los hombres, pagando con su vida el
precio del pecado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas
23:34).
La segunda parte del binomio que aporta
felicidad al hombre: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, no es un principio
ético de cumplimiento imposible, sino la vida de Jesús morando en el corazón
humano por su Espíritu que afecta todos los aspectos de la existencia humana.
La política, la economía, las relaciones
humanas, todo lo que atañe al hombre, todo está infectado de pecado. La
corrupción brota allí en donde se encuentra el hombre. El imperio de la ley no
lo extermina. Todo lo contrario, cuanto
más estricta es la ley más prolífera la corrupción. Parece una contradicción:
cuanto más estricta sea la ley, cuando todo gira al entorno del imperio de la
ley, el legalismo actúa como abono que da lozanía a la corrupción.
Una noche Jesús recibe la visita de
Nicodemo, un principal entre los judíos. “De cierto, de cierto te digo”, le
dice Jesús, “que el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan
3.3). Asombrado, el fariseo le pregunta al Maestro: “¿Cómo puede un hombre
nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar
por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v.4). Jesús esclarece el
misterio del nuevo nacimiento cuando le dice al fariseo inquieto por la
religión: “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es” (v.6). El contexto inmediato hace referencia a la
crucifixión de Jesús (vv.13-15).
La solución de los problemas políticos,
económicos, sociales que nos afectan de pleno no se encuentra en un Jesús
folclórico aclamado por multitudes enfervorizadas como si fuese un ídolo del
deporte o del espectáculo, sino Jesús muerto y resucitado que derrama su
Espíritu en quienes creen en Él, dándoles poder de empezar a amar al prójimo
con el amor que les ha dado.
Octavi
Pereña i Cortina
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