DIOS ES GRANDE
<b>Sin la presencia del Padre de
nuestro Señor Jesucristo las mujeres violadas difícilmente superarán el trauma
de la fechoría cometida contra ellas</b>
<b>Edward T. Welch</b> en su
libro <i>Cuando la gente es grande Dios es pequeño</i>, cita el
testimonio de dos mujeres violadas: “Me siento como si llevara un anuncio de
neón en la frente que dice que fui violada por mi tío”, dice una de ellas. La
otra víctima afirma: “Tengo miedo de abrir la boca cuando estoy con otras
personas. Si la abro saldrá vil inmundicia”. Estas dos dolorosas expresiones declaran claramente que sienten
vergüenza de haber sido violadas, como si hubiesen sido ellas las culpables de
la violación. Además se añade el estigma social de ser consideradas culpables
de la violación.
Las secuelas de la violación como sucede
con las víctimas del terrorismo o de un cataclismo, se intentan paliar sus
efectos con tratamiento sicológico. La intención puede ser muy buena, lo cierto
es que las cicatrices que dejan la herida no se borran de la memoria.
¿Qué lugar ocupa Dios en la mujer
violada? Creer en Dios no significa que libere de situaciones indeseadas como
puede ser la violación. La fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo da la
fuerza que impide hundirse y arrastrar a lo largo de la vida el recuerdo de un
suceso que se desea no hubiese sucedido. Muchos se preguntan: ¿Dónde estaba
Dios en el momento en que una mujer era
violada? ¿Dios estaba presente en el momento de cometerse el acto criminal.
¿Por qué lo permitió Dios? No lo sé. Ahora que tenemos un conocimiento muy
limitado de los hechos debemos enmudecer y no acusar a Dios cuando desconocemos
toda la verdad. Nos guste o no, lo cierto es que vivimos en un mundo que Dios
maldijo debido al pecado de Adán. Por eso se dan situaciones tan indeseadas
como las que <i>La Manada</i> representan.
El violador, con su locuacidad hace creer que la víctima
es la culpable de la violación. Que ella se lo ha buscado. Esta culpabilidad
que no es tal persigue a la víctima a lo largo de los años. No puede olvidar el
terror que sintió en el momento que víctima del ataque indecente. Cuando el violador a los ojos de la víctima es
GRANDE Dios es pequeño o inexistente. Cuando la víctima ve al violador como un
gigante y Dios como un enano no podrá olvidar fácilmente el trauma por el que
ha pasado porque se encuentra indefensa. No sabe dónde ir a buscar ayuda. Los
depredadores sexuales existen porque han tergiversado el sentido que tiene el
sexo. Además de la procreación sirve para que un hombre y una mujer sean uno en
el matrimonio. Es un misterio que Dios ha revelado. Debido a que no se tiene en
cuenta el propósito de Dios respecto al sexo, ocurre lo que ocurre. El sexo en
lugar de ser una fuente de gozo se convierte en un manantial de dolor. Aun
cuando los jueces juzguen correctamente los casos de violación y dicten la
sentencia que merece la fechoría, a pesar de las manifestaciones anti, las
violaciones persistirán porque el pecado ha hecho perder el sentido de decoro.
Una vez perdido todo es posible.
Las palabras del profeta Jeremías que
comentaremos pueden hacer desaparecer el sentimiento de culpabilidad, de
suciedad, en la mujer violada si por la fe en Jesús que es la máxima expresión
del amor de Dios, las cree. El título de este escrito <i>Dios es grande</i>,
no tiene nada que ver con “Alá es grande”. >Alá es un dios de fabricación
humana incapaz de purificar a la mujer ensuciada por la violación.
El profeta escribe: “Así ha dicho el
Señor: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y
su corazón se aparta del Señor. Será como la retama en el desierto, y no verá
cuando viene el bien, sino que morará en los secadales del desierto, en tierra
despoblada y deshabitada” (17: 5,6). Cuando el Dios Padre de nuestro Señor
Jesucristo se convierte en un enano, la gente se hace grande. Esto es lo que
ocurre en la violación. Si la violada no tiene una fe firme en Jesús que revela
al Padre celestial, el violador es como un gigante que la somete a su poder a
placer. Emocionalmente se somete a la supremacía machista. No puede quitarse de
la cabeza la afrenta que le persigue como si fuese su propia sombra.
Dondequiera que vaya allí se encuentra con su violador. Este recuerdo que no
puede borrar la consume. La descripción que hace el profeta Jeremías de la persona
que confía en el hombre es perfectamente aplicable a la mujer violada que no
puede borrar la imagen del violador.
Pero el profeta no se queda con la imagen
del hombre que confía en el ser humano. Sigue escribiendo: “Bendito el varón
que confía en el Señor, cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol
plantado junto a las aguas, que al lado de la corriente echará sus raíces, y no
verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde, y en el año de
sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (vv. 7,8). La imagen de la
persona que confía en el Señor es totalmente distinta de la del que confía en
el hombre. Esta describe un desierto. La otra un jardín bien regado, todo el
año verde. El profeta no se olvida decir que la vida del creyente no siempre es
felicidad plena. “En el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”.
El año de sequía bien puede significar violación. En este caso la mujer violada
es como el árbol plantado junto a las aguas. La fechoría cometida contra ella
no quebranta su fe en el Señor. Dios es GRANDE para ella y el violador se
convierte en un enano que ha perdido el poder que tenía sobre ella. El espectro
de la violación se ha esfumado con la misma facilidad con que la neblina
matinal desaparece al calor del sol naciente. Pase lo que pase, el gozo del
Señor siempre acompaña a la persona para quien Dios es GRANDE
Octavi
Pereña i Cortina
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