dimecres, 1 d’agost del 2018

DIARREA VERBAL

<b>”Gastadas gastadas, vacías, las palabras se han convertido en fantasmas en las que nadie cree” (<b>Adanov</b>
Esto es un párrafo del escrito <i>¿Se puede curar la diarrea verbal?</i>  de <b>Josep Maria Espinàs</b>que da pie a tratar el tema de la “diarrea verbal” que denuncia el escritor: “Lo diré de entrada, pero sin contundencia: somos unos habladores que corremos el riesgo de convertirnos en cotorras. Un parlanchín es quien habla mucho sin substancia, dice el diccionario. E inmediatamente surge el primer problema. ¿Quién decide que nuestras palabras carecen de substancia? El charlatán está convencido  muy a menudo que aquello que está diciendo o explicando es importantísimo, fundamental, imprescindible para poder ser entendido”. El conocido periodista se hace esta pregunta: “¿Quién decide que nuestras palabras carecen de substancia?”
Parece ser que quien debería dar substancia a nuestras palabras tendría que ser la Reeligión porque ata al hombre con el Trascendente. La realidad nos dice que no. La plegaria que tendría que ser un espacio en el que dominen las palabras con substancia, Jesús avisa a los creyentes con estas palabras: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman orar en pie en las sinagogas, y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres, de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:5).
 Jesús pone como ejemplo de este comportamiento narcisista al fariseo de la parábola. Dos hombres subieron al templo a orar: un fariseo y un cobrador de impuestos. El fariseo oraba de esta manera: “Y el fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este cobrador de impuestos, ayuno dos veces a la semana, doy el diezmo de todo lo que gano” (Lucas 18: 11,12). ¿Quién decide que nuestras palabras no tienen substancia?  La respuesta es Jesús. El fariseo se creía justo y exaltando su religiosidad. Contrastaba su bondad con la condición  de pecador del cobrador de impuestos que “estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios sé propicio a mí, pecador” (v.13). Pocas las palabras del cobrador de impuestos pero cargadas de substancias.
Jesús se opone a la “diarrea verbal” que denuncia <b>Espinás</b> cuando dice: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no, porque lo que es más de esto, del mal procede” (Mateo 5:37). Jesús descubre que el origen de la “diarrea verbal” procede del maligno. Es el diablo quien hace que el narciso se enaltezca, que le hace presumir de supuestas cualidades que le distinguen de la plebe inculta. No existen palabras suficientes para enaltecer sus muchas supuestas perfecciones. Se dispara la “diarrea verbal”.
<b>Espinàs</b> concluye su escrito citando el título: “¿Se puede curar la diarrea verbal?” Cerrándolo con este interrogante da a entender que para él la “diarrea verbal” es incurable. ¿Es posible que nuestra palabra sea sí, cuando es sí; no cuando es no? Cuando el narciso deposita la fe en Jesús entiende lo que realmente es, se le abre el camino de la curación de su “diarrea verbal”.
Jesús cierra la parábola del fariseo y el cobrador de impuestos con estas palabras: “Os digo que éste” (el cobrador de impuestos), “descendió a su casa justificado” (Dios escuchó su plegaria y lo bendijo), “antes que el otro” (el fariseo salió del templo peor de lo que entró porque Dios no soporta a los orgullosos y deja que sigan sus caminos tortuosos). Dios desea bendecirlos, pero antes deben humillarse y confesar con el cobrador de impuestos: “Dios se propicio a mí pecador”. Dios que conoce la intimidad de los orantes  no le pueden dar gato por liebre pone punto final a la parábola con estas palabras: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v. 14).
Termino este escrito con esta afirmación: Sí, puede curarse la diarrea verbal.
Octavi Pereña i Cortina


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