dilluns, 5 de setembre del 2016

SALMO 142: 4

“Miré a mi derecha y observé, pues no hay quien me quiera conocer, no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida”
Para los jubilados representa un grave peligro el envejecimiento de la población  porque cuantas menos sean las personas en activo existe la posibilidad de que en un futuro próximo no se puedan pagar las pensiones.
¿Cuántos ancianos no se encuentran en situación desesperada como el salmista que mirando a su alrededor  no ven a nadie que quiera conocerles, no encuentran  refugio en ningún sitio ni que nadie cuide de ellos. Son muchos los padres ancianos que han sido abandonados por sus hijos. El ajetreo de la vida moderna facilita el abandono de los padres ancianos. Pero el problema no se encuentra en la modernidad sino en que el amor de Dios ha desaparecido de los corazones por lo que impera el reino del yo. Yo y nadie más. Primeo yo y después yo. Esta es la cruda realidad. Pero la misericordia de Dios les dice a los ancianos desamparados: “Esforzaos y cobrad ánimo, no temáis, ni tengáis miedo  de ellos, porque el Señor tu Dios, es el que va contigo, no te dejará, ni te desamparará” (Deuteronomio 31:6). Un texto más cercano a la ancianidad  nos dice: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, el Señor me recogerá” (Salmo 27:10). Y uno que incide directamente en los padres ancianos es la denuncia que Jesús hace a los hijos que por motivos religiosos abandonan a su suerte a sus padres ancianos: “Pero vosotros decís: basta que diga un hombre al padre o a la madre. Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte , y no le dejáis hacer más por tu padre o por tu madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (Marcos 7: 11-13).
Pero la desesperación tiene un límite: “Clamé a ti, oh Señor, dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido” (Salmo 142: 5,6).
Leía que el Dr. Benjamin Mast, experto en la enfermedad de Alzheimer decía que los pacientes cuyos cerebros han sido entrenados por la lectura de la Biblia y el cántico de himnos inspirados en la Palabra hace que la verdad se haya incrustado en nuestros cerebros y dispuestos a acceder a ella cuando se la necesita. Según este doctor cuando el anciano se encuentra aislado de su familia, tener la Palabra de Dios gravada en el cerebro, permite recordarla a pesar de las limitaciones físicas. Lo que dice el Dr. Mast debería hacernos pensar que cuando tenemos las facultades mentales en buen estado deberíamos almacenar en nuestro cerebro la Palabra de Dios y las enseñanzas que los himnos inspirados en ella aportan para que cuando nuestros cerebros dejen de comunicarse con el exterior, interiormente sigan transmitiendo la Palabra de Dios que tanto gozo proporciona  en los momentos de soledad y de desespero.   

Octaviperenyacortina22.blogespot.com
GÉNESIS 16:13

“Entonces llamó el Nombre del señor que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve, porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?”
Estas palabras las dijo Agar la esclava egipcia de Sarai, esposa de Abram. Situémonos. Dios había prometido a Abram un hijo que heredaría todos sus bienes. El tiempo transcurre y el hijo prometido no viene porque Sarai es estéril. En aquel tiempo no existían la modernas técnicas de combatir la esterilidad, pero sí se daba una práctica, que aunque no sea exactamente así, se la podría denominar lo que hoy se conoce como vientre de alquiler. Siguiendo esta costumbre ancestral Sarai pone a disposición de su esposo a su esclava egipcia para que cohabite con ella y el hijo que nacerá se considerará como si fuese propio. Dicho y hecho. El trato se hace realidad y Agar queda embarazada. A partir de ahora comienzan los problemas.
Agar “cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora” (v.4). Las consecuencias del pecado jamás dejan de pasar factura. Abram cometió adulterio. Este pecado está explícitamente condenado por la Palabra de Dios. Entonces Sarai dijo a su esposo “Mi afrenta sea sobre ti, yo te di mi sierva por mujer, y viéndose en cinta, me mira con desprecio, el Señor juzgue entre ti y yo” (v.5). Entre los esposos se produce una tensión que perjudica las buenas relaciones. Pero Hay algo más. Abram abandona sus responsabilidades de cabeza de familia y las traspasa a su esposa: “he aquí, tu sierva está en tus manos, haz con ella lo que te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia” (v.6). El pecado de Abram complica todavía más la paz doméstica.
De alguna manera todos tenemos algo en común con Agar. Huimos de situaciones de dolor con las pastillas. Tenemos problemas domésticos y huimos de ellos trabajando en exceso o escudándonos en el futbol. La incomprensión generacional es un hecho, Enfermedades crónicas la resolvemos enviando al enfermo a una residencia. Pretender de las situaciones embarazosas en las que nos encontramos por medio de pastillas que dicen que combaten el estrés, el insomnio o con artilugios que dicen que curan todos los males, es un error. La huida nos fatiga. Nos sentamos en un banco ensimismados en nuestras preocupaciones. Allí a solas y desesperados nos encuentra el Señor Jesús y nos dice: “De dónde  vienes tú y a dónde vas? Le respondemos la razón de nuestra huida y él como médico del alma cura nuestra aflicción. Podemos tener pocos conocimientos teológicos, pero ha sido real el encuentro con Jesús. No ha sido un sueño. No hemos tenido visiones. Pero hemos notado como los dedos sanadores de Jesús nos han tocado y, como con la mujer afligida por el flujo de sangre, el poder curativo han salido e ellos. A pesar de haber sido espiritual el contacto con Jesús, ha sido real. Entonces podremos decir con Agar: “Tú eres Dios que ve, ¿no he visto también aquí al que me ve?” Reemprendemos el camino de la vida con gozo porque “el que me ve” camina junto a mí en todos los avatares de la vida.




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