DIARREA VERBAL
<b>”Gastadas gastadas, vacías, las
palabras se han convertido en fantasmas en las que nadie cree”
(<b>Adanov</b>
Esto es un párrafo del escrito <i>¿Se
puede curar la diarrea verbal?</i>
de <b>Josep Maria Espinàs</b>que da pie a tratar el tema de
la “diarrea verbal” que denuncia el escritor: “Lo diré de entrada, pero sin
contundencia: somos unos habladores que corremos el riesgo de convertirnos en
cotorras. Un parlanchín es quien habla mucho sin substancia, dice el
diccionario. E inmediatamente surge el primer problema. ¿Quién decide que
nuestras palabras carecen de substancia? El charlatán está convencido muy a menudo que aquello que está diciendo o
explicando es importantísimo, fundamental, imprescindible para poder ser
entendido”. El conocido periodista se hace esta pregunta: “¿Quién decide que
nuestras palabras carecen de substancia?”
Parece ser que quien debería dar
substancia a nuestras palabras tendría que ser la Reeligión porque ata al
hombre con el Trascendente. La realidad nos dice que no. La plegaria que
tendría que ser un espacio en el que dominen las palabras con substancia, Jesús
avisa a los creyentes con estas palabras: “Y cuando ores, no seas como los
hipócritas, porque ellos aman orar en pie en las sinagogas, y en las esquinas
de las calles, para ser vistos de los hombres, de cierto os digo que ya tienen
su recompensa” (Mateo 6:5).
Jesús pone como ejemplo de este comportamiento
narcisista al fariseo de la parábola. Dos hombres subieron al templo a orar: un
fariseo y un cobrador de impuestos. El fariseo oraba de esta manera: “Y el
fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias
porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun
como este cobrador de impuestos, ayuno dos veces a la semana, doy el diezmo de
todo lo que gano” (Lucas 18: 11,12). ¿Quién decide que nuestras palabras no
tienen substancia? La respuesta es
Jesús. El fariseo se creía justo y exaltando su religiosidad. Contrastaba su
bondad con la condición de pecador del
cobrador de impuestos que “estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios sé propicio a mí, pecador”
(v.13). Pocas las palabras del cobrador de impuestos pero cargadas de
substancias.
Jesús se opone a la “diarrea verbal” que
denuncia <b>Espinás</b> cuando dice: “Pero sea vuestro hablar: Sí,
sí; no, no, porque lo que es más de esto, del mal procede” (Mateo 5:37). Jesús
descubre que el origen de la “diarrea verbal” procede del maligno. Es el diablo
quien hace que el narciso se enaltezca, que le hace presumir de supuestas
cualidades que le distinguen de la plebe inculta. No existen palabras
suficientes para enaltecer sus muchas supuestas perfecciones. Se dispara la
“diarrea verbal”.
<b>Espinàs</b> concluye su
escrito citando el título: “¿Se puede curar la diarrea verbal?” Cerrándolo con
este interrogante da a entender que para él la “diarrea verbal” es incurable.
¿Es posible que nuestra palabra sea sí, cuando es sí; no cuando es no? Cuando
el narciso deposita la fe en Jesús entiende lo que realmente es, se le abre el
camino de la curación de su “diarrea verbal”.
Jesús cierra la parábola del fariseo y el
cobrador de impuestos con estas palabras: “Os digo que éste” (el cobrador de
impuestos), “descendió a su casa justificado” (Dios escuchó su plegaria y lo
bendijo), “antes que el otro” (el fariseo salió del templo peor de lo que entró
porque Dios no soporta a los orgullosos y deja que sigan sus caminos
tortuosos). Dios desea bendecirlos, pero antes deben humillarse y confesar con
el cobrador de impuestos: “Dios se propicio a mí pecador”. Dios que conoce la
intimidad de los orantes no le pueden
dar gato por liebre pone punto final a la parábola con estas palabras: “Porque
cualquiera que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será
enaltecido” (v. 14).
Octavi
Pereña i Cortina
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