CORRESPONSABILIDAD
<b>Amar al prójimo como a uno mismo
es la máxima expresión de corresponsabilidad</b>
<b>Lluís Amiguet</b> acompaña
a la entrevista que le hizo al filósofo norteamericano de origen judío
<b>Michael Sandel</b>, este comentario: “Yo no había nacido cuando
la dictadura de Franco fusilaba, torturaba expoliaba en nombre de Dios y de
España. Tampoco cuando en nombre del comunismo o de la anarquía, bandas de
criminales asesinaron a millares de inocentes sin que se lo impidiese el
gobierno de la Republica ni el de la Generalitat. Pero hoy sólo puedo sentirme
legítimo ciudadano de este país, según Sandel, si procuro que sepamos por quién o por qué fueron asesinadas
entonces las víctimas de los dos bandos. Después, para merecer la ciudadanía tengo
que reparar en la medida de lo posible aquellas barbaridades. Entonces, quien
quiera podrá, al fin, perdonarlas, a pesar de que nadie debería olvidarlas
nunca. Sólo así todos en este país podremos asumir toda nuestra historia”.
Pienso que la corresponsabilidad que
<b>Michael Sandel</b> expresa en la entrevista a que me refiero,
solamente puede defenderla si se tiene en cuenta su origen judío. De dicha
procedencia deduzco que la corresponsabilidad con las generaciones pasadas i la
actual solamente puede defenderse desde la perspectiva bíblica y, por tanto,
teísta.
Cuando Abraham dio al misterioso
Melquisedec, rey de Salem, el diezmo del botín que había obtenido de la
victoria alcanzada sobre la coalición de reyes que hicieron la guerra contra el
rey de Sodoma y sus aliados (Génesis 14: 18-20). “Y por decirlo así, en Abraham
pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos, porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec
le salió al encuentro” (Hebreos 7: 4-10). Leví que vivió unos tres cientos años
más tarde que Abraham y que fue el encargado de recibir los diezmos de Israel,
cuando Abraham pagó el diezmo a Melquisedec, Leví pagó su parte.
Según los evolucionistas el hombre
aparece repentinamente en diversos lugares. La Biblia afirma que todos
procedemos de Adán y que Eva su mujer no fue una creación independiente de Adán
sino que Dios la extrajo del mismo Adán. (Génesis 2: 21-23). La
fraternidad entre sus descendientes
hace que nos sintamos responsables los unos de los otros. Ah, el pecado alteró
la situación idílica. Caín intentó eludir su responsabilidad de cuidar de su
hermano cuando al preguntarle Dios dónde estaba Abel, le dijo como respuesta:
“No lo sé. ¿Soy acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4. 9). Dios que no queda
satisfecho con la respuesta que recibe porque lo sabe todo, le dice: “¿Qué has
hecho? La sangre de tu hermano clama a
mí desde la tierra” (v.10).
En el sentido carnal todos somos
hermanos. No podemos eludir la responsabilidad de procurar mutuamente el
bienestar los unos con los otros con la excusa de. “¿Soy acaso guarda de mi
hermano?” Si a mi hermano le sucede una desgracia por no querer saber en dónde
está, ante Dios soy responsable de su desdicha. Intentaremos eludir nuestra
responsabilidad de velar por el bienestar de nuestros hermanos diciendo que Caín
solamente tenía un hermano y que lo tenía muy fácil saber en dónde se
encontraba. Hoy, con los cuarenta y seis millones de habitantes que tiene
España, ¿cómo me puedo hacer responsable de todos ellos? Empecemos por los más
cercanos: ¿Cómo trato a mi marido/esposa, los hijos, los parientes, amigos?
¿Nos preocupamos en querer saber en dónde se encuentran para prestarles nuestro
apoyo que necesitan? De los otros podemos preocuparnos de ellos por delegación.
Creemos que hemos cumplido con nuestra obligación votando en las generales y
autonómicas. En un país democrático somos responsables de lo que hacen los
alcaldes, los conejales, los presidentes autonómicos y consejeros y el
presidente del Gobierno central y sus ministros. Tenemos la responsabilidad de
no volverlos a votar si consideramos que no han cumplido con sus promesas
electorales, viendo cómo se desatienden las necesidades básicas de la población
y como el dinero público vuela en las
alas de la corrupción. Existen maneras de manifestar nuestro disgusto con los
gobernantes a los que hemos votado. No podemos sentarnos tranquilamente en la
butaca diciendo ya se lo harán. La respuesta que Dios dio a Caín: “La sangre de
tu hermano clama a mí desde la tierra”, sigue vigente.
La Biblia no enseña la anarquía.
Promociona el orden. Una de las etapas más tenebrosas de la historia de Israel
fue la de Jueces en que “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21.25).
La autoridad de la Biblia es piramidal: Dios en el vértice superior es la
Autoridad suprema que delega en los distintos estamentos sociales parcelas de
autoridad. Es conveniente decir que el aspecto político no lo margina. En
Romanos 13: 1-7 y 1 Pedro 2: 13-17) se refieren a las responsabilidades de las
autoridades para que gobiernen con justicia. Pero en una sociedad en la cual
Dios no gobierna en los corazones de los hombres y en concreto en los de los
gobernantes, los cristianos somos corresponsables de lo que hacen. No tenemos acceso a sus
despachos para hablar con ellos pero sí que podemos interceder por ellos ante
el trono de la gracia de Dios para que les dé la sabiduría que necesitan para
gobernar más justamente. La oración tiene mucho poder y puede mover el corazón
de Dios a cambiar los corazones de los gobernantes a que tomen decisiones más justas
o, si así lo prefiere, sustituirlos por otros. La plegaria intercesora no debe
hacerse de manera rutinaria como se hace en los servicios religiosos públicos.
El fervor debe impregnar las intercesiones que se hacen en favor de aquellas
personas que son servidores de ·Dios para bien de los ciudadanos.
Octavi
Pereña i cortina
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