PROVERBIOS 11: 4
Ingentes cantidades de dinero se han
invertido a lo largo de los siglos en la construcción de las majestuosas
cardenales que salpican el mundo cristiano. La causa de tanto derroche se debe
a la doctrina católica del Purgatorio que enseña que los fieles que mueren
insuficientemente purificados, antes de poder gozar de la gloria eterna, deben
pasar un tiempo en él purgando con duros sufrimientos los pecados para que el
pecador se libre de la “pena temporal”
que debe expiar por sí mismo. Con las oraciones a favor de los difuntos
y especialmente con las aportaciones económicas, la Iglesia católica por medio de sus ministros se auto confiere
el poder de acortar la estancia de las almas en tan lúgubre lugar. Los miles de
majestuosos y emblemáticos edificios que posee la Iglesia católica, el vaticano
es uno de ellos, se han construido gracias a las aportaciones pecuniarias
ofrendadas por los fieles por el miedo por el miedo que les produce de ir a
parar a tan siniestro lugar, que no existe. Ahora que tanto se habla del quinto
aniversario de la Reforma Protestante, debe recordarse que uno de los motivos
por los que Lutero se separó de la Iglesia católica fue el de las indulgencias
que Tetzel, el legado papal en Alemania, vendía
y que decía que a cada sonido que las monedas producían al caer dentro
del cofre, una alma salía de Purgatorio. Quienes han confiado en el engaño del Purgatorio,
al despertar en el más allá se encontrarán en el lugar al que fue a parar el
potentado de la parábola del rico y Lázaro (Lucas 16: 19-31): “Y murió también
el rico, y fue sepultado. I en el infierno alzó sus ojos estando en tormentos”.
Y viendo de lejos a Abraham y a Lázaro, el pordiosero que “ansiaba saciarse con
las migajas que caían de la mesa del rico”, se dirigió a Abraham, diciéndole:
“Padre Abraham ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta
de su dedo en agua, y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta
llama”. Esta es la primera parte de la condenación eterna, El alma despojada
del cuerpo que yace bajo tierra y sufre la condenación hasta el dia de la
resurrección de los muertos. Llegado este día el alma y el cuerpo reunidos
“sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses
1:9),
“Mas la justícia librará de muerte”,
sigue diciendo el texto que es la base de nuestra meditación. Por cuanto todos
hemos pecado todos moriremos a no ser que antes venga el Señor en su gloria a
buscarnos. Para el verdadero creyente en Cristo la muerte del cuerpo no
significa el fin, sino el inicio de una gloria que alcanzará plena perfección
el día de la resurrección en que cuerpo glorificado y alma reunidos gozarán de
la presencia de Dios. El deseo de ser felices actual se gozará plenamente en
aquel día y por toda la eternidad futura.
SALMO 130: 3,4
“Señor,
si miras a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay
perdón, para que seas reverenciado”
El salmo comienza con un in tenso y
profundo clamor del poeta al señor. “De lo profundo, oh Señor, a ti clamo.
Señor oye mi voz, estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica” (vv. 1,2).
Sin el sincero reconocimiento de la existencia de Dios y de que el señor es
mucho más que un mero formalismo intelectual de su existencia, no se busca a
Dios. Es la expresión de fe que inspira el Espíritu Santo morando en el corazón
de su autor. Sin la fe que es regalo de Dios
el salmista, ni nadie, podrían
haber escrito lo que dice en el texto que encabeza este comentario.
Son muchas las personas que en cierta
manera tienen conciencia de que algo no funciona bien es sus vidas. Sus
conciencias les acusan de haber hecho cosa que no están bien. Pero por la mala
información recibida acuden al confesor para que les perdone sus pecados o que
se les diga que para redimir sus transgresiones tienen que hacer buenas obras:
Poner una X en la casilla Iglesia. Hacerse socio de una ONG católica que ayuda
a los necesitados. Ayudar a la misiones, Todo ello y mucho más está bien, pero
con ello no se consigue el perdón de los pecados. Nadie puede pagar el pecio de
la salvación de su alma. Sólo Jesús puede conseguirlo.
El salmista sabe en quien ha creído. Sabe
con certeza quien es su Salvador. No existe la más mínima duda. Edifica su vida
sobre la Roca: “Esperé yo en el Señor, esperó mi alma, en su palabra he
esperado, mi alma espera en el Señor” (vv. 5, 6a). No existen fisuras en la fe
del salmista. Cree firmemente: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros
los edificadores, la cual ha venido a ser la cabeza del ángulo. Y en ningún
otro hay salvación, porque no hay otro
Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos sr salvos” (Hechos 4:
11,12).
¿De qué manera espera al Señor el alma
del salmista?: “Más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la
mañana” (v.6b). Sobre todo en tiempo de
guerra los soldados que les toca hacer guardia de noche esperan con ansia el
amanecer porque así desaparecerán los fantasmas nocturnos. La intensidad con la
que el centinela espera la salida del sol ilustra la intensidad con que el
creyente espera en el Señor. “Espera Israel en el Señor, porque en el Señor hay
misericordia, y abundante redención con Él, y Él redimirá a Israel de todos sus
pecados” (vv.7,8)
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