SOLEDAD ENFERMIZA
<b>El absurdo de la vida lleva a
una soledad angustiosa que en ocasiones acaba en suicidio</b>
Los suicidios doblaron el 2014 las
muertes por accidentes de tráfico. Los suicidios son la principal causa de
muerte no natural. El <b>Dr. Santiago Durán-Sindreu</b>, psiquiatra
especialista en el Hospital Sant Pau de Barcelona, dice: “Parece ser que este
fenómeno ha llegado para quedarse. Sea cual sea la causa – y decir que
solamente ha influido la crisis
económica es un argumento muy reduccionista- el incremento de casos es de suficiente
magnitud como para que las instituciones públicas trabajen en planes de
prevención”.
Si el promedio de suicidios es
especialmente pronunciado en la franja de edad que va de los 85 a los 89 años, el
<b>Dr. Durán-Sindreu</b>, explica: “En estas edades son pérdida:
pérdida de autonomía, aparición de enfermedades crónicas…Todos estos factores
incrementan los síntomas depresivos, que en ocasiones llevan al suicidio”.
Los suicidios que se van extendiendo como
una mancha de aceite ponen de manifiesto la incapacidad de las personas de
confrontar situaciones adversas. Se han medicalizado los sentimientos y se
pretende esconderlos con las pastillas. La industria farmacéutica,
aparentemente tiene solución para todos los problemas: padeces insomnio, una
pastilla de color verde. Sufres ansiedad, una de coloreada. Estás deprimido,
una de blanca. Te sientes decaído, un compuesto vitamínico-mineral, y el mundo
será tuyo. Pero los suicidios van en aumento y los planes de prevención fallan.
El filósofo <b>Norbert
Bilbeny</b> dice que el suicidio que nos estremece se debe a que
“perdemos la capacidad de afrontar la adversidad”. La solución que propone el
filosofo: “Somos animales sociales: sin comunicación agonizamos. Enseñemos a los
niños a comunicar. El suicidio no es una patología médica, es una patología
comunicacional” ¿Qué solución se encuentra a la falta de comunicación? Como nos
da miedo el trato directo y nos espanta mirar a los ojos de nuestro
interlocutor, para evitar el trato directo con las personas que nos asustan,
los amantes de la comunicación, los técnicos en telecomunicaciones, inventan
cachivaches cada vez más sofisticados, con más prestaciones que no sabemos
utilizar, con el resultado que las
personas no saben comunicarse.
<b>Norbert Bilbeny</b>
explica un caso real: “Una señora recibe en su casa la visita de una hija, la
joven abre la ventana para expulsar un abejorro que revoloteaba por la
habitación. La madre le dice a su hija: “¡Déjalo
que me hace compañía!” Con todos los modernos medios de comunicación a su
alcance la mujer encuentra compañía en el zum-zum del abejorro que la distrae.
Por más que se nos quiera vender el valor terapéutico de las mascotas para
vencer la soledad tan perniciosa, esta
solución solamente es un parche en la solución del problema porque no llega a
la raíz del mal de la incomunicación y, como el parche no funciona se deben ir
innovando las técnicas de comunicación que no funcionan. En tanto se van
mejorando las técnicas de comunicación para vencer la soledad el zum-zum del
abejorro sigue siendo la medicina.
Vayamos al meollo del la cuestión de la
incomunicación: Cuando Dios creó a Adán vio que no era bueno que estuviese
solo, que no tuviese una compañía idónea. Los animales con los que alternaba no
respondían a sus a sus necesidades psicológicas y espirituales como ser humano.
Se encontraba solo y necesitaba una compañía auténtica, no un placebo. De una
de las costillas que Dios extrajo de Adán hizo a Eva. A partir de este hecho,
el ser humano que ha sido creado para ser un ser social tiene la posibilidad de
poder expresar su sociabilidad. Un contratiempo se produce que afecta a las
relaciones conyugales y, a medida que la población se multiplica, las sociales.
Adán y Eva han perdido la inocencia debido al pecado. Se disparan los reproches
mutuos. Se rompió la buena comunicación y el problema persistirá a no ser que
se encuentre solución, hasta el final de la Historia.
El problema de la soledad como muy bien
dice <b>Norbert Bilbeny</b> “no es una patología médica” que puede
resolverse con pastillas. También es más “que una patología comunicacional”. No
basta con decir que la gente hablando se entiende. Lo cierto es que la gente no
se entiende hablando porque practica un diálogo de sordos. El problema de la
incomunicación es de carácter espiritual y por lo tanto debe solucionarse de
manera espiritual. La soledad humana es de tal envergadura que por falta de
solución se contenta con el zum-zum que hace el abejorro revoloteando por la
habitación. Pero dicha compañía no es la adecuada para vencer la soledad
asfixiante. El pecado de Adán hace que toda su descendencia por generación
natural nazca alejada de Dios. El ser humano huérfano de Padre celestial se
encuentra solo en medio de la multitud. Este es el grave problema que no se
puede solucionar en tanto los que sufren soledad culpen a Dios de su
sufrimiento, o nieguen su existencia.
El problema de la soledad se empezará a
solucionar cuando quien la padece pueda pronunciar una plegaria de este estilo:
“Señor, ayuda a mi incredulidad. Dame fe para que pueda creer en Jesús, que
murió por mí en la cruz para borrar con su sangre mi pecado”. Si una oración
con este contenido se pronuncia con sinceridad, Dios deja de ser un dios
desconocido al hacer sentir su presencia en la intimidad del alma. A partir de
este momento, a pesar de que se pueda seguir padeciendo soledad social, ésta
deja de ser un problema porque la presencia de Dios en el alma suple con creces
todas las carencias humanas porque en Él no le falta nada.
Octavi
Preña i Cortina