SALMO 142: 4
“Miré a mi
derecha y observé, pues no hay quien me quiera conocer, no tengo refugio, ni
hay quien cuide de mi vida”
Para los
jubilados representa un grave peligro el envejecimiento de la población porque cuantas menos sean las personas en activo
existe la posibilidad de que en un futuro próximo no se puedan pagar las
pensiones.
¿Cuántos
ancianos no se encuentran en situación desesperada como el salmista que mirando
a su alrededor no ven a nadie que quiera
conocerles, no encuentran refugio en
ningún sitio ni que nadie cuide de ellos. Son muchos los padres ancianos que
han sido abandonados por sus hijos. El ajetreo de la vida moderna facilita el
abandono de los padres ancianos. Pero el problema no se encuentra en la
modernidad sino en que el amor de Dios ha desaparecido de los corazones por lo
que impera el reino del yo. Yo y nadie más. Primeo yo y después yo. Esta es la
cruda realidad. Pero la misericordia de Dios les dice a los ancianos
desamparados: “Esforzaos y cobrad ánimo, no temáis,
ni tengáis miedo de ellos, porque el
Señor tu Dios, es el que va contigo, no te dejará, ni te desamparará” (Deuteronomio 31:6). Un texto más
cercano a la ancianidad nos dice: “Aunque mi padre y mi madre me
dejaran, el Señor me recogerá” (Salmo 27:10). Y uno que incide directamente en los padres ancianos es
la denuncia que Jesús hace a los hijos que por motivos religiosos abandonan a
su suerte a sus padres ancianos: “Pero vosotros
decís: basta que diga un hombre al padre o a la madre. Es Corbán (que quiere
decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte , y no le
dejáis hacer más por tu padre o por tu madre, invalidando la palabra de Dios
con vuestra tradición que habéis transmitido” (Marcos 7: 11-13).
Pero la
desesperación tiene un límite: “Clamé a ti, oh Señor,
dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha
mi clamor, porque estoy muy afligido” (Salmo 142: 5,6).
Leía que el Dr.
Benjamin Mast, experto en la enfermedad de Alzheimer decía que los pacientes
cuyos cerebros han sido entrenados por la lectura de la Biblia y el cántico de
himnos inspirados en la Palabra hace que la verdad se haya incrustado en
nuestros cerebros y dispuestos a acceder a ella cuando se la necesita. Según
este doctor cuando el anciano se encuentra aislado de su familia, tener la
Palabra de Dios gravada en el cerebro, permite recordarla a pesar de las
limitaciones físicas. Lo que dice el Dr. Mast debería hacernos pensar que
cuando tenemos las facultades mentales en buen estado deberíamos almacenar en
nuestro cerebro la Palabra de Dios y las enseñanzas que los himnos inspirados
en ella aportan para que cuando nuestros cerebros dejen de comunicarse con el
exterior, interiormente sigan transmitiendo la Palabra de Dios que tanto gozo
proporciona en los momentos de soledad y
de desespero.
Octaviperenyacortina22.blogespot.com
GÉNESIS 16:13
“Entonces llamó
el Nombre del señor que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve, porque dijo: ¿No
he visto también aquí al que me ve?”
Estas palabras
las dijo Agar la esclava egipcia de Sarai, esposa de Abram. Situémonos. Dios
había prometido a Abram un hijo que heredaría todos sus bienes. El tiempo
transcurre y el hijo prometido no viene porque Sarai es estéril. En aquel
tiempo no existían la modernas técnicas de combatir la esterilidad, pero sí se
daba una práctica, que aunque no sea exactamente así, se la podría denominar lo
que hoy se conoce como vientre de alquiler. Siguiendo esta costumbre ancestral
Sarai pone a disposición de su esposo a su esclava egipcia para que cohabite
con ella y el hijo que nacerá se considerará como si fuese propio. Dicho y
hecho. El trato se hace realidad y Agar queda embarazada. A partir de ahora
comienzan los problemas.
Agar “cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora” (v.4). Las consecuencias del pecado
jamás dejan de pasar factura. Abram cometió adulterio. Este pecado está
explícitamente condenado por la Palabra de Dios. Entonces Sarai dijo a su
esposo “Mi afrenta sea sobre ti, yo te di mi sierva
por mujer, y viéndose en cinta, me mira con desprecio, el Señor juzgue entre ti
y yo” (v.5). Entre los
esposos se produce una tensión que perjudica las buenas relaciones. Pero Hay
algo más. Abram abandona sus responsabilidades de cabeza de familia y las
traspasa a su esposa: “he aquí, tu sierva está en tus
manos, haz con ella lo que te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su
presencia” (v.6). El pecado
de Abram complica todavía más la paz doméstica.
De alguna
manera todos tenemos algo en común con Agar. Huimos de situaciones de dolor con
las pastillas. Tenemos problemas domésticos y huimos de ellos trabajando en
exceso o escudándonos en el futbol. La incomprensión generacional es un hecho,
Enfermedades crónicas la resolvemos enviando al enfermo a una residencia.
Pretender de las situaciones embarazosas en las que nos encontramos por medio
de pastillas que dicen que combaten el estrés, el insomnio o con artilugios que
dicen que curan todos los males, es un error. La huida nos fatiga. Nos sentamos
en un banco ensimismados en nuestras preocupaciones. Allí a solas y
desesperados nos encuentra el Señor Jesús y nos dice: “De dónde vienes tú y a dónde
vas? Le respondemos la
razón de nuestra huida y él como médico del alma cura nuestra aflicción.
Podemos tener pocos conocimientos teológicos, pero ha sido real el encuentro
con Jesús. No ha sido un sueño. No hemos tenido visiones. Pero hemos notado
como los dedos sanadores de Jesús nos han tocado y, como con la mujer afligida
por el flujo de sangre, el poder curativo han salido e ellos. A pesar de haber
sido espiritual el contacto con Jesús, ha sido real. Entonces podremos decir
con Agar: “Tú eres Dios que ve, ¿no he visto también
aquí al que me ve?” Reemprendemos
el camino de la vida con gozo porque “el que me
ve” camina junto a mí en
todos los avatares de la vida.
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