UNA CHISPA: UN GRAN FUEGO
<b>”El que modera sus palabras
tiene sabiduría: El hombre de espíritu tranquilo es inteligente” (Proverbios
17: 27)</b>
El 12 de junio de 2018
<i>diariosigloxxi.com</i> publicaba mi escrito <i>Palabras
incendiarias</i>. En el mismo día <i>La Mañana</i> de Lleida publicaba
una viñeta de Ermengol en la que aparecía <b>Josep Borrell</b>,
ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Pedro Sánchez con cara de pocos
amigos, interpreto yo, con un bidón de gasolina en una mano y en la otra
cogiendo un mechero encendido. El lema, las palabras que dijo el ministro:
<i>“Cataluña está cerca de un enfrentamiento social”. Pronto lo
veremos<i>. El bidón de gasolina y el mechero encendido, me mueve a
tratar el tema “Palabras incendiarias”,
desde otro ángulo.
El capítulo 3 de la epístola de Santiago
comienza así: “hermanos míos, no os hagáis muchos maestros de vosotros,
sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas
veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de
refrenar todo el cuerpo” (vv. 1,2). El texto no dice que exista alguien capaz
de no tropezar en el hablar. El escritor utiliza el condicional: “si alguno no
ofende”, si existe la excepción de la regla, “este es varón perfecto”. Lo que
el autor de la carta sigue diciendo desmiente la posibilidad de que exista el
hombre perfecto.
El escritor compara la lengua con la
brida que se pone en la boca del caballo para que obedezca al jinete. Utiliza
también el pequeño timón que marca la dirección del barco. La brida gobierna
los impulsos del caballo y el timón la dirección que toma el barco impulsado
por el viento.
Refiriéndose a la lengua Santiago
escribe: “Así también la lengua un miembro tan pequeño, pero se jacta de
grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (v.5).
La chispa de una sierra puede encender una zona boscosa poniendo en peligro
edificios y personas. Debido a ello, en verano, especialmente los muy secos,
las autoridades no se cansan de avisar de no jugar con fuego, por pequeño que sea
en zonas forestales.
“Y la lengua es un fuego, un mundo de
maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el
cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el
infierno” (v.6). La lengua, este pequeño órgano que tenemos dentro de la boca
que nos permite articular las palabras no es la causante de la acusación que Santiago le hace. Es el instrumento que
exterioriza las intenciones del corazón. Es por ello que la Biblia nos avisa:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida”
(Proverbios 4: 23).
“Porque toda clase de bestias, y de aves,
y de serpientes y de animales marinos, se doman y han sido domados por el
género humano” (v.7). “Y Dios los bendijo”, a Adán y Eva, “y les dijo: fructificad
y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar,
en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra” (Génesis 1: 28). El dominio completo sobre la creación el hombre lo
ejerció antes de pecar. Después de la desobediencia Dios maldijo la creación y
ésta se les hizo hostil y los animales se convirtieron en sus enemigos.
Aprendieron a domesticarlos. Con algunos lo consiguen fácilmente. Con otros les
es más difícil. Con otros les es totalmente imposible conseguirlo. Santiago se
refiere al ingenio para domar animales que tiene el ser humano y a la
imposibilidad de “domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado,
llena de veneno mortal” (v.8).
Al principio de su ministerio público Jesús
dijo a las multitudes que le escuchaban: “O haced el árbol bueno, y su fruto
será bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo, porque por el fruto se
conoce el árbol: ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo
malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca…Mas yo os digo que de
toda palabra ociosa que hablan los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás
condenado” (Mateo 12: 33-37).
Jesús nos da la solución a la
imposibilidad el hombre de “domar la lengua”. Por nacimiento el hombre es un
árbol malo y por lo tanto incapacitado para hablar cosas buenas. Debido a que
somos árboles malos nuestras lenguas proclaman palabras incendiarias. Cierto es
que existen grados de maldad en lo que decimos. No nos hagamos falsas
esperanzas creyendo que somos árboles buenos. Sin excepción alguna, por
nacimiento todos somos árboles malos que el hombre no puede convertir en
buenos. Por educación se puede recubrir la maldad del árbol con el barniz de la
respetabilidad, pero tan pronto como a uno lo pinchan el “mundo de maldad” que
es la lengua, como volcán adormecido
despierta vomitando fuego y azufre. La lava incendiaria se deja ver en las manifestaciones que se hacen en
protesta de alguna cosa, en los estadios, en política, en las relaciones
sociales y de género. Es evidente que la lengua es una fuente de ofensas por
más que no se lo quiera reconocer.
La manera de ser el árbol malo la
voluntad no lo cambia. Tiene que darse una intervención externa que produzca el
milagro. Es por ello que Jesús a Nicodemo, judío ilustre, le dice que tiene que
nacer de nuevo. El sabio no lo entiende. El Señor le recuerda el acontecimiento
en el desierto cuando muchos israelitas perecieron por las picaduras de
serpientes. La plaga se venció alzando Moisés una serpiente de bronce. Aquella
serpiente metálica fue una profecía de Jesús clavado en la cruz muriendo por el perdón de los pecados. A Nicodemo que
desconocía cómo nacer de nuevo, Jesús le dice: “Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Juan 3: 14,15). Jesús muriendo en la cruz por el pecado del hombre
hace del creyente un árbol bueno que proclama palabras de vida.
Octavi
Pereña i Cortina